Alterpoiesis: sistemas veblenianos, violencia de género y campos disciplinares

(por supuesto, nada de todo esto reemplaza el sufrimiento instanciado en tantos cuerpos, la angustia recorrida en tantas esperas que hacen al camino crítico, la violencia contenida en los pasillos, la invisible brutalidad de un procedimiento iterándose de manera inadvertida, con la contribución involuntaria de todos cuantos vienen a intentar contrapesar la insoportable consistencia de un sesgo. Por supuesto que infinitas notas personales podrían invocarse aquí, como forma de una ramificación de la literatura del yo, que es más yo que literatura, quizás como síntoma del abuso de la época. Pero no vengo a hablar de mí, ni de los que me duelen. Me interesa pensar por qué esto que ocurre y que al parecer “todos” encuentran repudiable, seguirá ocurriendo de manera inexorable, a pesar de tantos compromisos y declaraciones en contrario. O quizás, de manera más limitada, me interesa intentar expresar cabalmente que al menos sé que esto no ha dejado ni dejará de ocurrir, en la forma de un procedimiento conceptual que le ponga palabras a eso que mis tripas detectan instantáneamente).

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I- El elemento recóndito del saber

Es como si la Teoría de la clase ociosa de Thorstein Veblen nunca hubiera sido escrita. Una teoría marcada por la presencia de los bienes de prestigio, por el consumo ostentoso (o conspicuo), por el derroche y la saturación sin sentido del horizonte social, que no casualmente incluye un capítulo sobre “La educación superior como expresión de la cultura pecuniaria”. Capítulo en el que leemos:

el elemento recóndito del saber es todavía, como lo ha sido en todas las edades, un elemento muy atractivo y eficaz para impresionar e incluso abusarse de los no instruidos. Y el lugar del sabio en la mente de los analfabetos se evalúa en gran medida en términos de intimidad con las fuerzas ocultas.

¿Pero cómo opera ese elemento? ¿Por qué conduce al abuso? ¿De qué manera recrea esa sensación de intimidad? ¿Cómo llegan a nosotros, hasta hoy, las fuerzas ocultas? Si tuviera que resumir todo lo que aparecerá aquí, en este largo y expulsivo texto, la idea central es esta:

En primer lugar, que pocas cosas hablan con tanta claridad de cómo funciona un sistema que la forma en que invisibiliza sus operaciones basales (diría Luhmann). La eficacia de la operación en un sistema depende de que como tal permanezca en el linde de lo no explicitado. Ciertamente un sistema no se muestra como iteración, sino como continua producción de una diferencia. Pero los sistemas disciplinares académicos performan sistemas de un cariz distintivo. Se comportan, afirmo, como lo hacen los campos científicos en Bourdieu, pero asociados a un elemento peculiar, una dinámica específica, que es la distribución de valores, posiciones y nombres propios, codificados como típicos bienes de Veblen. Esto es, los campos disciplinares operan sistémicamente de la manera descrita por Thorstein Veblen hace más de un siglo. Y nada visibiliza tanto este rastro invisibilizado como la inacción aparente ante las recurrentes denuncias por violencia de género que se dan periódicamente en el campo. En este sentido, los compromisos y declaraciones que se hagan al respecto, sostengo, no modificarán en nada la realidad del sistema vebleniano, mientras no se logre la modificación del conjunto operacional que condiciona la iteración diferencial del campo. Vale decir, hasta que el sistema no opere de otra manera, nada ocurrirá. Es decir, paradójicamente, hasta que el sistema no deje de ser sistema. Alterpoiesis.

En segundo lugar, que las bellas intenciones, las declaraciones solemnes, los compromisos firmemente explicitados no servirán para cumplir aquello que se proponen. Quizás sedimenten experiencias y articulen formas identitarias. Pero cabe dudar seriamente que modifiquen las pesadas realidades institucionales y las abigarradas restricciones de campo. Y no lo harán porque caen dentro del espectro de lo que Elisabeth Noelle Neumann denominó la espiral de silencio. En esa espiral el sistema se escinde en un conjunto de ordenamientos valorativos, en el cual emegen climas de opinión, atmósferas de acuerdo parcial que derivan en lo que esta eminente politóloga alemana denominó audiencias redundantes. En ese marco los compromisos que tan enhiestamente se afirman comprometen tan solo a los ya comprometidos, y a nadie más. Las declaraciones le hablan a los convencidos. Y mientras tanto la realidad institucional se dirime de otra forma, en su propio lenguaje, siguiendo sus propios procedimientos. Como un campo, sesga asimétricamente posiciones y relaciones. Como un sistema, refuerza estructuras y adapta sus códigos a nuevos sesgos. Por su cariz vebleniano, exprime el nexo de redes de relaciones al máximo, hasta que de la audiencia interpelada solo quedan presentes los que son necesarios para reproducir el campo en una red de mutuas y recíprocas dependencias en la que poco y nada puede alterarse sin que eclosione una crisis de proporciones o una conflictividad generalizada. Como espiral de silencio conduce a la constitución de una opinión pública inerte, silenciada en sus vociferaciones, que repite con convicción una solemnidad que en última instancia no puede modificar las cosas.

Finalmente, los sistemas se iteran estructuralmente, pero se adaptan en lo que Luhmann, siguiendo a Maturana y Varela, denominó autopoiesis. La autopoiesis es la forma en que los sistemas modifican su estructura, con la única finalidad de seguir reproduciéndose, existiendo, operando como lo hacen. Así, a pesar de todos sus sinceros esfuerzos, el genuino compromiso de los comprometidos se hunde en la autopoiesis del sistema, se enlaza con las operaciones típicas del campo, y así le permite reproducirse, porque simplemente se traduce como otro valor, otra posición, una nueva especialización funcional, un nuevo nombre en el juego de la distribución de los nombres las posiciones y los valores en el campo. En definitiva, algo distinto se requiere para salir de esto. Algo que no ocurrirá, así como están las cosas. Una imposibilidad necesaria. Alterpoiesis.

La dolorosa intimidad de los cuerpos violentados seguirá estando ahí, hasta tanto no se explore la profundidad recóndita del elemento que conecta nuestras vidas con las fuerzas ocultas.

Resumen del resumen: acá voy a hablar de campos, sistemas, bienes veblenianos, de la realidad de la espiral de silencio, y de la violencia de un sesgo que se itera, pero siempre con una diferencia. El texto es largo, seguramente se vuelva árido por momentos, y ejecuta varios rodeos antes de abordar el tema que me convoca esta vez, que es el de la violencia de género en el ámbito disciplinar. En la segunda sección delineo los elementos de la teoría del campo disciplinar, siguiendo a Bourdieu y Veblen. Luego, en la tercera parte, me enfoco en la cuestión abstracta de los sistemas. En la cuarta me centro en el problema de la espiral de silencio y las formas de la vida vebleniana. Estas tres secciones establecen el marco para lo que se dice luego. Se puede avanzar directamente a la quinta sección, si se prefiere evitar el rodeo, pero sabiendo que los elementos que nutren el análisis se siembran antes.

En definitiva, lo que romperá con este ciclo no es la solemnidad ni la grandilocuencia. Paradójicamente, y casi en el límite de la tontera, y aún así con consecuencias muy profundas, lo único que pondrá fin a esto es cesar con la iteración. Pero hay buenos motivos para creer en la imposibilidad de esto que es tan necesario, lo cual no vuelve menos necesario a esto que es tan imposible.

II- El cono visto desde arriba: pendientes, líneas de falla y la gravedad de las cosas

Un campo es un conjunto de posiciones e intereses, de roles y autorizaciones, que puede ser pensado como si observáramos un cono, o mejor una montaña, desde arriba. En el centro, y arriba, del cono, en su cúspide, se arbitran y se asignan valores, se distribuyen habilitaciones, roles o posiciones y se asignan nombres propios. Ya que no plata, en el caso de nuestras desvencijadas instituciones, o de a ratos sí, dinero contante y sonante, pero por sobre todas las cosas volúmenes asimétricos de reconocimiento y permisiones institucionalizadas.

En la periferia próxima a la cúspide se encuentran las vertientes que se nutren de las remisiones del centro, en una bullente y tensa calma en la que los integrados pujan por escalar más arriba. Porque en el cono, o en la irregularidad de un promontorio montañoso, encontramos pendientes, líneas de falla, caminos de subida y de bajada, vías muertas, falsos arranques y trayectorias desencaminadas. Más allá, más abajo, se pesa la dificultad del mundo y se siente la gravedad de las cosas. Y más en el límite, aún, en la precariedad de los que no se sabe siquiera si forman parte del cono, o si alcanzaron el pie de la montaña, se encuentra el rebote lejano de las reverberaciones y las pendientes de allá arriba, donde los integrados y elevados discuten. En la frontera anida el nacimiento de otro territorio, donde el campo ya no opera, donde apenas asigna lo que puede asignar: una vez más, valores, posiciones, nombres.

La idea en Bourdieu pasa por conectar esta semántica del cono con la metáfora del investigador o académico como emprendedor o capitalista: y entonces aquí se observan estrategias de inversión, propensiones a desplegar el capital (como valor-posición-nombre) en el campo, que son tanto más arriesgadas cuanto más avanzan por líneas de falla o pendientes o nichos poco explorados, a cuenta y riesgo de una oportunidad. Es fácil quizás al comienzo, cuando el terreno es casi plano, y permite modestos avances y elevadas tasas de retorno. Bandeirantes del saber, siempre listos para emprender una ruta poco transitada, porque a fin de cuentas hay poco para perder. Pero la acumulación nos vuelve a todos conservadores por opción. Cuanto más arriba en el cono, cuanto más centrado en la montaña, más hay para temer y más para sufrir en el arrastre de la gravedad de las cosas.

Parte del deleite de Bourdieu se pierde en la disquisición de las estrategias infinitas de promoción y ascenso en las que él mismo fue un eximio practicante. Otra parte se pierde en su decidida resistencia a hablar de sistemas siendo que lo que está haciendo es aplicando teoría de sistemas (en su formulación más simple) a un tópico bien conocido, el de la estructuración de los campos disciplinares. Pero no hay mal que por bien no venga. Si la idea es mostrar el cono en sus disfunciones como parte de un esquema que funciona precisamente a través de ellas, lo logra plenamente. Ya que en el camino nos ilumina sobre dos características distintivas que performan los campos científicos o disciplinares.

Una de esas características tiene que ver con la autonomía parcial del campo de cara a su incrustación dentro de lógicas de acción más amplia (vg. el “mercado”). Las coacciones, habilitaciones y solicitaciones que el campo hace en términos de distribución de valores-posiciones-nombres propios siguen una lógica que no es idéntica ni se corresponde con la lógica del mercado, aunque no puede desconocerla. En esa diferencia se anuda el punto sistémico. La operación del campo como plexo de roles y permisiones, no puede hacerse equivaler a una lógica de mercado sin más. El campo opera de manera diferenciada.

Y esto se debe a que la forma de la interacción en el campo es distinta a la lógica que se da en el mercado. Idealmente -ya que no en la práctica- un mercado es abierto, sin trabas ni barreras de entrada ni en la oferta ni en la demanda, y en él se expresan valores homogéneos e intercambiables en el que las cantidades conducen a puntos de equilibrio y saturación. Pues bien, esos bienes de consumo para el mercado se comportan de manera muy distinta en el caso de los bienes y servicios entregados por los campos disciplinares.

Lo que se produce y se consume aquí es saber en forma de discurso disciplinarizado. Y ese saber, discurso, tiene una marca diferencial como impronta. Su sello es el de ser un bien de prestigio, un bien posicional. Es un bien de Veblen, en el que el precio se fija por su carácter de exclusividad. En este sentido los bienes de Veblen son aquellos que rompen con las curvas de demanda atada a precio. Cuanto más elevado el precio, más demandado es, porque se le supone un valor intrínseco que escapa en mucho a lo que puede observarse a simple vista, y que se vincula con su carácter de signo ostentoso de consumo, como indicador de prestigio o de capacidad de gasto.

Veblen, ecléctico economista americano de fines del siglo XIX y comienzos del XX, observó atentamente los patrones imitativos y compulsivos del consumo de bienes en la sociedad de la época y extrajo hermosas lecciones que, en su mayoría, permanecen desatendidas hasta el día de hoy, excepto por aquellos que saben muy bien aprovecharlas para su propio beneficio. En su Teoría de la clase ociosa encontramos un comentario sobre el esnobismo, la imitación y la presunción social basada en el consumo diferencial de bienes y servicios, consumo que no tiene otra lógica más que la del derroche y la ostentación. Y entre las cosas que se consumen, observó con infinita agudeza Veblen, está el saber estructurado proporcionado por la educación superior.

La marca de prestigio asociada al bien posicional podemos comprenderla muy bien. Esto es muy bueno, mirale el precio, es algo que aplica tanto a cookies importadas como a escuelas exclusivas, de las cuales la única señal que nos incita a demandarlo es precisamente su sesgo excluyente. Olvidarse, en la marejada de la poética de la precarización y la proletarización de la educación superior, con su horizonte abierto y prácticamente irrestricto en el caso argentino, de este carácter prestigioso y conspicuo del consumo de discurso y saberes “superiores” y “elevados” es comenzar a incomprender todo el fenómeno de la estructuración de los campos disciplinares.

La fuerza oculta que mueve a los cuerpos a una mayor intimidad, el elemento basal, recóndito y enfermizo que ciega a las almas, es el deseo de una iluminación, de una magia por contagio en la que el saber disciplinado comparta su impronta de inclusión y exclusión de una forma que nos resulte gratificante.

Lo que produce un campo es un bien de prestigio, excluyente y que al excluir incluye a un nosotros heterogéneo. Lo que produce es discurso en forma de saberes diferenciados y específicos. Los que se incluyen son aquellos que pueden enunciarlo. Y parcialmente forman parte de él, en el espacio de prácticas disciplinares, todos aquellos que pueden entenderlo, decodificarlo, incorporarlo, consumirlo de manera apropiada. Para los demás solo cabe la exclusión y la indiferencia.

La marca incómoda de esta idea, en esta época de carácter misionero acerca de la ciencia y la educación en la sociedad, su anhelo transformador, y tantas cosas conmovedoras sobre las formas de intervenir en la realidad social transfiriendo conocimientos (a fin de cuentas, uno de los postulados de la Reforma Universitaria era precisamente ése, el intento de vincular sólidamente a la Universidad en el mundo que la sostiene y de la que forma parte), es que el carácter del bien producido en los campos es un discurso cuyas condiciones de producción y validación remiten, en primera instancia, a otros productores. Es decir, mientras un productor de bienes de consumo directo y masivo (digamos, caramelos) puede desentenderse de la opinión de otros productores (de caramelos), dado el carácter abierto y universal de su producción, un productor de bienes de prestigio está obligado a trabajar en la dirección de la segmentación del mercado. No toda demanda le interesa. Solo le interesa un nicho del mercado en particular.

El bien de prestigio asociado al discurso disciplinar explota, idealmente, un nicho reducidísimo del mercado. Tan reducido que alcanza la siguiente cota: solo le interesa la demanda de discurso por parte de otros productores, porque son esos otros productores los que pueden validar su orfebrería discursiva. Si al señor Pagani de Arcor no le importa cualitativamente quién compra sus caramelos, y si a Enzo Ferrari le interesaba que solamente le compraran sus autos gente muy adinerada, la situación del saber disciplinar equivale a decir que solo se producirán Ferraris a condición de que las compren las familias Maseratti, Lamborghini y Porsche. Es un subconjunto de un subconjunto dentro de las habilitaciones a consumir un bien determinado la que está puesta en juego aquí. La violencia de esta restricción es tal que, como corresponde, procede a ser negada por el discurso oficial sobre los saberes disciplinares, de la manera más directa y enfática, en un ejercicio de autoconvencimiento militante que tiene pocas chances de prosperar. Como volveré sobre esto más adelante no necesito explayarme aquí.

Entonces, en el cono se produce discurso para la gente que está en el cono. Y lo importante en todo ello, dentro del acotado marco de la vida en la montaña, es establecer canales de intercambio productivo con gente que esté más arriba en el cono, o promover la insatisfacción militante entre las gentes que están más abajo. De a ratos, y según la pendiente y las líneas de falla, eso es lo que se hace, para divisar con mayor aptitud los senderos en el linde de la montaña. En este sentido, para Bourdieu, la vida en el campo es un juego estratégico y posicional de alianzas y oportunidades, en la que la remisión a contenidos específicos importa bien poco. Lo que se explotan son demandas y nichos y ciclos de negocios intelectuales.

La segunda característica que ilumina Bourdieu, y que se añade a este carácter vebleniano de los bienes de prestigio asignados al nicho disciplinar, tiene que ver con la dialéctica del reconocimiento dentro del campo. En este punto, si solo Maseratti puede opinar sobre las Ferraris, el problema para don Enzo es que depende en su labor de promoción dentro del campo de un par que es a la vez un competidor. En este punto lo único que importa aparentemente es el reconocimiento por parte de este par-competidor. El par competidor es aquel que más nos conoce, dentro del cono visto desde arriba, el que más se parece a nosotros, el que más se aproxima a la línea de falla que estamos explorando en la pendiente, y precisamente por eso es que, a la vez, es el que más nos interesa atraer hacia nosotros en tanto es el que más detestamos. La repulsión y atracción dentro del campo se da precisamente por este carácter de necesidad en el reconocimiento asimétrico.

A través del par competidor es que puede amañarse, inclusive, aquella bella extensión de esta dialéctica, que es el establecimiento afortunado de un clima de debate y polémica (el quilombo académico digamos), en el cual los pares competidores rivalizan y agonizan dentro de un clima estructurado por la lógica del cono. De esta forma los competidores se establecen como adversarios cómplices, como un Habermas para un Gadamer, como un Foucault para un Chomsky, como un Searle para un Derrida. En esta óptica lo mejor que te puede pasar es que un jefezuelo próximo rival te desafíe en la semántica tribal del territorio. Si las cosas salen bien los adversarios cómplices lo coparán todo en la agenda, y mientras la adversación tenga sentido la promoción de ambos será evidente, y junto con eso la secreta complicidad que atrae y repele a ambos polos contendientes.

Tantas polémicas estériles que se abrazan en los campos disciplinares tienen que ver con esto. Con la necesidad de apalancar inversiones de capital académico en etapas iniciales, encontrando un inversor adversario cómplice que a su vez pueda apalancarse en el rival. En la hora de los saldos puede verse luego quién ganó y quién perdió, o si acaso la rivalidad como un todo logró un beneficio en la asignación de roles y valores. Esto en la lógica del campo se observa fácilmente. El indicador más sumario de todo ello es que es a partir de las complicidades exitosas los polos adversarios adquieren un nombre, mejoran su posición, despliegan nuevos roles.

Hay conos y campos, hay montañas y pendientes, sistemas y áreas con barreras de entrada más débiles, en las que cualquiera se entromete e intenta apalancarse y acumular estratégicamente capital. Cualquiera hace ensayística, análisis cultural o de cine o antropología, al parecer. Y hay campos con barreras de entrada, costos de oportunidad y ritos de pasaje muy precisos, que dificultan las transiciones entre palancas y la intromisión disciplinar. No cualquiera publica en Nature o interviene en las reyertas internas en el campo de la teoría de cuerdas. Pero estas distinciones linderas no prejuzgan sobre la seriedad de las disciplinas o los saberes. Tan solo nos hablan de los rasgos sistémicos del campo. Cómo se recorta frente al entorno y cómo se vincula con lo que está por fuera de él.

Para Bourdieu había todo un análisis que hacer respecto de las estrategias heterodoxas de acumulación, aquellos que salían del campo y volvían a entrar en otra posición (i.e., los divulgadores, que serían algo así como montañistas que escalan en helicóptero hasta la cima, sin someterse a las reglas internas de funcionamiento de la administración de las pendientes y las fallas). Y un análisis en torno al conservadurismo inmanente e inminente del campo, con sus reglas de inversión cada vez más ajustadas y estrictas, que dificultan las maniobras osadas en el tránsito del reconocimiento entre complicidades y pares competidores.

En contra de lo que denominaba una filosofía espontánea de la ciencia, incapaz de dar cuenta de sus rasgos más evidentes como espacio de prácticas y como forma de producción, lo que quería hacer era mostrar el carácter integrado y disfuncionalmente funcional del conjunto de elementos que hacen a los campos disciplinares como tales.

En el campo, como plano de producción, distribución y consumo, se configuran valores, roles, posiciones y nombres propios, mediante procedimientos de habilitación, acreditación y reconocimiento que facilitan o dificultan, que permiten u ocluyen diversas estrategias de acumulación de capital, como capacidad de intervención y agenciamiento en el campo. Las disfunciones típicas de un campo no son casualidades o sesgos que pueden corregirse.

Son como la pendiente en los conos o los efectos de la gravedad al escalar montañas. Son rasgos que hacen a la objetividad de la cosa. “Quejarse” por esas disfunciones es como analizar en términos sentimentales la realidad del poder, de la asimetría y del prestigio, o la existencia misma de bienes veblenianos que están allí simplemente para actualizar el mundo basado en el derroche, la ostentación, la exclusion y el consumo irracional que habitamos y producimos entre todos.

III- Sistemas veblenianos, autopoiesis y el anhelo del acoplamiento estructural

Derroche. Esnobismo. Consumo ostentoso. Imitación. Abuso de posición dominante. Prestigio. Reconocimiento asimétrico. Esto hace vebleniano a cualquier campo. Así se hace sistema. ¿Pero qué quiere decir que algo es un sistema? Hablar del sistema académico, o universitario, o científico, parece que va de suyo, como cuando uno dice que un filósofo expresa un sistema de ideas. Nos queda claro quizás qué es lo académico, o lo científico, o qué es una idea. Pero no estaría mal tener en cuenta lo implicado en la idea misma de que algo es un sistema.

Von Bertalanffy, Luhmann, von Foerster, Spencer Brown, siguen las firmas. La teoría de sistemas es un recinto amplio de redes conceptuales. Pero por lo pronto todos están de acuerdo en algo: un sistema es la iteración de una diferencia entre sistema y entorno. Definición circular de sistema, ciertamente, pero es la que hay.

Un sistema no es un todo equilibrado (al igual que los campos en Bourdieu). Es una iteración diferenciada a partir de una operación, que se aplica sobre una totalidad de elementos y relaciones que pertenecen al sistema. Esa totalidad no es sumativa, sino que hay propiedades que emergen del carácter agregado de esos elementos y relaciones. De allí el carácter holista e irreductible de un sistema (que es más que la suma de sus partes). En un sistema, como en un campo, o en un cono, hay totalidades diferenciadas, jerarquías, asimetrías funcionales, centros y periferias. Todo, en un sistema, es acerca de esto. Porque lo que le importa a un sistema es reproducirse, seguir operando, y para ello diferenciarse progresivamente (o desdiferenciarse).

Por diferenciación y segregación progresiva emerge la especialización y fijación de elementos y relaciones, lo que luego diríamos que es una estructura. Esa fijación incrementa la eficiencia del sistema para operar. Eleva su productividad o disminuye sus costes operacionales. Pero el costo de todo ello es la rigidización y la adaptación a un tipo de entorno en particular. Cuando el entorno cambia, sometiendo al sistema a nuevos incentivos adaptativos, las partes rigidizadas, o los sistemas altamente especializados y funcionalizados, la pasan mal. Por ello la vida y muerte de los sistemas va de la especialización y la fijación como incremento de eficiencia en la operación, a la indiferenciación y polivalencia como incremento de la capacidad adaptativa del sistema ante cambios en el entorno. Esto último disminuye la eficiencia como un todo, pero vuelve al sistema más flexible.

Un sistema opera para reproducirse. Cuando se habla del sistema científico, biológico, económico o filosófico, lo que hay que tener en cuenta es que la “utilidad” de lo que sea el sistema solo cuenta a tenor de su capacidad de seguir operando, esto es, existiendo como tal. Un sistema es una constelación finalista, un nexo operacional orientado a fines, pero no es un tinglado determinista. Hay muchas formas de alcanzar las mismas metas, siguiendo distintas funciones de coste y productividad, por ejemplo. Equifinalidad. Funciones en la que las operaciones antecedentes dejan una marca silente, un condicionamiento respecto de las posibilidades de la operación consecuente. Los sistemas tienen una memoria oculta, un rastro permeable que puede seguirse. Histéresis. Los sistemas se ofrecen como un nexo operacional orientado a adaptarse a un entorno, respecto del cual operan una reducción. Son reduccionistas porque los sistemas son mucho más simples que el entorno complejo del cual se diferencian. Entorno al que convierten en insumo para el conjunto operacional que delimita la productividad del sistema como un todo.

Si el entorno es ruido, la membrana fronteriza del sistema lo transforma en información con la que puede laborar. Y en esa faena enlaza operaciones iterándose. La sociedad, el lenguaje, la vida, el psiquismo, operan sistémicamente. No operan para algo. No siguen ningún fin. Ningún otro fin. Más que seguir siendo. Seguir reduciendo complejidad, disminuyendo lo más posible la incidencia de todo aquello que puede perturbar su deriva operacional típica.

Lo que perturba es lo que somete el trabajo del sistema al riesgo, a la incertidumbre, a la entropía, a la disipación. Lo que altera la secuencia de enlazamiento operacional. La forma de contrarrestar esto es con labor, con incremento de complejidad destinada a ralear la incertidumbre, disminuir el riesgo, fijar los deslizamientos posibles dentro del curso de las cosas.

Un sistema es un todo auto-organizado y estructurado. Una codificación como regla de transformación entre un input del entorno y un output del sistema. Pero la confusión habitual entre sistema, estructura y código depende de reconocer en el sistema solo la estructura, y dentro de la estructura al código como una regla fija de transformación. Pero hay códigos que no son fijos, sino polivalentes o, en la terminología de von Foerster, no todos los códigos son para máquinas triviales. La mayoría de los sistemas relevantes son máquinas no triviales. Para un mismo input entregan un output especificable distinto. Y eso en virtud de una característica de los sistemas en cuestión: son autopoiéticos. Mutan, se dan a sí mismo nuevos elementos y relaciones y nuevas reglas de transformación. Hay códigos, como el postal, o la notación del ajedrez, que sirven para la realidad prefijada del mundo postal o del juego del ajedrez. Pero si en cada partida pudiéramos inventar una pieza, una casilla o un tipo de movimiento, el ajedrez sería entonces autopoiético.

El lenguaje es autopoiético. Una ciudad es un sistema urbanístico autopoiético, a pesar del sueño racionalista de una homogeneización del uso del espacio. La sociedad es autopoiética. Y dentro de ella se reconocen plexos de interacción, anudamientos de posiciones y valores, llamados instituciones, que conforman subsistemas, ellos también autopoiéticos. Los campos disciplinares son sistemas en ese sentido. Autopoiéticos.

Mediante autopoiesis los sistemas encaran las modificaciones del entorno, las presiones causales que alteran los sesgos que inciden causalmente en las membranas del sistema. Si el sistema fuera solo una estructura de código fijo, no sería otra cosa más que una máquina trivial, un vehículo de segregación progresiva y diferenciación interna incapaz de responder a nuevos desafíos. Algo así como un enrejado hundiéndose en el agua. Por autopoiesis se generan nuevos elementos dentro del sistema destinados a encarar una situación que no reconoce un antecedente. La generación puede ser anterior o casual, o consistir simplemente en el aprovechamiento de un elemento o una relación que estaba desde antes allí, y que encuentra ahora un nuevo rol que cumplir en la nueva situación.

La regla para la autopoiesis, no obstante, es que genera un nuevo elemento o relación, o mejor dicho, usufructúa un elemento o relación de un nuevo modo, con la finalidad de seguir operando. El nuevo barrio, el nuevo léxico, la nueva disciplina, la nueva instancia burocrática tienen por finalidad que la ciudad, el lenguaje, el sistema académico o la burocracia mejoren sus prestaciones sistémicas. Para mejorarlas tiene que generarse una nueva diferenciación interna, una nueva segregación, en sentido de separación y de supuración. Por autopoiesis el sistema se da una nueva estructura, un nuevo principio organizativo, que intenta responder a la acuciante presencia del entorno.

Porque lo que el sistema reduce de cara al entorno, para elaborar su operación distintiva, regurgita como un output interno, en forma de reproducción de complejidad interna, pero también como un output externo, como posibilidad de especificar el modo en que el sistema pretende incidir en lo que no es sistema, en el entorno. A esto en teoría de sistemas, a partir de Luhmann, se lo denomina acoplamiento estructural. La idea de que la ciencia aporta a la innovación productiva, de que la universidad aporta a la sociedad, de que el urbanismo mejora nuestras vidas, de que la política o la burocracia contribuyan a la virtud ciudadana o de que la economía sirve al bienestar de las personas son todas formas en que los respectivos sistemas (científico, académico, urbano, político, estatal, económico) procesan internamente el anhelo de un acoplamiento estructural entre sistema y entorno. Volviendo al comienzo de la definición de sistema, es algo así como la pregunta en torno a la forma en que se enlaza la diferencia iterada entre sistema y entorno, en el sistema y en el entorno.

La tesis de Luhmann es ésta: un sistema está cerrado operacionalmente, pero no causalmente, respecto del entorno. Un sistema tiene una única operación distintiva para iterar la diferencia. A eso lo llama operación basal. El sistema recorta mediante esa operación un todo observable. Un sistema es así un constructo que se vuelve reconocible por observación. Es el observador el que construye el recorte o el dominio del sistema. Y es por atribución de la operación basal que puede imputar la incidencia causal del entorno, la diferencia operacional y, finalmente la forma en que el sistema se adapta al entorno (el muelle que establece entre la diferencia como complejidad interna y como reducción de complejidad respecto del entorno).

Ese carácter de membrana diferencial entre sistema y entorno hace a la capacidad del sistema de abstraerse de la causalidad y, a la vez, canalizar las presiones causales del entorno (una metáfora que emplea Luhmann aquí es la forma en que se canalizan las corrientes del agua en la orilla del mar, por ejemplo). La clave aquí es esta: por observación nos damos cuenta de que nada puede incidir internamente, como no sea en forma causal (i.e. “negativa”, como condicionamiento negativo, impidiendo operaciones basales), en el sistema. El sistema es operacionalmente autónomo, aunque no lo sea causalmente. Puede ser “destruido” externamente, pero no hay ninguna línea de fuerza que incida positivamente y determine las operaciones de procesamiento interno.

El sistema a su vez encuentra limitaciones a la hora de responder al entorno. Lo hace en forma mediada, por autopoiesis y basculando entre especialización e indiferenciación. Pero el acoplamiento estructural no es más que la forma mediada y estipulada por sistema de traducir recíprocamente las presiones externas e internas, a un lado y al otro de la membrana que itera la diferencia.

Para un sistema como el de los campos disciplinares, sistemas veblenianos de asignación de valores, posiciones y nombres mediante la producción de bienes de prestigio en forma de discurso, la demanda de un acoplamiento estructural no es otra cosa que la postulación de una necesidad de incidir, transferir, extender el capital acumulado intradisciplinarmente extramuros. En forma de intervención cultural y política, en forma de promoción de causas justas, en forma de escrutinio de la utilidad social de los saberes disciplinares, en forma de “ofrenda” de tiempo y recursos para gestiones externas al procesamiento interno del sistema. Siempre hay un Dreyfus para un Emile Zolá, al menos en el imaginario del sistema. Siempre hay una pregunta acerca de qué puede hacerse con lo acumulado en el cono, ahora que se observa la realidad que se extiende más allá del horizonte.

Pero lo más difícil de aceptar, para los sistemas veblenianos, es que el acoplamiento estructural no es otra cosa que un anhelo, una realidad en la fisonomía del discurso, pero una imposibilidad en el espectro de las prácticas, en la que se enlaza en su operación basal la contradicción entre su carácter sistémico y su carácter sistémico. No es raro que los mismos gestores del cono confundan la realidad con sus deseos, la propaganda de uso interno con la eficacia real del sistema en el entorno. Como dijo Richard Rorty, hay pocas cosas más propendentes a la exageración que la autoimagen de los intelectuales y mandarines disciplinares a la hora de considerar su contribución al horizonte de la cultura y las necesidades de la época. Y no es raro que esta condición esquizoide sea el caso, en especial en este sistema vebleniano de producción de discurso. Porque para operar veblenianamente el sistema debe reducir el acoplamiento al máximo. Pero para legitimarse, por momentos, tiene que negar este mismo rasgo estructural de su operación, con una pasión enfermiza digna de mejores causas.

Para Luhmann la operación del sistema disciplinar es la distinción de base entre lo que es un saber y lo que no lo es. La distinción saber/no saber es el límite irremontable del enlazamiento diferencial iterado de los sistemas académicos institucionalizados. Como sistema de saber está estructurado internamente en pos de la segregación progresiva, la fijación y la delimitación estricta de los ámbitos de competencia. El saber es la labor del especialista. Pero al mismo tiempo reactúan sobre él las presiones internas y externas. Internamente por el repudio de la excesiva fijación y ritualización de las interacciones. Externamente por la demanda real o imaginaria de que “algo se obtenga de todo esto”. Al menos algo más que rencillas internas, castas y periódicas rebeliones estudiantiles. Pero he aquí el problema: un sistema vebleniano basado en la explotación de nichos segmentados exclusivos de demanda está orientado fuertemente hacia la violenta reducción de complejidad del entorno (es notorio todo aquello hacia lo que es indiferente), hacia la estructuración y auto-organización en base a la dinámica antes descrita de comunidades de reconocimiento cada vez más estrechas basadas en la producción y consumo de bienes de prestigio.

En esas condiciones tan restrictivas y ceremoniales, el punto del acoplamiento estructural se ve obstaculizado por diseño. El trabajo de reducción de complejidad y de diferenciación interna es tal que el muelle que abriga al sistema debe debilitar las vías de escape y de contacto con el afuera. El esfuerzo y sostén ante los riesgos disipativos y entrópicos es tal que consume buena parte de los esfuerzos y recursos internos. La brecha percibida entre los anhelos y las realidades se procesa como tensión interna y como incomprensión externa. Literalmente, desde afuera, no sé entiende por qué pelea esa gente, de qué habla ni qué hace. Desde adentro se aprecia una rica y puntillosa vida interna, saturada de intensidades, especificidades y especializaciones, que exige un peculiar esfuerzo de traducción entre los entendidos y los no iniciados. A veces, incluso, al punto de que el esfuerzo sea tan grande que al término de la traducción ya no haya ganas de hacer nada con lo que se acaba de traducir.

IV- La vida vebleniana: el miedo a la soledad en la espiral de silencio

El acoplamiento estructural muestra la dificultad para entender las cosas a un lado y al otro del cono. Desde abajo el cono se ve como indiferencia programada, como torre de marfil, como encapsulamiento. Desde arriba se percibe la escisión entre la intención, el anhelo, casi el deseo, de constituir un faro de referencia para próximos y lejanos, y al mismo tiempo la tentación panorámica de ceder a la idea de que a fin de cuentas las realidades son demasiado distintas, adentro y afuera, como para intentar comunicarlas con éxito.

Para Elisabeth Noelle Neumann vivimos en un corrillo de opiniones que van sedimentado y cicatrizando en nexos de sentido que forman nuestra piel social. Esa piel se orienta hacia lo común, hacia lo seguro, hacia la conformidad. Porque lo que regula el tramado de las opiniones, en la publicidad de las mismas, antes que el error o el acierto, antes que la virtud o la proeza del carácter único, es el miedo a la soledad. El miedo al recortarse solitario a contracorriente de los demás. Claro que hay un personaje habitual en nuestras narrativas que es el del solitario luchador contra la norma. La identificación con esa clase de héroes es la regla. Pero la realidad es que hay pocos personajes de esos que puedan actuarse en la vida social. Las más de las veces somos como los individuos conservadores de Hegel, criaturas que encarnan la eticidad y las pautas que regulan estructuralmente (en términos sistémicos) la vida en común. Donde el mayor problema es que las tensiones internas y externas que atraviesan los sistemas que habitamos, nos encuentran siempre navegando a mitad de camino entre el manejo de certidumbre estructural y la necesidad adaptativa de la autopoiesis.

Para un sistema vebleniano esta navegación es especialmente dificultosa. Porque la más pequeña modificación en la organización interna puede hacer desaparecer el nicho de los Enzo Ferraris del discurso, un drama que no tienen los Paganis que dirigen su discurso a la clase universal de los consumidores de palabritas en el domo infinito de la noche indiferente a toda distinción.

El esquema de Noelle Neumann es simple. En torno a las realidades percibidas por costumbre se configura un núcleo no enunciado de opiniones que se consideran compartidas. Ese “sentido común” es el que suele ir sedimentando en una forma inercial que se ve desafiada por nuevas configuraciones. Por regla general esto distribuye nuevos roles y valores (como hemos visto), solo que siguiendo una secuencia peculiarmente original.

Las “viejas” opiniones se van volviendo crecientemente desdeñables, pero se las sabe operantes y eficaces. Pierden su valor de prestigio, su posición y hasta dejan de tener un nombre propio, sino solamente atribuido. Nadie se llama a sí mismo “capitalista”, “machista” o “esencialista”. Las nuevas opiniones son, en cambio, vociferantes y preclaras, precisas y explicitadas hasta el hartazgo. La insistencia con que se las repite es inversamente proporcional a la creencia en su eficacia. Tienen valor posicional y lo primero que ganan para sí es un nombre, un rótulo o aunque sea una gestión eficaz de partes prefijas (alter, post, ultra, hiper, neo). La opinión describe una posición novedosa que básicamente suele ser auto-atribuida. Todos somos “feministas”, “postcapitalistas” o “deconstructivistas” en este clima de opinión, hasta que se demuestre lo contrario.

¿Cómo dialogan estos dos clivajes de opinión? Pues bien, poco y mal. Una parte habla y se difunde de manera intensa y ansiosa, en tanto la otra calla, suscribiendo a la esperanza de configurar una “mayoría silenciosa”, un topos mayormente conservador orientado a poner en duda la supuesta correlación entre vociferación y alcance social. En esta situacíón es que emerge la espiral de silencio. Vos tenés tu pañuelo verde, aquel otro tiene su pañuelo celeste, y en proporción de diez a uno habrá siempre una identificación tendiente a resaltar la presencia de una minoría intensa que porta el valor posicional de ser la nueva opinión, frente a la supuesta mayoría silenciosa y sedimentada, que laxamente fluye hacia el silencio, esperando un acontecimiento sísmico que permita visualizar la disparidad de percepciones en torno a la envergadura relativa de las opiniones.

¿Por qué vociferan les vociferantes? Porque en la voz se amalgaman los cuerpos, porque en el voceo común perciben que la diferencia no es meramente individual, que hay otros con quienes pueden derivar en la búsqueda de un núcleo de sociabilidad estabilizado en el que puedan formar esas comunidades de reconocimientos que otorgan valor, posición y nombre a quienes las integran. ¿Por qué callan los silenciosos? Porque la inercia los favorece, y porque nadie quiere ser el primero en enunciar la realidad desagradable de un conservadurismo recalcitrante. Les alcanza con la identidad que surge implícitamente por un criterio de pertenencia que se asigna casi por default.

Unos y otros operan como operan por miedo a la soledad, por temor a recortarse en el trasfondo de una identidad demasiado precaria. Siguiendo un esquema de pensamiento presente ya en Tocqueville (“temiendo al aislamiento más que al error, aseguraban compartir las opiniones de la mayoría”), y con ejemplos experimentales como el de Solomon Asch, lo que Noelle Neumann indaga son las estrategias de adecuación de los sujetos en contextos adversos.

En el experimento de Asch se mostraba a individuos seleccionados tres líneas dibujadas, para que las compararan con una línea modelo. En el experimento era evidente cual era la respuesta correcta, pero el individuo seleccionado era convocado para dar su opinión luego de observar las respuestas que daban quienes él ignoraba eran ayudantes del experimentador, las cuales eran patente e intencionalmente falsas. En esas condiciones de cada 10 sujetos no avisados que participaron como “víctimas” del experimento, 8 se sometieron a la opinión evidentemente incorrecta de la mayoría, y la conclusión de Asch (y de Noelle Neumann) es que esto fue así ante la imposibilidad de tolerar el miedo al aislamiento social. Es menos importante la verdad que la soledad, a fin de cuentas, desde el punto de vista de las cicatrices de nuestra piel social.

En esos contextos, como los que pueden darse en los sistemas veblenianos académicos, se potencian las estrategias de la consolidacion inercial silente por un lado, frente a la recurrencia de una intensa y aguda discursivización de opiniones minoritarias que logran cierta hegemonía en la esfera pública, a costa de una creciente espiralización del silencio en el espacio de intermediación entre opiniones. Un sesgo comunicacional se establece así, en una situación en la que hablamos para hablantes como nosotros, que piensan como nosotros y que nos interpelan exactamente en el punto en el que esperamos ser interpelados.

En un caso de manual de esta dinámica, el aire fino de las redes sociales se corta como daga hasta que finalmente uno queda encapsulado en audiencias redundantes, círculos cerrados de amigos que comparten nuestros sesgos y confirman nuestras opiniones.

En este punto la espiral de silencio no es otra cosa que la interacción comunicativa en una comunidad segmentada por líneas de falla que recortan y trabajan de manera diferente los mismos sesgos. Para la comunicación de esos sesgos se configuran entonces estrategias divergentes para la constitución de un sensus communis escindido y diferencial. En un caso la discursivización intensa. En el otro la sedimentación silenciosa amparándose en las prácticas mismas. Para un ámbito signado por la producción de discurso esta diferencia no es menor, porque es en el medio mismo en que se trabaja y se produce para el campo que se dirime esta diferencia.

Cualquier erupción interna al sistema se montará sobre este pantano antecedente. Si a Bourdieu le interesaba explorar las realidades divergentes de los campos, que en algunos casos delineaban fronteras claras dentro de las cuales se daban revoluciones esporádicas y profundas que modificaban el sistema, en tanto los campos menos claramente delimitados conducían a dinámicas de cambio signadas por pequeñas modificaciones permanentes, no es menos cierto que eso conducía a una elucidación de las posiciones desde las cuales el cambio podía proponerse.

Los que están en la cima del cono, plenamente incluidos, no tienen incentivos para hacerlo porque controlan el procedimiento de las pendientes y las líneas de falla. Quienes están en el llano no pueden hacerlo, porque no tienen los recursos de campo para hacerlo, y a veces ni siquiera discriminan formalmente los elementos que lo constituyen. En esta agonía, entonces, solo pueden incidir en la dinámica del campo en una dirección transformadora quienes se encuentran incluidos en él pero en una posición incómoda (como en una baldosa floja añade Bourdieu), los marginales internos, los parias incluidos, los elementos subsidiarios acrecidos de una periferia en vías de centralizarse.

Quienes pueden hacerlo, estos sujetos en la baldosa floja, son los que Noelle Neumann detecta que de hecho ya están solos en el clima de la opinión pública prevaleciente. Forman parte de la comunidad, pero están aislados y crecientemente ateridos al saberse a contracorriente de lo que perciben como la opinión mayoritaria. El saberse solos disminuye el costo de la osadía. No tienen nada que perder. En el sistema vebleniano están perdiendo capital, prestigio, valor y nombre, o al menos no lo están ganando siguiendo ninguna estrategia promisoria. El costo de subirse a una aventura es menor que para quienes todavía encuentran alguna satisfacción en someterse a una norma. Pueden abandonar la dialéctica del reconocimiento entre pares y competidores, porque van perdiendo la competencia y ya no son vistos como pares. El punto de inicio de la rebelión se da cuando el grito de los solos permite reconocer que en la cantidad de perjudicados anida el futuro de la nueva sociabilidad.

El futuro del nosotros depende de los que no tienen nada para perder hoy.

A ellos les adversarán los silentes, los conservadores, todos aquellos que a través de la simulación gatopardesca simplemente intentarán vampirizar y apropiarse de los contenidos expuestos en la nueva opinión, solo que en un sentido contrario. Y para todos los demás tendremos el bandwagon effect, el impulso de manada que se decide en la undécima hora a correr siempre en auxilio del vencedor, contando con la promesa de un beneficio decreciente por cada minuto de esa hora que pase, hasta llegar a la infamia de ser un latecomer que se une a la causa ganadora el 7 de mayo de 1945.

Son estas las gradaciones de la soledad en el marco de la vida vebleniana. Vida entre nichos precarios, exiguos, demandados por pares competidores que quieren lo peor para nosotros, porque nos conocen demasiado bien, tanto que no podemos prescindir de ellos. Condición esquizoide en la cual se vuelve tanto más acuciante la espiral de silencio. El miedo a la soledad es lo único que hace comunidad, pero no la hace. La necesidad de los otros nos aproxima a aquellos que nos repelen. Insociable sociabilidad kantiana, pero en la modalidad vebleniana de un truco de explotadores de nicho que exacerba todas las contradicciones. Y para peor, echándose encima el manto de un tribuno de la plebe que con un saber redentor no solamente convertirá a la torre de marfil en el bendito faro de referencia para los siervos allende los muros. Sino que también volverá fraternos los lazos entre esas centenas de hijos únicos que pueblan de demandas insostenibles el sistema, en la esperanza de que con ello además disolverá de una vez y para siempre el enigma oculto que satura de malestar la vida cotidiana en los campos disciplinares.

V- Las fuerzas ocultas

El mayor desafío para incorporar una visión sistémica o de campo sobre las disciplinas académicas o las instituciones científicas consiste en lo que nos cuesta evitar habitualmente la personificación y la moralizacion a la hora de tratar estos tópicos. Y al mismo tiempo es inevitable reconducir todo el asunto a cuestiones vinculadas a la intencionalidad, la subjetividad y la caracterización en términos de un ethos determinado. ¿Qué es lo que pueden los sujetos, dadas las cosas de esta manera? La incomodidad, por ejemplo, de un Habermas con Luhmann es que así presentado el asunto, parece que pueden poco. Pero quizás en vez de meternos en la polémica en términos teóricos, podamos verlo en términos bien situados y actuales.

La idea de Luhmann no es que no hay sujetos, que no hay intencionalidad. Sino que la subjetividad no explica nada, que no es el punto de partida analítico de nada. Porque si ya presuponemos la subjetividad en el sistema, entonces no tenemos nada para hacer. La subjetividad es un efecto del sistema, por más que luego cada uno haga lo que pueda con ella, y resurja allí un margen diferencial para medir la responsabilidad y la contribución individual a la performance de los sesgos del campo.

Lo importante, adicionalmente, es notar que si es por la conciencia de los sujetos, depende más bien poco lo que allí ocurra, en la medida en que tampoco requerimos ser conscientes de la sistematicidad de la gramática o de la sociedad para ser usuarios del lenguaje o partícipes de la sociedad. Una observación de segundo orden como la que se efectúa cuando se aprecia la gramática en el lenguaje o las estructuras de la sociedad, es un saber añadido que opera en un nivel distinto, un nivel meta, respecto del tipo de conciencia requerida para operar rutinariamente. Hablamos desde mucho antes de exteriorizar las reglas de correcta formación gramatical de enunciados en el lenguaje. Y criticar esta misma observación meta es dar paso a una observación de tercer orden, en la que discutimos por ontologías de la gramática o posiciones metafilosóficas. Y así. Esta disparidad de niveles exige darnos cuenta de los márgenes de factibilidad y la diferencia entre lo que puede un tipo de observación y otra.

Somos sistemas observantes, diría von Foerster. Y cuando observamos distinto emerge la posibilidad de recortar un sistema diferente. La observación es una operación. Una operación que al observar, hace sistema, mediante la introducción de una nueva distinción. Y porque en esa distinción lo que emerge es la posibilidad, tan solo la posibilidad al comienzo, de seguir el rastro que delata tanto la operación del sistema como el borramiento que el mismo sistema ejerce en cuanto a sus operaciones. El lenguaje, la economía, la ciudad, la burocracia… cuando comenzamos a pensarlos, como diría Gadamer, ya no estamos en ellos. Los vemos, no a través, no mediante ellos. Los vemos, focalizamos en ellos, realmente, cuando los convertimos en un objeto de reflexión consciente.

Porque los sistemas se velan, se ocultan. Tienen todo para mostrar, en cuanto a complejidad, en cuanto a infinita distinción interna. Todo, excepto su operación basal. Es por eso que la historia de un sistema disciplinar es tan difícil de hacer. Y por eso es tan necesaria, como forma de reponer la efectuación de los sesgos en su iteración y su olvido. Un sistema esconde la fuerza oculta que dinamiza su propia efectuación. Porque mostrándolo se muestra el procedimiento por el que se itera. Y nada mata a un sistema tanto como la exhibición de su modo de producir diferencia por medio de iteración.

No hay que ser un arúspice ni un visionario para postular con Luhmann que la operación de demarcación entre el saber y el no saber es el límite fundante de los sistemas disciplinares. Esto es un saber y esto no lo es es la expresión epistemológica básica (por ejemplo justamente en el famoso problema de la demarcación en la filosofía de la ciencia), que permite recortar a la ciencia de la metafísica, la religión, o las así llamadas pseudociencias (como la frenología). Y al mismo tiempo la especificación de esa diferencia específica, desde Platon y Kant a Lakatos, Laudan y Thagard nos ha entregado un recorrido insatisfactorio plagado de frustraciones. Y no es raro tampoco que en la opinión pública extensa se problematice y se niegue esto, resaltando la existencia de otros saberes, saberes externos, no tradicionales, previos, etc.

Con ser razonable todas estas estrategias evaden lo esencial: el hecho de que un nuevo aspirante a saber o un antiguo candidato todavía laboran la misma distinción. Estar a un lado o al otro del mango de la sartén no modifica el criterio de que está puesta en acto una ontología de mangos y sartenes. En este caso, que esto también es un saber es una expresión rampante que confía en la posibilidad de especificar que algo no lo es.

Y el saber se negará a sí mismo, porque en el curso de su operación sistemática tiene que afirmar todo lo demás.

En este punto lo esencial es la diferencia, el rasgo diferencial, que entrega una limitación y que permite elaborar una toponimia de posiciones asimétricas. Un relieve. Un cono. Abajo Mendel, arriba Lysenko en Moscú, o al revés en el resto del mundo, pero lo importante es siempre el rastro de Vavilovs que dan con sus huesos contra el rigor de las piedras y a la sombra.

La fuerza oculta que cimenta las vidas veblenianas es el torrente elemental que agrupa a los ansiosos e insociables hijos únicos que explotan el estrecho nicho particularizado de los bienes de prestigio excluyente. Es la incertidumbre y el destajo, el peso de la gravedad y el cansancio del recorrido, el hartazgo y la necesidad del reconocimiento, el miedo a la soledad, las líneas de Asch, la creciente consciencia del aislamiento en medio de la multitud, a mitad de camino en la montaña, encerrado en la línea de falla, en el sendero que lleva a ninguna parte.

La fuerza oculta que cimenta las vidas veblenianas es la iteración. Es saber que mañana mismo, a la misma hora, ocurrirá lo mismo, aquí, o a otra altura del cono. Y que arriba de todo seguirán en altiva contemplación frustrada, porque la cima de una montaña no es el faro de referencia de nadie, pero había que intentarlo, había que llegar, y por cada uno que llegó hay una ristra de segregados progresivamente que fueron despeñándose a medida que se imponía la gravedad de las cosas.

Y en la iteración lo único que puede reconocerse, a la larga, es la posibilidad del sistema, reproduciéndose, en la reducción del entorno, como torre y como altura, como vector de indiferencia, como muelle y aislamiento, soledad al fin, indiferente hacia tantas cosas, con violencia.

La violencia es la madre de la estructura del sistema. Y es la hija de la última autopoiesis. En un largo linaje que se promete a sí mismo una descendencia con nuevas violencias que vengan a nacer futuras estructuras de organización internas. En el remolino de las violencias vivimos enredados en circunstancias. Pero el sistema debe negarlas todas, borrándolas, para seguir funcionando.

En este contexto la violencia de género es la última violencia sabida por todos que ha logrado visibilizarse para pasar a formar parte de los códigos de enlazamiento e iteración del sistema. Realizar una descripción minuciosa de esas violencias es ocioso. En primer lugar porque esa descripción ya fue hecha. En segundo lugar porque reiterar esa descripción no añade nada a lo que ya se sabe. Y en tercer lugar porque distrae de lo esencial. Y lo esencial es que esa violencia es parte de todas las violencias que siguen reproduciéndose y seguirán reproduciéndose, básicamente porque así son las cosas en los sistemas veblenianos.

Ya en Veblen encontramos la temprana vinculación del saber y el no saber, de la distinción entre el supuesto elemento masculino que porta el saber -en oposición a la femenina ignorancia- y que contiene el núcleo de habilitaciones, roles y permisiones que habrán de concederse asimétricamente y por abuso de poder hacia todos aquellos que se sientan atraídos hacia el nexo de una autoridad..

Y la única justificación para que esto ocurra es que esto ocurre porque el que ejerce el rol, el que distribuye valores y asigna los nombres, simplemente puede contestar, cuando se le pregunta por qué lo hace: porque puedo.

Y porque puede ejerce el poder de quien distribuye un bien posicional. Un bien exquisito en forma de discurso restringido y exclusivo, que solo está dirigido a quienes habrán primeramente de consumirlo, en la vaga esperanza de alguna vez poder legitimamente producirlo. El poder del que ya es un par competidor es inmenso de cara a quien se suma a la supuesta conversación dialógica. No solo por el saber que porta, no solo por el rol y por el nombre, sino porque hay una clara conciencia, en la mente del que comienza a introducirse en esta lógica, de los rasgos del enlazamiento que se darán dentro del nicho, y en la continuidad de los esfuerzos que deberá desplegar, tendientes a mejorar su posición en el cono, ubicándose a salvo de la baldosa floja, a salvo del despeñadero y a salvo de los riesgos implicados en saberse expuesto a la gravedad de las cosas.

Paso que des, considerá que podés caer. Cosa que digas, mañana estaremos todos aquí, para recordártelo. Es una realidad iterada, que se replica en la conciencia de los participantes como el mal sueño de un niño que escupe sistemáticamente al calesitero que alguna vez le ofreció la sortija pero ya no.

La peculiaridad de un mercado concentrado en nichos especializados cubiertos por productores-consumidores de bienes de prestigio es que conforma simultáneamente un mercado oligopólico-oligopsónico que otorga un poder omnímodo a una de las partes, portando los defectos de todas esas formas de concentración de poder de mercado y las virtudes de ninguna.

Si hubiera un solo anunciante en el mundo, ¿qué podrían decir los periodistas que trabajan en los periódicos donde salen los anuncios, si es que el anunciante contaminara los bosques, empetrolara pingüinos y sodomizara vírgenes vestales? Y no sería malicia ni endeblez por parte de los periodistas. A nadie se le puede pedir que se inmole, poniendo en cuestión sus mismas condiciones de existencia. Y aún así contarían con cierta avenencia por parte de un público amplio, una opinión pública que cada tanto podría observar la ostensible situación de los bosques y de los pingüinos. Lo de las vírgenes tal vez deba esperar un poco.

Pero aquí estamos intramuros, en un volumen edilicio concentrado en recovecos y pasillos estrechos del primero al quinto piso pasando por el cuarto, sobre todo.

La violencia de género en este punto no es otra cosa que el acostumbramiento a la producción y gestión de las cosas en el cono. Una, apenas, de las formas en que ocurre. La disposición de una forma invisibilizada por las propiedades mismas del campo, en la que no importa nada de lo que ocurre afuera, porque el campo es un campo, el campo está cerrado operacionalmente, y en esa clausura se vela para el afuera lo que ocurre intramuros, de manera sumamente rigidizada y especializada, por diseño. Y si se observara a plena luz del día lo que ocurre, habría un incómodo efecto de sistema en todo ello, en el cual pares competidores acostumbrados a la necesidad del reconocimiento deberían entreverarse en el difícil pantano anímico de lidiar con y decidir sobre las condiciones de reproducción y operación basal de sujetos demasiado próximos a ellos, que les resultan necesarios para sus propios ciclos de producción y reconocimiento.

La violencia de género expone el límite del sistema. Expone, como en un cumplimiento pesadillesco de un deseo demasiadas veces solicitado, un punto de acoplamiento estructural entre el sistema y el entorno. Cada tanto la universidad eclosiona y gana la calle, se convierte en noticia, trasciende sus muros. Es, al fin, un faro de referencia: aquí se violenta el género de una manera distintiva, atando la subjetividad de la persona, sus posibilidades de reconocimiento, sus trayectos formativos, su horizonte social, sus enlazamientos en el tiempo y sus más profundas inclinaciones temáticas. Aquí un cuerpo pensante se ve atado y constreñido hasta ser negado íntegramente. Todo unido en un tránsito de segregación progresiva que en su proceso de sublimación entrega una pieza sistémica extremadamente delicada, que sirve solo aquí y ahora, exclusivamente en este entorno.

Una floración que no puede crecer en ningún otro lado, ¿cómo podría cuestionar sus propias condiciones de emergencia?

Y si lo va a hacer tiene que pensarlo muy bien. Y si lo piensa muy bien, no lo va a hacer. O lo hará de una manera que no afecte, de ninguna manera, los fundamentos operacionales del sistema. Y entonces podrá cuestionar poco de lo que quiere cuestionar.

En definitiva, habrá muchas denuncias de violencia de género. Incontables. Tendrán una de estas dos características, quizás las dos, pero no otras: en un caso, serán denuncias puntuales sobre sujetos específicos, claramente recortados contra el trasfondo disciplinar. En documentos, conversaciones de pasillo y redes sociales rapidamente tomará la forma de un nombre propio. El caso X. De manera interesante el nombre será siempre el del victimario, porque lo que se estará consumiendo e incinerando es uno de los tres bienes que administra el campo: el nombre propio. Pero solo podrá ser así si lo que se está enfocando es a un sujeto ya suficientemente aislado, un cuatro de copas, o alguien situado en una línea de falla del campo, que puede ver su posición, su capital, su valor toponímico en el campo refuncionalizado a la luz de la nueva situación. Básicamente, a partir de ello estará terminado.

Pero el problema es que solo habrá un nombre cuando en el caso en cuestión no haya valor de campo o una posición relevante involucrada.

En la otra modalidad las denuncias asumirán la forma de una denuncia genérica de la matriz de campo que genera posiciones y valores. Será una crítica demoledora y circunstanciada, en modo meta, una observación de segundo orden, de cómo una de las vertientes del cono percibe las líneas de falla en la pendiente. Por lo pronto se verá la matriz sistémica del sistema, el carácter de campo del campo, se alzará la voz y se romperá la espiral de silencio, pretendidamente, pero no habrá un solo nombre propio en todo este procedimiento, porque en este todos que es ninguno, lo que se está arbitrando por parte de quienes enuncian esta crítica, son las condiciones de continuidad de la sociabilidad en el campo y de enlazamiento operacional en el sistema.

Por regla general las denuncias puntuales sacrifican victimarios menores. Y son llevadas a cabo desde la periferia misma del campo, como forma de motorizar una denuncia de la asimetría por parte de quienes no tienen otro recurso para hacerlo que la auto-exposición, la ofrenda en sacrificio de la propia subjetividad, el arder a lo bonzo del propio cuerpo, el propio nombre, la propia posición, por mínima que sea.

Las denuncias genéricas permiten ver al campo como un campo, pero solo muestran la disputabilidad de las pendientes sin ponerle nombre a la situación, en un sentido bastante literal. Porque son enunciadas por personas que ya tienen una posición, y que no se van a exponer al difícil cálculo de la sortija y el calesitero, en el curso de hacerse un nombre que pueden obtener de otro modo.

Desde las perspectiva de quienes arden a lo bonzo, con o sin razón, la denuncia genérica es vista como cobarde y oportunista, un modo de detectar una línea de falla en la pendiente y posicionarse en el campo. Desde la perspectiva de quienes sufren la presión del campo y denuncian genéricamente, con temor por su posición, la denuncia puntual es un sacrificio estéril e innecesario, una suerte de suicidio inmotivado o una forma de punición particularizada que no altera la matriz que engendra los casos.

A lo que se llega con toda esta situación es a que nunca, realmente, el sistema puede permitir, sin una generalización de la conflictividad en el campo, la puesta en cuestión simultánea de los tres elementos que contornean la operación del campo como asignador de recursos: valores, posiciones, nombres.

Y en este ballet entonces asistimos a las más peculiares contorsiones. Denunciados puntuales que en la bolada aprovechan para sumarse al enredado faccionalismo del campo y hasta dan difusión a los manifiestos colectivos que hacen críticas genéricas del carácter sexista y violento del campo. Diseños institucionales que intentan habilitar canales de visibilización y atención de las situaciones más extremas de maltrato, que tras un largo y rocambolesco recorrido desembocan en la disipación temporal más extrema y la revictimización por cláusula de exclusión de todo aquello que se afirma estar contemplando e incluyendo. Una comisión que nada acomete, un compromiso que a nada se compromete, ¿en qué pueden derivar? Quizás en no otra cosa que en un largo silencio, precedido por ocasionales eclosiones de malestar, en los que supura la realidad vebleniana del campo, hasta el próximo bonzo.

Derivan pues en la incómoda consciencia de que hay un techo de cristal que no puede romperse, y ese techo no es el de la imposibilidad de que las mujeres puedan ejercer el rol de administradoras del cono. El umbral al que se arriba es al de la vida vebleniana que no está en condiciones de seguir por el mismo camino sin despeñarse ante la gravedad de las cosas, y sin embargo continúa reproduciéndose.

Por lo pronto lo que harán estas denuncias y manifiestos y compromisos y circulación activa de rumores en redes es desembocar en más organización estructural y autopoiesis del sistema. Porque así son las cosas en la tensa vida de los sistemas: ante cambios en el entorno, el sistema responde con segregación progresiva, especialización, autopoiesis. Lo primero que aparece, como respuesta sistémica, son les especialistas, aquellos entrenados para asumir la traducción de la complejidad del entorno a las necesidades del sistema. Luego habrá excrecencias institucionales, comisiones, protocolos, cuya función será traducir el ruido en información. Algo que les incautes no tienen en cuenta, porque el lenguaje en el que se habla, y la orientación que se sigue en el procedimiento autopoiético de la nueva traducción y la nueva generación de distinciones, funciones y especializaciones, son los de la institución, no los de las violentadas.

En ese proceso re-emergen muchas de las violencias. Y en el camino se notará crecientemente la diferencia entre las condiciones de enunciación de la violencia entre quienes están incluidas en el campo, a media altura en la montaña, incluso como víctimas de aquello que se denuncia, y quienes no tienen otro amparo que la indiferencia y la lejanía para hablar de esto, en la periferia del sistema, antes de arder a lo bonzo como bellos y puntuales destellos que se pierden en una noche oscura.

Lo que a su vez puede derivar en una incómoda cesura, una nueva espiral de silencio, entre castas y estratos de violentadas, que se reprochan recíprocamente intensidades y silencios. Simplemente porque reconocen de diversa manera el carácter de la pendiente, las líneas de falla, y tienen diferentes recursos para aprovechar la reformulación de los nichos.

Habrá saltos y pendencias, pendientes y desbarrancos. Para algunas será evidente la manipulación y vampirización de justos reclamos. Para otras será cuestión de reconocer las precedencias entre quienes llegaron antes y aquellas que recién ahora se añaden a la ristra de víctimas.

Y entretanto seguirá presente la espiral de silencio con todos aquellos que, como victimarios o como silentes cómplices, simplemente dejan pasar la situación, esperando inútilmente que se difumine la cuestión en una marejada complaciente que discurra mansamente hacia el olvido. Mala suerte para ellos, eso no ocurrirá. Pero que el desvanecimiento del tema no ocurra no significa que la deriva del sistema vaya a proseguir en una dirección virtuosa.

Simplemente esto que se denuncia seguirá ocurriendo, a la vista de todos, pero recibirá nuevos nombres, si es que no hay discusiones toponímicas en el medio. O se revestirá de sesudas reflexiones toponímicas (como esta), sin aportar un solo nombre.

A la larga derivará autopoiéticamente, como ya lo está haciendo, en una generación de nuevos elementos y relaciones intrasistémicos, que adversando la lógica funcional del sistema, culminarán por fortalecerla. Más comisiones, más asesorías, más subsidios, más especialistas, más partes que enlazar, más de todo, añadido a lo que ya estaba, y que sigue estando.

Estructura y autopoiesis. Máquina no trivial de enlazar vida con vida, en el ciclo inestable del derroche de subjetividad y el elemento recóndito del saber. Está bien, quizás sea inevitable. Pero no es suficiente. Porque a fin de cuentas todo esto será más de lo mismo que alimenta las fuerzas ocultas que nutren las vidas veblenianas en trance de descomposición.

VI- Alterpoiesis

En un pequeño escrito sobre la poética de Annette von Droste, Martha Helfer (autora de un concluyente estudio sobre el concepto de Darstellung) recurre al concepto de alterpoiesis para describir “el activo e intencional descentramiento del sujeto, un proceso auto-reflexivo en el cual el sujeto se sitúa dinámicamente como objeto, como un objeto entre objetos”. Mediante este término Helfer intenta evitar la ascendencia romántica temprana que lastra el pensamiento sobre la autopoiesis como inmanencia auto-trascendente que labora per se en pos de su realización.

En la alterpoiesis vemos, justamente, este enlazarse de entidades agenciadas como elementos y nodos de relaciones, aquello que describe la posición de los sujetos en los sistemas. Los sujetos son las posibilidades asociadas a los nexos de objetivación, pero en tanto que diferencias específicas en iteración. Si hay un núcleo de la identidad, podemos pensar con Helfer, depende de esta interrelación de otredades.

Lo que se retiene aquí es la idea de la poiesis como producción de si que ya estaba en el concepto de Bildung o formación y en las diversas derivas del idealismo y el romanticismo alemán de fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Pero, de manera característica, Helfer encuentra en la poesía “Ein Heimlich Ding” (“Una cosa secreta”) de Annette von Droste una forma alterpoiética de enunciación, aunque eso me interesa circunstancialmente menos que el hecho de que en la alterpoiesis lo que está puesto en cuestión es el núcleo duro de la enunciación luhmanniana sobre los sistemas: la idea de que lo único que cuenta para un sistema como tal es el enlazamiento operacional de una y la misma operación basal. Y que en ello lo que se anuda es la idea misma de identidad como diferencia de un sistema, al que podemos identificar, nombrar, valorar, por recurso a esa operación que se itera como nexo entre diferencias.

Vale decir, en la alterpoiesis lo que se pone en cuestión en los sistemas es lo que no puede ponerse en cuestión en los sistemas: la manera en que se iteran, reproduciendo las diferencias. Algo así como preguntarse cómo sería un sistema científico o académico que ya no procesara ni recurriera a la distinción entre saber y no saber. ¿Cómo sería una vida vebleniana que ya no trabaje en el nicho de prestigio de bienes excluyentes consumidos por productores? ¿Cómo sería un cono sin altura? ¿Una montaña sin gravedad? ¿Un silencio sin miedo a la soledad? La alterpoiesis es una operación dentro del sistema cuestionando sus posibilidades mismas de existencia. Es dejar de ver al sujeto como sujeto, para verlo como el precipitado encarnado de redes de diferencias objetivadas que nos hacen vivir lo que vivimos.

O dicho de otro modo:

Alterpoiesis es la aceptación de la idea de que no saldremos de aquí indemnes, a menos que nada salga indemne. En el remolino de olvidos y tapaderas que es nuestra piel social no se consuma ni se precipita ninguna identidad que vaya a durar ni que vayamos a reencontrar en el fondo de un sueño límpido. Y esto no es un performativo ni un mero acto bautismal de reconocerse como un otro, ni se trata de simplemente comprometerse a operar todos de otra manera, con independencia de cómo hayan sido las cosas hasta aquí. De esas necedades ya estamos hasta el tope. Histéresis. Memoria de las operaciones del sistema. No saldremos de aquí indemnes hasta que no veamos al sistema como lo que es. Un cadalso de vidas veblenianas, estrujándose hasta el límite.

No saldremos de aquí hasta que no nos preguntemos si este sistema de reconocimientos entre pares competidores, que nos ata a una expectativa de sortijas entre escupitajos y de dádivas que provienen de aquellos de quienes justamente más desconfiamos, no es un sistema viciado que tiene que ser repreguntado masivamente, perturbado y obstaculizado operacionalmente como forma de poner en cuestión nuestras mismas condiciones de existencia.

Para operar alterpoiéticamente, en esta vida vebleniana y violenta entre campos disciplinares, los nexos institucionales tienen que estar listos para intervenir poniéndole nombre a los valores y a las posiciones, hablando de miserias y sombras, hablando de elementos indómitos y fuerzas ocultas, hablando de maridos y amantes, hablando de socios políticos y compañeros de parranda, hablando de pares y amigos, hablando de votantes y mecenas, hablando de mentores y favorecedores, hablando de todo aquello que ha amañado al sistema como lo que es, un plexo de nombres y valores y posiciones y modos de producir discurso. Antígona revisitada de una manera kafkiana, explorando las contradicciones ineliminables en torno a las formas de los sentidos de pertenencia. Pero hablar así es ilusionarse con la idea del poder hurgándose sus propias entrañas, sin ningún criterio de realidad. No ocurrirá, al menos mientras el sistema siga siendo esto que es.

O, de mínima, tomemos provisoriamente como orientación el siguiente criterio de demarcación: si el discurso sobre el discurso y la violencia no puede ponerle nombres a los valores y posiciones, o valores y posiciones a los nombres, entonces este discurso poco puede hacer más que tramitar su propia e indolora decadencia, y no es un discurso sobre la violencia, o la suya es una forma depurada y aletargada de la violencia.

La fuerza oculta de Veblen es la cosa secreta de Droste. El elemento recóndito del saber es que el saber se las arregla para perpetuarse como diferencia. Como diferencia percibida y disfrutada, que vuelve tanto más difícil renunciar a la percepción y al disfrute, cuanto más tiempo se pasa en las alturas de la montaña, en la perspectiva del cono, de este lado de la sartén. Produce acostumbramiento, hasta volvernos insensibles, máximamente indiferentes, como los buenos sistemas, cuando reducen tanto el entorno, que al final solo nos estamos prestando atención a nosotros mismos, o a los que dependen de nosotros, o a los que son como nosotros, para contarles noticias de un mundo que no somos nosotros, pero que podríamos ser.

La conciencia manifestante, declaratoria, comprometida, a voz en cuello y con la mano alzada que vocifera todas sus verdades no es más que una parte de la conciencia de lo delicado de la situación. Es una de las audiencias redundantes. Del otro lado la mayoría silenciosa, sedimentaria, inerte pero activa, espera el momento propicio para vampirizar la victoria o vengar la derrota, por el puro ejercicio del poder en las undécimas horas. Y unos y otros dirán siempre lo mismo. Lo hacen porque pueden, con impunidad, oligopólica y oligopsónicamente, y porque es lo requerido para todos aquellos que caminan con sigilo reconociendo el terreno y las líneas de falla, porque a fin de cuentas lo que más les importa es durar, sobrellevando la gravedad de las cosas.

Tanto para tan poco: solo puede romperse el sistema rompiendo el sistema. Pero no desde afuera, causalmente, sino frustrando su iteración operacional vebleniana. En ese punto el sistema ya no será sistema. Pero no podemos quedarnos esperando a los de la baldosa floja. O a los sin recursos. Solo pueden hacerlo quienes controlan el procedimiento. Y claro que no lo harán, porque implicaría una cancelación y anulación de todo lo que precariamente constituye a la identidad en este campo: un valor asociado a una posición y un nombre.

Pero al menos tenemos una contraprueba para medir cuándo nos están hablando en serio: la forma alterpoiética de intervenir en este proceso iterado implica conocer muy bien el diseño operacional del sistema, recolectar los datos del campo que muestran el rastro basal del sistema, con sus valores, sus posiciones y sus nombres. Quién hizo qué, dónde.

Perturbar. Obstruir. No operar. Detener el curso de la iteración. Desde adentro.

Porque si esto no ocurre, estamos ante un mero palabrerío, una reacción pasajera provocada por el miedo a la soledad, un experimento de Asch en el que una turba de victimarios nos da a elegir que clase de tortura nos complace más, una ventolera sin sentido ni dirección en la espiral del silencio.

Y si esto ocurre entonces ya nada más puede ocurrir. Nada más dentro de este sistema. Por alterpoiesis, simplemente, habrá que enlazarse a una nueva realidad en la que tal vez surjan otras formas de respirar y caminar estas pendientes, sopesando siempre el riesgo y atendiendo a la gravedad de las cosas, pero desligando de una buena vez a los espíritus de todas estas fuerzas ocultas que aislan con miedo a través de estas formas enfermas del saber.

Antígona desde Kafka. Esto solo puede hacerse desde dentro. Para que no haya más adentros. O para que los adentros que haya sugieran la intimidad y el elemento indómito que solo puede brindarnos la fuerza visible de la compañía y el deseo de una suerte conjunta por fuera de la vida vebleniana.

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2 respuestas a Alterpoiesis: sistemas veblenianos, violencia de género y campos disciplinares

  1. omar murad dijo:

    Al fin de cuentas el problema parece ser siempre el mismo ¿cómo hacemos para desacoplar los goznes que hacen girar la iteración del sistema? ¿es posible la alterpoiesis desde el interior de un sistema dado? Y de ser posible ¿cuántas actos de alterpoiesis, cuántos nuevas iteraciones se requieren para detener el mecanismo? ¿Alcanza con una sola, un solo agente puede hacer saltar la máquina por los aires? Cuánto más lo pienso, más me parece que cambiar un sistema como el que aquí está descripto requiere a su vez modificar la iteración del sistema próximo al que se acopla y que de alguna manera lo contiene, y eso requiere a su vez modificar el otro sistema al que este último se acopla y lo contiene, y así… Y en el nivel capilar donde todas las diferencias se perciben como una única diferencia, esa que nos permite ver con todo el cuerpo que hay una distancia entre un agente que ocupa una posición relativa de privilegio sobre otro agente, una asimetría o relación de poder, que curiosamente incita al que está abajo a repetir el modelo del que está arriba, allí donde las palabras huelgan porque están acompañadas de mil gestos que refuerzan la distancia, ¿qué hacer con eso? ¿Forma parte de la ontología de la acción o esa es también otra iteración a la que estamos demasiado acostumbrados? En fin. gracias por tanto.

  2. Como alumno me debía a mí mismo la indagación de este sitio desde hace años. Me alegra haber podido leer aunque sea algunas páginas. Lo que vi da cuenta de un montón de perspectivas un tanto desconocidas (hablo por mí, claro) que logran ser unidas y ahora aparecen obligadas a estarlo. Se ve que hay muchísimo trabajo puesto y que ese trabajo no es arbitrario o un obrar por el obrar mismo. Se iluminan y enriquecen maneras de entender la reproducción de sistemas de los más variados, pero en particular los de poder, que nunca deberían escaparle al investigador. Deseo la mayor difusión de estos escritos, haré la microdifusión que esté a mi alcance

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