Supuestos y presupuestos: financiamiento de la salud y la educación (2007-2019) en Ciudad y Nación

En los últimos tiempos ha circulado de manera profusa una serie de gráficos que toma la saga descendente del presupuesto de Salud y el de Educación dentro del Presupuesto porteño, como forma de aproximarse a los sesgos de política del gobierno local. Mi intención en lo que sigue es mejorar el tipo de análisis que se hace, que por momentos se presenta reduccionista o sin matices. El punto de arranque, entonces, es que medir función contra presupuesto total es una mala parametrización del gasto estatal, porque es indiferente a los sesgos y signos (expansivos o contractivos) de aquello contra lo cual se mide el gasto social.

Como tuve ocasión de mostrar en ocasión de analizar la evolución del financiamiento de la función CyT (aquí) «la medición de la función contra el presupuesto no es una parametrización eficaz, ya que la relación depende de demasiados factores que no están atados a la evolución de la función en términos reales. La relación CyT / Presupuesto tiene una línea de tendencia a la baja en todo el período, con independencia de si la función crece (2007-2014) o cae (2016-2019). Esto se debe no solo a la política hacia el sector, sino también al sesgo implicado en el radio de acción estatal (la orientación expansiva o contractiva de la política presupuestaria). La participación de la función puede caer debido a un crecimiento de la función en un contexto de crecimiento del presupuesto mayor aún (como ocurrió hasta 2014) o puede caer porque se contrae aún más rápido de lo que lo hace el presupuesto en un momento de achicamiento. En este punto el indicador se revela demasiado ineficaz como para servir de referencia».

Lo que cuenta entonces es el gasto real, y para eso se tiene que medir el poder de compra del presupuesto para gasto social, y para ello hay que construir una serie y deflactar para obtener índices que trasciendan la elevada nominalidad de la economía argentina.

El presente gráfico presenta de manera superpuesta la evolución de las políticas nacionales (líneas) y de la Ciudad (columnas) respecto de la inversión presupuestaria en Salud y Educación en el período 2007-2019. A diferencia de muchas presentaciones gráficas, no trabaja con el porcentaje del gasto respecto del total del presupuesto, sea de la Ciudad o de Nación, por entender que se trata de una forma muy defectuosa de interpretación de la información presupuestaria. Lo que se representa aquí es la evolución real del gasto en salud y educación de acuerdo con la información presupuestaria según finalidad-función, deflactada para obtener un número índice que se relaciona con la base establecida en el año 2007.

En esa evolución se reconocen claramente tres períodos: en primer lugar se aprecia la continuidad de la mejora respecto de los niveles propios del período inmediato posterior a la crisis de salida de la Convertibilidad. En segundo lugar asistimos a un período de clara divergencia entre las políticas nacionales y las locales, de manera que se instaura una brecha de inversión pública que fluctúa entre los 18 y los 50 puntos básicos relativos al año índice fijado en 2007. Finalmente, en el momento en el que la política presupuestaria para estos sectores clave de los servicios sociales se vuelve armónica por converger bajo el mismo signo político en 2015 se aprecia una rotunda desinversión en términos reales. El primer período llega hasta 2011. El segundo hasta 2015. El tercero hasta el 2019.

En este sentido puede verse que el macrismo como un todo operó como un vector que divorció la política hacia el sector fijando un ancla presupuestaria que intentó contener la inversión en salud y educación, aplanándola en términos reales desde tan temprano como 2011, y apostando a una franca involución desde 2017. Al final de su mandato presidencial el macrismo convalida niveles de gasto equivalentes o inferiores a los de 15 años antes, cuando se acababa de salir de una de las mayores crisis económicas de la historia argentina.

Vayamos más en detalle, ahora en lo que tiene que ver con los índices de gasto en educación y salud a nivel nacional, para observar las propiedades del tramo K y del tramo M en lo concerniente a la variable gasto por finalidad-función dentro de los presupuestos ejecutados entre 2007 y 2019.

A nivel nacional el gasto en educación en términos reales se incrementó significativamente hasta 2011, amesetándose dentro de una tendencia oscilante hasta el año 2017. Desde ese momento declina de manera vertical, descendiendo 30 puntos reales en 2018 y más de 20 en 2019. La contracción resultante no registra antecedentes en la historia presupuestaria argentina, devolviendo el volumen presupuestario destinado a Educación a umbrales similares a los de la crisis de salida de la Convertibilidad. En términos reales en 2019 se destina 10 puntos porcentuales menos que 12 años antes, revirtiendo por completo el ciclo político más extenso de ampliación de recursos del sector en la historia argentina.

La secuencia para el gasto nacional en Salud registra una figura un tanto distinta: un alza sostenida hasta 2015, alcanzando una cota 78 puntos porcentuales por encima del valor base para 2007, en términos reales. Desde ese momento y con la excepción de 2017, la nueva gestión se propuso desinvertir en el sector, provocando una contracción en términos reales de 38 puntos en solo dos años, lo cual es notable dada la conocida inercia del gasto en salud respecto de los diversos estímulos económicos. El impulso dado al gasto en Salud en la primera etapa de marcado crecimiento, supuso una modificación rotunda de la política hacia el sector respecto de períodos precedentes. La política ulterior macrista devolvió el gasto real a umbrales semejantes a los de 2011. Una auténtica década perdida.

A nivel local la secuencia muestra rasgos tendenciales divergentes.

La política macrista hacia la Educación acompañó de manera desigual el estímulo dado hacia el sector hasta 2011. Ese año alcanza su máximo histórico, situándose casi 40 puntos porcentuales por encima del año base 2007. Desde ese momento registra una franca involución por etapas, más tenue hasta 2017, y luego con una aguda pendiente descendente que liquida todo lo ganado en los primeros cuatro años del período analizado. En términos agregados la secuencia supone revelar la rotunda desinversión hacia el sector por parte del gobierno local en la última década, con especial énfasis en los últimos dos años. En 14 años el macrismo no ha conseguido ningún avance sustantivo en la política hacia el sector, devolviéndolo a registros más propios de uno de los períodos más críticos de la historia económica argentina. En 2019 el valor del índice se encuentra en el mismo punto en que se encontraba en 2007.

Finalmente, en lo concerniente a la política de salud el gobierno macrista replicó, a una escala mucho más modesta, el incentivo expansivo de la política presupuestaria del gobierno nacional hasta 2015. Pero mientras a nivel nacional el incremento real fue de casi 80 puntos, aquí se trató de un avance de 29 puntos en términos reales hasta el año 2017. La mayor parte de ese avance se dio en los primeros cuatro años, estancándose en una ligera tendencia al alza en los años subsiguientes. La debacle nacional acontecida desde fines de 2017 y comienzos de 2018 destruyó cualquier avance en tal sentido. En 2019 el gasto real en salud es casi 3 puntos porcentuales inferior al del año base, lo que implica de manera idéntica a lo señalado respecto de las otras variables, una rotunda desinversión en el sector.

Hay que mencionar que exactamente la misma secuencia puede verse para lo que fue el gasto en Ciencia y Técnica durante el período analizado.

Por supuesto, toda cuantificación presupuestaria es una primera aproximación tentativa, que siquiera mide la calidad del gasto y los criterios de orientación política que priman. A lo que apunto es a mostrar que durante un tramo el macrismo, como se lo reprochan aquellos sectores que están todavía más a la derecha (aunque cueste creerlo), no implicó en absoluto una caída del gasto real en educación y salud, a nivel local. Pero el incremento fue solo parcial y de manera renuente siguiendo una política de signo expansivo más general, que encontraba en Nación su vector clave.

El divorcio se da en una segunda etapa, cuando la diferencia entre el nivel de base nacional para los rubros de gasto social y el nivel de base local se ensancha rotundamente, hasta alcanzar los 40 puntos base. Desde 2015, y desmintiendo toda retórica en contrario, se asiste a un derrumbe programado que devuelve casi todas las variables a niveles más propios de los años críticos posteriores a la salida de la Convertibilidad.

Pero acaso no importe demasiado. El macrismo es una sensibilidad política que nació casi como una ejemplificación de eso que Giorgio Macri, el abuelo de Maurizio, soñaba fuera el Frente del Uomo Qualunque. Su qualunquismo es corto de miras y le interesan poco los argumentos. Hasta el medio pelo le parece largo.

Como asociación libre de intereses particulares restringidos a lo que cada cual puede pagar de su propio peculio, ve en lo público una carga y una esfera que no comprende. Esa sensibilidad no es hostil al gasto público, solo a su función. Si conviene a los negocios o discurre mansamente hacia la esfera privada (en forma de subsidios a empresas, contratos amañados, sostén irrestricto y expansivo de las escuelas de gestión privada, multiplicación de cargos directivos y jerárquicos en el mismo ámbito estatal) no es un problema.

Como se observa en los gráficos, buena parte de la carrera del macrismo a nivel local, en un mandato continuado que ya lleva 14 años y no parece inquietar a los republicanos temerosos de una eternidad cristinista que duró menos, supuso una ampliación del gasto, no de su función, y fue también consistente con su derrumbe, en la medida en que dependía del esquema inconsistente construido por el macrismo a nivel nacional, el cual implosionó a principios de 2018 sin que sus votantes tendieran a registrarlo hasta 18 meses después (y algunos ni eso). En 2019 el derrumbe era tan grande que el alza real generado a nivel nacional por el kirchnerismo en los años precedentes había sido nulificado en Educación y había sido reducido a la mitad en Salud; a nivel local, mientras tanto, es como si el macrismo hubiera introducido un qualunquismo estadístico que nos ha dejado detenidos en el universo presupuestario de 2007.

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

Síntesis de la evolución presupuestaria CyT 2019-2021

El período 2019-2021 muestra el final de un recorrido descendente, impactado por la implosión del modelo macrista en 2018-2019, la extrema tensión introducida por la situación pandémica y la restricción presupuestaria en 2020, y un comienzo de reversión de signo de cara al 2021. Los datos de 2020 muestran un inestable equilibrio, aunque todavía falta considerar el efecto de la retrasada paritaria 2020 y lo que se añadirá por el mismo procedimiento en 2021, lo cual permite suponer que los números de incremento real, sobre todo para el CONICET, serán aún mayores.

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

Observaciones a la Ley de Economía del Conocimiento

El presente análisis está basado en la versión elevada por diputados del proyecto de Economía del Conocimiento, por lo que no incorpora los cambios que se introdujeron en el Senado. Aún así, el conjunto de estas observaciones se sostiene, ya que ninguna de lo que aquí se consideran graves falencias e inconsistencias  del  proyecto  se  han  corregido.  Tan solo  se  han  morigerado,  mediante  el  expediente  de  la  segmentación  fiscal,  algunos  de  sus  peores  vicios.

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

Evolución sueldos y empleo CyT – Una perspectiva sistémica y comparada 2007-2020

El presente análisis tuvo por finalidad hacer un seguimiento de la evolución tanto de los salarios reales en el sistema de ciencia (SNCTeI), principalmente en el Conicet, comparando la misma respecto del resto del empleo público y el empleo privado.

Posteriormente se enfatizó en la dinámica de crecimiento de la planta del Conicet, mostrando su secuenciación inarmónica, posteriormente en su estancamiento y finalmente en su declive.

Se finaliza en una perspectiva comparada, mostrando cómo el tímido avance y expansión de la base cuantitativa del sistema en los últimos 13 años palidece ante el avance de las plantas de sistema en los países OCDE (incluso mostrando un deterioro importante cuando se hace la comparación respecto de países como Portugal o Grecia, que están lejos de ser los más avanzados del conjunto).

En estas condiciones la discusión a futuro debe parametrizar de manera acorde las bases cuantitativas y cualitativas del retraso relativo del SNCTeI en cuanto a recursos humanos y a su remuneración.

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

Análisis evolución Función Ciencia y Técnica e inversión en I+D (2007-2020)

El siguiente es el análisis de la evolución de la Función Ciencia y Técnica y de la I+D en el período 2007-2020, presentado en la sesión informativa convocada por la Comisión de Ciencia y Tecnología e Innovación Productiva de la Cámara de Diputados, el pasado 28 de septiembre. Tal sesión tenía por finalidad discutir los diversos proyectos relativos a sancionar una Ley de Financiamiento para la Ciencia que circulan en este momento en el ámbito legislativo.

El conjunto del  análisis aquí presentado está encaminado a enfatizar las líneas de tensión que recorren el sistema científico argentino, entre las cuales menciono 1- la irregularidad del financiamiento presupuestario en los últimos años (producto de cambios de signo político, pero también de ciertas limitaciones vinculadas al carácter procíclico del esquema impositivo que financia los diversos mecanismos de acción estatal en el país), 2- la inexistencia de una contraparte privada que contribuya sustantivamente al desarrollo científico, producto de ciertos rasgos típicos en los que se da la inversión y en los que se desenvuelven los ciclos de acumulación en nuestro país y 3- la “peculiaridad” del sistema científico argentino en una perspectiva comparativa que suele pasarse por alto.

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

Coronavirus, filosofía y el eterno retorno triunfal de la teleología de la historia

Muchos filósofos están manifestándose acerca de los efectos del coronavirus. Es casi un rasgo de una de las formas de entender la “profesión”: expedirse rápidamente sobre lo que está ocurriendo, intentando encontrar un sentido añadido o alguna conexión que habilite una perspectiva que se considera “distinta”, aunque no necesariamente lo sea. En esta idea algunos filósofos realmente importantes como Slavoj Žižek, Byung Chul Han, Roberto Espósito o Giorgio Agamben se han expresado sobre la pandemia y las consecuencias que tiene.

El que arrojó la primera piedra, por así decirlo, es el filósofo italiano Giorgio Agamben, quien en febrero señaló que la emergencia del Covid-19 marcaba una vez más la tendencia creciente a utilizar un régimen de excepcionalidad como forma normal de gobierno. Por supuesto lo que dijo es mucho más complejo que esto, pero en primera instancia sus declaraciones fueron leídas como si redujera el Covid a “una especie de gripe”, que es utilizada por los gobiernos para limitar las libertades en el nombre de un deseo de seguridad que viene investido con la urgencia de un tema de salud pública.

En líneas generales la discusión se polarizó en torno al problema del estado de excepción (una figura tradicional del derecho constitucional que fue recuperada por Agamben en trabajos anteriores), que versa sobre el tema de las libertades en contraposición a los requerimientos públicos de ciertos umbrales de seguridad, por lo que las intervenciones estatales en lo atinente a las políticas de salud pudieron ser leídas como afectaciones a la vida de los individuos.

Podemos decir entonces que tanto por izquierda como por derecha apareció tempranamente el recurso a la figura de un “Gran Gobierno”, o una pesada imposición estatal -la hoy famosa tapa de The Economist resulta indicativa al respecto-, y junto con ella, y oponiéndosele, una narrativa enfocada al aspecto inevitablemente colectivo de la vida social, el hecho de estar enlazados en las circunstancias que nos toca vivir y que, de cara al carácter común del lazo social, nadie puede realmente encarar individualmente este asunto como mera afectación de derechos particulares de las personas. La idea central en esta línea es la declaración de Agamben de que “una sociedad que vive en un estado de emergencia perpetua no puede ser una sociedad libre”.

Otra arista se vinculó con la cuestión biopolítica, conocida desde la obra tardía de Michel Foucault. Para Roberto Espósito el coronavirus expone con claridad que todos los conflictos políticos y sociales actuales “tienen en el centro la relación entre política y vida biológica”, y que el gobierno es por sobre toda las cosas la administración de los cuerpos, en la que en estos momentos se vuelve evidente cómo el discurso y el saber médico se invisten de tareas de control social.

Como forma de “control”, no obstante, no queda del todo claro quién sería el beneficiario de tal gestión, ya que el mismo Espósito reconoce “la descomposición de los poderes públicos” (tal como puede verse en Italia o, por caso, de manera más cercana, la balcanización de las políticas públicas sobre el Covid en Brasil). Por caso, en algunas interpretaciones el impacto de la pandemia es tal que obliga a reformular la lógica misma del capitalismo, una suerte de catalizador que detona y pone en blanco sobre negro las contradicciones del sistema. Para el filósofo esloveno Slavoj Žižek, el coronavirus junto con su carga de muerte y dislocación social “detona las epidemias que estaban latentes en nuestra sociedad”: la explotación, el racismo y las diversas formas de ideología que atraviesan nuestra situación contemporánea.

En sentido opuesto se manifestó el filósofo surcoreano Byung Chul Han, negando que el coronavirus haya asestado al capitalismo un golpe mortal, y afirmando más bien que refuerza algunas de sus facetas más totalitarias. Lejos de provocar una “revolución viral”, el virus nos aísla e individualiza, dificultando la generación de vínculos colectivos fuertes. Para Han, el modelo de control de la difusión pandémica es el de la exacerbación de la vigilancia digital y el recurso a técnicas inéditas de control poblacional (principalmente a través del uso de big data y el control de redes para intervenir en los modos de interacción ciudadana). De esta manera, si es que hace algo, el coronavirus y su efecto pandémico se insertan sobre una sociedad desigual y refuerza todos sus sesgos, mediante nuevos procedimientos en los cuales la tecnología, en caso de contribuir de alguna manera, lo hace por la negativa.

Otros pensadores, como el lingüista y filósofo Noam Chomsky o la filósofa Judith Butler, han llamado la atención sobre la difusión pandémica en sociedades cuyos sistemas de salud han sido atacados por políticas de sesgo neoliberal proclives a la desregulación y los puros “incentivos de mercado”. En este marco de maximización de ganancias, como también señaló Han, la muerte se distribuye de acuerdo al status social, perforando las bases de la sociabilidad democrática. La privatización de la muerte converge con la privatización de la supervivencia, en forma de apropiación desigual de patentes por parte de grandes corporaciones y la consideración de las vacunas como salvoconductos en la emergencia, a los que se accede únicamente en función del poder pecuniario de los individuos.

Sin detenerme a valorar cada una de estas propuestas por separado, lo que a mí en particular me interesa es cómo el coronavirus marca una nueva oportunidad en que se reitera esa necesidad percibida, ante un proceso histórico, de encontrar un sentido, de extraer una inteligibilidad distintiva que, a la vez, remita a un proceso temporal más amplio (“la historia como un todo”) y permita orientarse en la intervención en el presente (“lo que hay que hacer”).

Justamente esas dos direcciones son las que estructuraron la aparición de la filosofía de la historia en la segunda mitad del siglo XVIII. En ese momento surgieron lo que luego fueron conocidas como filosofías especulativas de la historia, interrogaciones amplias acerca del sentido, pauta y propósito de la historia. La marca del pensamiento filosófico en aquel entonces era que la historia no podía estar entregada al acaso, a la contingencia, al puro suceder, y que tampoco podía explicarse por recurso a entidades o poderes externos a ella.

Un ejemplo de ello es el Terremoto de Lisboa de 1755. Porque ante ese evento, como ante los grandes procesos históricos, y en este caso, en 2020, situados ante esta pandemia, surgen preguntas del tipo ¿Por qué Lisboa?, ¿por qué en ese momento?, ¿qué sentido tiene el sufrimiento de los lisboanos en 1755?, ¿a qué fin tributa todo eso? La angustia del contemporáneo de cara a un proceso histórico radica en que no puede dejar de preguntarse por ello, y al mismo tiempo no tiene los elementos para dar con respuesta alguna. En autores como Voltaire o Kant, a lo que asistimos es a un intento de explicación racional, abandonando la idea de que “vivimos en el mejor de los mundos posibles”, y al mismo postulando la idea de que es necesario remontar las causas de los fenómenos a factores inmanentes a la historia, renunciando con ello el recurso a la justificación sobrenatural (“esto ocurrió porque el Destino, o Dios, así lo quiso”).

Ciertamente, queda por ver qué tan cerca y qué tan lejos estamos de aquello afirmado por Hegel en sus Lecciones de filosofía de la historia de que “la consideración filosófica no tiene otro propósito que el de eliminar lo contingente (…) Es necesario llevar a la historia el pensamiento de que el mundo no está entregado al acaso”. Erradicar el acaso y la contingencia, en este sentido, implica preguntarse por la necesidad y el sentido inexorable de las cosas, en la forma de una racionalización que vuelva tolerable el sufrimiento y el padecimiento a lo que nos expone el devenir histórico. Implica tener una respuesta a la pregunta que el mismo Hegel realiza unas páginas más adelante en el mismo texto: “¿a quíen, a qué fin último ha sido ofrecido este enorme sacrificio?”. Esta pregunta es la que enmarca la orientación a fines, teleológica, de este tipo de pensamiento.

Nuestra época es mucho más proclive a tolerar la contingencia y el pensamiento del acaso, sopesar la incertidumbre y la idea de que no hay un fin último, porque acaso ya no tenemos el confiado optimismo racionalista y teleológico de Voltaire, Kant o Hegel. No podemos ya ser modernos en el sentido en que ellos lo fueron.

Pero en circunstancias como éstas re-emergen estas inclinaciones modernas, que buscan remontar los fenómenos a causas claramente delimitadas, que pongan más allá de todo umbral de incertidumbre el valor de aquellas preguntas tan kantianas que pese al tiempo transcurrido siguen siendo tan propias de la época: ¿qué puedo conocer? ¿qué debo hacer? ¿qué me cabe esperar?

En esa inclinación la planicie del presente se extiende a la sombra de un futuro en el que todavía se espera la promesa de una destinación colectiva, el murmullo de un sentido, el consuelo de una melodía reconocible en la cadencia del tiempo.

En este sentido me resultan notables tres tendencias del discurso sobre el coronavirus en la esfera pública. Primero, la orientación a marcar el componente especulativo de la situación pandémica, que se hace converger con el hecho de su supuesta inexorabilidad (“algo que iba a ocurrir en virtud de…”). Por supuesto el pensamiento acerca de lo inexorable encuentra difícil ponerse de acuerdo con otros en el carácter de esa inexorabilidad. Por regla general el factor que vuelve inexorable a este proceso suele coincidir con lo que el hablante cree que es la clave de la sociedad contemporánea: el clasismo, el carácter cosmopolita, el patriarcado, la violencia, la máscara ideológica, etc. El fenómeno es conducido hoy a la lógica de la necesidad, pero ayer mismo resultaba absolutamente imprevisible.

Al respecto me resultan interesantes los pensamientos de Yuri Lotman en Cultura y explosión, su postrero libro de 1992. No puedo reponer aquí la complejidad de su pensamiento, pero básicamente lo que dice Lotman es que tendemos a pensar la cultura como un continuo estructurado y codificado que deriva sus diversas realidades de estados antecedentes. La idea de la explosión en Lotman es que justamente eso a veces se torna imposible, ya que en ocasiones no hay continuidad, no hay posibilidad de rastrear o remontar el río de las causas hasta sus orígenes, porque en la dinámica de la cultura intervienen factores imprevisibles. ¿Quién podía prever hace unos meses estas realidades de barbijos sofocantes y muerte diseminada en ciudades de calles desiertas?

Ahora bien, con posterioridad a esta irrupción, la mente opera suturando las brechas. Retrospectivamente encontramos antecedentes que creemos oportunos para explicar las cosas, y generamos un nuevo sentido de realidad que “explica” lo que nos está pasando. En este punto la cultura requiere tanto el pensamiento de la continuidad como la explosión, y a lo que nosotros estamos asistiendo hoy en día es a expresiones, filosóficas o en el día a día, que intentan generar esa continuidad explicativa después del estallido. En este sentido no encuentro más valor a las opiniones filosóficas antes presentadas que el de intentar generar un sentido en una época explosiva que, por si fuera poco, viene precedida por una larga etapa de denuncia de las estrategias de generación de sentido.

En segundo lugar luego de que los fenómenos son vistos como necesarios o inexorables (o que podían ocurrir), se los reintroduce en el discurso mediante dos procedimientos que tienen por finalidad establecer las formas pensables de la intervención en la realidad presente. Tematizaciones del tipo de las del cisne negro (término popularizado por Nassim Taleb en 2001 y 2007) nos hablan de lo que no podemos conocer, los unknown unknowns. La idea aquí es que hay cosas que sabemos que sabemos, también hay cosas que sabemos que no sabemos y desafían nuestro pensamiento actual. Y luego hay cosas que desconocemos que desconocemos, y ante las cuales no podemos hacer nada. Cuando esas cosas ocurren todos nuestros paradigmas de pensamiento crujen.

Pero esta idea del cisne negro prejuzga sobre la naturaleza de lo esperable, que la mayoría de las veces está puesta en discusión en la vida en sociedad. Lo que para uno es imposible para el otro es una posibilidad entrevista y por explorar. En este sentido, lo que el coronavirus está realizando, como dinámica de pandemia y contagio, es modificar los márgenes de factibilidad, alterando los límites de lo que se considera posible. Solo por dar un ejemplo, en el ámbito de la política económica y la creación estatal de dinero (emisión monetaria) asistimos a un período de inédita creatividad en la que los límites de factibilidad se están desvaneciendo día a día. Es decir, la racionalización novedosa de lo antes tenido por improbable modifica el sentido de las posibilidades de acción en el presente. El resurgimiento de divergencias notables en lo que se considera factible permite entrever el surgimiento o intensificación de un acendrado faccionalismo político a cuenta de las inexorabilidades rastreadas por cada facción. Quizás lo que suceda con posterioridad a la continuidad y la explosión del coronavirus sea no otra cosa que el retorno del costado más filoso de la política.

Y finalmente, creo que la percepción de que estamos entrando en terreno desconocido en la dinámica cultural refuerza la necesidad tanto de hablar de lo inexorable del proceso como el hecho de que se atribuye cierto carácter heroico a las más diminutas y simples tareas cotidianas. El recurso propagandístico al “ser héroe” y el registro de pequeñas heroicidades está a la orden del día, de una manera que no puede dejar de causar asombro. Todo se tiñe de un tono grandilocuente y magnánimo, una semblanza de gestas y resistencias imperceptibles, así sea que lo que hacemos es quedarnos en casa o dar una clase virtual. En este tipo de escenificaciones se explota lo que Richard Rorty llamó “el deseo de afiliarse a algo más grande que uno mismo”, el hecho de sentir que uno está colaborando en una labor ciclópea de talante virtuoso en un mundo desequilibrado.

Se trata de una percepción trágica del mundo (con sus desequilibrios, sus víctimas, sus procesos impersonales, sus héroes y sus defecciones) que ayuda y orienta en la práctica, aunque al riesgo de groseras simplificaciones. La tragedia ciertamente muestra las vicisitudes y padecimientos de un héroe mientras el mundo ve violentado su equilibrio, violencia cuya intervención heroica no hará más que reactuar y fortalecer, pese a toda intención en contrario. En este contexto, y hasta que arribemos a la nueva normalidad, parece leerse este curso de experiencia como una tragedia, y colegirse que ya que se trata de una tragedia en algún lado debe haber héroes, siendo lo más probable que esos héroes seamos nosotros mismos.

Pero hete aquí que la tragedia es la epifanía de la ley, una rapsodia de lo inexorable, un embellecedor relato que cuenta la caída de la víctima propiciatoria desde la perspectiva de quienes postreramente aprenden de ella. Si hay tragedia es porque hay asimetría cognitiva, y si aprendemos es porque los héroes no somos nosotros.

En definitiva, no estoy seguro de la conveniencia de concebir este curso de acción de esta forma. Y de manera adicional, considero que como docentes, científicos o ciudadanos esta perspectiva nos reintroduce en el ciclo de la orientación a fines, del sentido y la finalidad, la tan moderna y desdeñada teleología como meta postrera a la luz de la cual se consideran nuestros modestos sacrificios.

Quizás, de alguna forma, todo esto es muestra de que seguimos encontrando repugnante el acaso.

Ciertamente la deseable contribución a la superación de esta emergencia sanitaria requiere la contribución de numerosos investigadores y la elaboración pronta de procedimientos que eviten lo peor de la pandemia. Pero no requiere en absoluto la codificación de esa labor como una gesta heroica en la que todo tipo de conocimiento y toda forma de investigación tiene que converger.

Los efectos del coronavirus están apenas desplegándose entre nosotros. Por lo pronto, y a la manera del Terremoto de Lisboa de 1755, ha disparado un conjunto de estrategias de generación de sentido que recostándose en formas clásicas del pensamiento moderno (especulación sobre inexorabilidades, teleología, racionalización de los márgenes de acción, recuento de heroicidades trágicas) deben aplicarse a nuevos contenidos. Creo que percibir estas continuidades no impide, de todas maneras, ser consciente de la explosión de sentidos que esta pandemia ha generado en la dinámica cultural.

A la manera de Lotman, creo que cualquier sentido de lo colectivo y de lo individual, cualquier orientación para lo público y cualquier regeneración de lo más íntimo y personal, tendrá que recostarse en este impreciso bamboleo entre la apropiación retrospectiva de los sedimentos culturales que lleguen hasta nosotros, y la clara conciencia de que algo totalmente otro nos está impactando como un efecto de irradiación desde este presente hacia un futuro plagado de innumerables noches de insomnio.

Publicado en Uncategorized | 1 Comentario

(Not) flattening the curve: Argentina entre Brasil y Australia

Ha pasado más de un mes desde el anterior análisis comparativo de la situación generada por el COVID-19 en una serie de países. Realizar comparaciones no es sencillo porque cada país genera sus propios datos siguiendo criterios heterogéneos, lo que va desde la definición de caso positivo, hasta la adopción de estrategias divergentes de testeo, aislamiento social e información de fallecimientos, por solo dar algunos ejemplos. Pese a todas estas dificultades pueden aislarse una serie de elementos y tentativamente proponer una mirada de conjunto.

Una de las primeras aproximaciones consiste en estimar la tasa de letalidad (muertos por cantidad de infectados). En un trabajo anterior había vinculado esa tasa con la población mayor de 64 años, sin que eso entregara una correlación de variables muy definida.

Pero aún así puede apreciarse la muy diferente letalidad entre los 6 países europeos más afectados por esta pandemia (España, Italia, Reino Unido, Francia, Bélgica y Países Bajos) y el resto. Si bien más recientemente España viene bajando su letalidad, sigue estando muy por encima de la media mundial, que al 20 de mayo es del 6,49%, producto de contabilizar 329.181 muertes y 5.079.896 infectados (se puede clickear la imagen para agrandar).

En este conjunto destaca el meteórico ascenso de Ecuador y el sostenido incremento de la tasa en Brasil y Estados Unidos. Desde que inicié el trabajo algunos países que no integran la muestra (como Rusia o Perú) han mostrado significativos incrementos.

En este contexto puede verse que la letalidad argentina es más bien baja, si bien todavía es elevada respecto de los países que parecen haber controlado la evolución de la pandemia de manera más eficaz (Corea del Sur, Australia). El caso chileno se presta a discusiones interpretativas que no quiero sostener aquí.

Por lo pronto ya desde hace dos meses intento comparar la curva argentina con el de un país de dimensiones similares y que adoptó políticas bastante semejantes (si bien un poco más laxas, en un contexto de aplicación federalizada de las restricciones de la cuarentena), cursando la evolución de la pandemia en el mismo hemisferio y con una pirámide demográfica bastante similar: Australia.

Por supuesto, a nadie escapa que Australia tiene una condición socio-económica mucho más holgada que la Argentina, pero en términos de política sanitaria y bolsones de pobreza significativos (en particular en relación con las poblaciones originarias del continente australiano) pueden establecerse algunas comparaciones.

En la anterior entrada, de paso, había establecido una nula o muy baja correlación entre gasto en salud o en investigación y desarrollo y letalidad (relación M/I entre muertos e infectados), que no es necesario repetir aquí en la medida en que la situación no ha variado.

Acto seguido lo que puede verse es la evolución de M/I a lo largo del tiempo, para esta muestra de países.

Lo que puede verse es el alza sostenida de M/I a nivel mundial, con un caso extremo en Bélgica, el ascenso de Ecuador, el progresivo estancamiento de España y el ascenso en serrucho de Brasil (línea punteada superior). La Argentina se encuentra entremezclada en el tercio inferior del gráfico (línea punteada fina).

Otro aspecto notable es la concentración de los casos. En el cuadro de abajo puede verse que Estados Unidos concentra más del 30% de los casos a nivel mundial, y que cinco países reúnen más de la mitad de los casos. La Argentina ha pasado de representar el 0,1% de los casos al 0,2% en el último mes.

La concentración implica también el desigual impacto de la pandemia en los respectivos sistemas de salud que deben lidiar con ella. En este contexto a los grandes países europeos epicentro de la pandemia, se añaden Rusia y Brasil. Turquía e Irán completan el cuadro de los 10 primeros puestos.

Otra forma de considerar comparativamente a esta muestra de países se vincula con el tiempo de duplicación de casos de infectados. La duplicación define una serie de umbrales y se mide la cantidad de días que se tarda en alcanzar cada umbral. En este punto puede verse que los tiempos de duplicación tienden a subir (en el gráfico coloqué todo en números negativos, para indicar la «caída» de la tasa de incremento de infectados), pero la cuestión es la pendiente de esa curva.

Naturalmente Estados Unidos encabeza todos los traspasos de umbrales, con una capacidad muy moderada de hacer caer la tasa de duplicación de casos, cosa que recientemente se inicia en las últimas semanas, con el virus ya muy difundido en la población. El segundo caso notable es Brasil, que está alcanzando a Estados Unidos en cuanto a incapacidad para morigerar la duplicación de casos. En el resto de los casos, con una notable excepción, se observan grandes progresos, aunque ya en umbrales muy avanzados. Reino Unido está en el umbral 12, duplicando cada 29 días. El resto de los países se encuentran en umbrales similares y duplicando por encima de los 40 días.

En umbrales más bajos encontramos la única excepción: Argentina. Puede verse (línea punteada) que nuestros avances en cuanto a tiempo de duplicación son modestos, y estamos duplicando los infectados cada 20 días. Este desempeño más pobre puede contrastarse con un país que está en el mismo umbral, nuevamente, Australia.

Una de las dos correlaciones más firmes entre M/I (letalidad) y variables asociadas se da respecto del impacto de la difusión de la pandemia («size matters»), es decir, el hecho de que la multiplicación de casos satura los sistemas de respuesta y eleva la letalidad. El resultado de todo esto es un incremento desproporcionado de la mortalidad (MM, muertos por millón de habitantes). En el gráfico de abajo se pondera la relación entre M/I y la tasa de infección por mil habitantes y se observa una correlación casi absoluta respecto de los muertos por millón. En este punto destacan los 6 países europeos antes mencionados, como los casos en que la difusión de la pandemia, ponderada por M/I, se correlaciona directamente con MM. Estamos hablado de cifras que van de 300 a 700 muertos por millón de habitantes.

Países como Brasil, Alemania, Dinamarca o Turquía se encuentran en un rango intermedio (en torno a 50-100 muertos por millón). En este contexto Argentina presenta una tasa de muertos por millón muy baja (8,9 MM).

La otra asociación significativa se da respecto de la tasa de inmunización contra la tuberculosis. La inmunización con BCG fue suspendida en la mayoría de los países europeos (una excepción notable es Portugal) en los últimos 40 años, permaneciendo en cambio en países como el nuestro.

Lo que se observa es una división en dos o tres grupos muy definidos. Los inmunizados con muy baja mortalidad, los parcialmente inmunizados con alta mortalidad y los sin inmunidad comunitaria contra la tuberculosis que a la vez presentan altísima mortalidad por coronavirus. La Argentina se encuentra en el primer grupo, definido abajo a la izquierda en el gráfico antecedente.

Finalmente, podemos ver de manera más acotada la evolución del virus en la Argentina si comparamos la curva local con el caso italiano, por ejemplo. Desde ya a nivel de acumulados totales de infectados, se observa una desproporción entre ambos países, a punto tal que cuesta ubicar en el gráfico la curva argentina. Sin embargo puede verse como la curva italiana lentamente se va achatando, en tanto la argentina comienza lentamente a elevarse.

Esto puede verse de manera más clara si se compara las curvas para ambos países de casos nuevos por día. En este punto podemos ver el serrucho descendente de Italia, hasta converger con valores de tres dígitos muy próximos a los que hoy en día presenta Argentina. En este punto la curva descendente italiana contrasta con la curva ascendente local.

En este último caso ambas curvas muestran la diferente evolución de una pandemia que se presenta desfasada en ambos países (se inicia mucho antes en Italia).

Comparemos ahora la curva argentina con el caso propuesto aquí, Australia. La curva de evolución argentina tuvo, en el comienzo, un desfasaje de 9 días (Australia alcanzó los 100 casos en 10 de marzo, Argentino el 19 de marzo).

En un comienzo Australia ingresó en una clara fase ascendente, en tanto la Argentina pareció controlar mejor la difusión del virus. Sin embargo lo que podemos observar ahora es que mientras en Australia se presenta la típica curva sigmoide que da cuenta del control local del virus, en la Argentina, sin que podamos hablar de la dinámica explosiva que tuvo Italia o la que tiene ahora Brasil, estamos asistiendo a una fase ascendente preocupante.

 

Eliminando el desfasaje y empalmando ambas series (izquierda) se observa que desde hace aproximadamente una semana la pendiente argentina se inclina de manera pronunciada, contrastando con la evolución de la curva australiana.

Esto se manifiesta también en las respectivas curvas de casos diarios, en la que puede verse que la Argentina evoluciona en serrucho hacia un nuevo y elevado nivel, en tanto Australia hace converger la curva hacia un nivel consistente con la previsión de un control de la epidemia por achatamiento de la curva.

Nuevamente, no somos ni Brasil ni Italia ni Estados Unidos. Los logros argentinos en la contención del coronavirus son, por el momento, ostensibles. Pero el caso australiano muestra las dificultades por venir y la diferencia entre achatar la curva y meramente lidiar con ella.

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

Alterpoiesis: sistemas veblenianos, violencia de género y campos disciplinares

(por supuesto, nada de todo esto reemplaza el sufrimiento instanciado en tantos cuerpos, la angustia recorrida en tantas esperas que hacen al camino crítico, la violencia contenida en los pasillos, la invisible brutalidad de un procedimiento iterándose de manera inadvertida, con la contribución involuntaria de todos cuantos vienen a intentar contrapesar la insoportable consistencia de un sesgo. Por supuesto que infinitas notas personales podrían invocarse aquí, como forma de una ramificación de la literatura del yo, que es más yo que literatura, quizás como síntoma del abuso de la época. Pero no vengo a hablar de mí, ni de los que me duelen. Me interesa pensar por qué esto que ocurre y que al parecer “todos” encuentran repudiable, seguirá ocurriendo de manera inexorable, a pesar de tantos compromisos y declaraciones en contrario. O quizás, de manera más limitada, me interesa intentar expresar cabalmente que al menos sé que esto no ha dejado ni dejará de ocurrir, en la forma de un procedimiento conceptual que le ponga palabras a eso que mis tripas detectan instantáneamente).

.

.

I- El elemento recóndito del saber

Es como si la Teoría de la clase ociosa de Thorstein Veblen nunca hubiera sido escrita. Una teoría marcada por la presencia de los bienes de prestigio, por el consumo ostentoso (o conspicuo), por el derroche y la saturación sin sentido del horizonte social, que no casualmente incluye un capítulo sobre “La educación superior como expresión de la cultura pecuniaria”. Capítulo en el que leemos:

el elemento recóndito del saber es todavía, como lo ha sido en todas las edades, un elemento muy atractivo y eficaz para impresionar e incluso abusarse de los no instruidos. Y el lugar del sabio en la mente de los analfabetos se evalúa en gran medida en términos de intimidad con las fuerzas ocultas.

¿Pero cómo opera ese elemento? ¿Por qué conduce al abuso? ¿De qué manera recrea esa sensación de intimidad? ¿Cómo llegan a nosotros, hasta hoy, las fuerzas ocultas? Si tuviera que resumir todo lo que aparecerá aquí, en este largo y expulsivo texto, la idea central es esta:

En primer lugar, que pocas cosas hablan con tanta claridad de cómo funciona un sistema que la forma en que invisibiliza sus operaciones basales (diría Luhmann). La eficacia de la operación en un sistema depende de que como tal permanezca en el linde de lo no explicitado. Ciertamente un sistema no se muestra como iteración, sino como continua producción de una diferencia. Pero los sistemas disciplinares académicos performan sistemas de un cariz distintivo. Se comportan, afirmo, como lo hacen los campos científicos en Bourdieu, pero asociados a un elemento peculiar, una dinámica específica, que es la distribución de valores, posiciones y nombres propios, codificados como típicos bienes de Veblen. Esto es, los campos disciplinares operan sistémicamente de la manera descrita por Thorstein Veblen hace más de un siglo. Y nada visibiliza tanto este rastro invisibilizado como la inacción aparente ante las recurrentes denuncias por violencia de género que se dan periódicamente en el campo. En este sentido, los compromisos y declaraciones que se hagan al respecto, sostengo, no modificarán en nada la realidad del sistema vebleniano, mientras no se logre la modificación del conjunto operacional que condiciona la iteración diferencial del campo. Vale decir, hasta que el sistema no opere de otra manera, nada ocurrirá. Es decir, paradójicamente, hasta que el sistema no deje de ser sistema. Alterpoiesis.

En segundo lugar, que las bellas intenciones, las declaraciones solemnes, los compromisos firmemente explicitados no servirán para cumplir aquello que se proponen. Quizás sedimenten experiencias y articulen formas identitarias. Pero cabe dudar seriamente que modifiquen las pesadas realidades institucionales y las abigarradas restricciones de campo. Y no lo harán porque caen dentro del espectro de lo que Elisabeth Noelle Neumann denominó la espiral de silencio. En esa espiral el sistema se escinde en un conjunto de ordenamientos valorativos, en el cual emegen climas de opinión, atmósferas de acuerdo parcial que derivan en lo que esta eminente politóloga alemana denominó audiencias redundantes. En ese marco los compromisos que tan enhiestamente se afirman comprometen tan solo a los ya comprometidos, y a nadie más. Las declaraciones le hablan a los convencidos. Y mientras tanto la realidad institucional se dirime de otra forma, en su propio lenguaje, siguiendo sus propios procedimientos. Como un campo, sesga asimétricamente posiciones y relaciones. Como un sistema, refuerza estructuras y adapta sus códigos a nuevos sesgos. Por su cariz vebleniano, exprime el nexo de redes de relaciones al máximo, hasta que de la audiencia interpelada solo quedan presentes los que son necesarios para reproducir el campo en una red de mutuas y recíprocas dependencias en la que poco y nada puede alterarse sin que eclosione una crisis de proporciones o una conflictividad generalizada. Como espiral de silencio conduce a la constitución de una opinión pública inerte, silenciada en sus vociferaciones, que repite con convicción una solemnidad que en última instancia no puede modificar las cosas.

Finalmente, los sistemas se iteran estructuralmente, pero se adaptan en lo que Luhmann, siguiendo a Maturana y Varela, denominó autopoiesis. La autopoiesis es la forma en que los sistemas modifican su estructura, con la única finalidad de seguir reproduciéndose, existiendo, operando como lo hacen. Así, a pesar de todos sus sinceros esfuerzos, el genuino compromiso de los comprometidos se hunde en la autopoiesis del sistema, se enlaza con las operaciones típicas del campo, y así le permite reproducirse, porque simplemente se traduce como otro valor, otra posición, una nueva especialización funcional, un nuevo nombre en el juego de la distribución de los nombres las posiciones y los valores en el campo. En definitiva, algo distinto se requiere para salir de esto. Algo que no ocurrirá, así como están las cosas. Una imposibilidad necesaria. Alterpoiesis.

La dolorosa intimidad de los cuerpos violentados seguirá estando ahí, hasta tanto no se explore la profundidad recóndita del elemento que conecta nuestras vidas con las fuerzas ocultas.

Resumen del resumen: acá voy a hablar de campos, sistemas, bienes veblenianos, de la realidad de la espiral de silencio, y de la violencia de un sesgo que se itera, pero siempre con una diferencia. El texto es largo, seguramente se vuelva árido por momentos, y ejecuta varios rodeos antes de abordar el tema que me convoca esta vez, que es el de la violencia de género en el ámbito disciplinar. En la segunda sección delineo los elementos de la teoría del campo disciplinar, siguiendo a Bourdieu y Veblen. Luego, en la tercera parte, me enfoco en la cuestión abstracta de los sistemas. En la cuarta me centro en el problema de la espiral de silencio y las formas de la vida vebleniana. Estas tres secciones establecen el marco para lo que se dice luego. Se puede avanzar directamente a la quinta sección, si se prefiere evitar el rodeo, pero sabiendo que los elementos que nutren el análisis se siembran antes.

En definitiva, lo que romperá con este ciclo no es la solemnidad ni la grandilocuencia. Paradójicamente, y casi en el límite de la tontera, y aún así con consecuencias muy profundas, lo único que pondrá fin a esto es cesar con la iteración. Pero hay buenos motivos para creer en la imposibilidad de esto que es tan necesario, lo cual no vuelve menos necesario a esto que es tan imposible.

II- El cono visto desde arriba: pendientes, líneas de falla y la gravedad de las cosas

Un campo es un conjunto de posiciones e intereses, de roles y autorizaciones, que puede ser pensado como si observáramos un cono, o mejor una montaña, desde arriba. En el centro, y arriba, del cono, en su cúspide, se arbitran y se asignan valores, se distribuyen habilitaciones, roles o posiciones y se asignan nombres propios. Ya que no plata, en el caso de nuestras desvencijadas instituciones, o de a ratos sí, dinero contante y sonante, pero por sobre todas las cosas volúmenes asimétricos de reconocimiento y permisiones institucionalizadas.

En la periferia próxima a la cúspide se encuentran las vertientes que se nutren de las remisiones del centro, en una bullente y tensa calma en la que los integrados pujan por escalar más arriba. Porque en el cono, o en la irregularidad de un promontorio montañoso, encontramos pendientes, líneas de falla, caminos de subida y de bajada, vías muertas, falsos arranques y trayectorias desencaminadas. Más allá, más abajo, se pesa la dificultad del mundo y se siente la gravedad de las cosas. Y más en el límite, aún, en la precariedad de los que no se sabe siquiera si forman parte del cono, o si alcanzaron el pie de la montaña, se encuentra el rebote lejano de las reverberaciones y las pendientes de allá arriba, donde los integrados y elevados discuten. En la frontera anida el nacimiento de otro territorio, donde el campo ya no opera, donde apenas asigna lo que puede asignar: una vez más, valores, posiciones, nombres.

La idea en Bourdieu pasa por conectar esta semántica del cono con la metáfora del investigador o académico como emprendedor o capitalista: y entonces aquí se observan estrategias de inversión, propensiones a desplegar el capital (como valor-posición-nombre) en el campo, que son tanto más arriesgadas cuanto más avanzan por líneas de falla o pendientes o nichos poco explorados, a cuenta y riesgo de una oportunidad. Es fácil quizás al comienzo, cuando el terreno es casi plano, y permite modestos avances y elevadas tasas de retorno. Bandeirantes del saber, siempre listos para emprender una ruta poco transitada, porque a fin de cuentas hay poco para perder. Pero la acumulación nos vuelve a todos conservadores por opción. Cuanto más arriba en el cono, cuanto más centrado en la montaña, más hay para temer y más para sufrir en el arrastre de la gravedad de las cosas.

Parte del deleite de Bourdieu se pierde en la disquisición de las estrategias infinitas de promoción y ascenso en las que él mismo fue un eximio practicante. Otra parte se pierde en su decidida resistencia a hablar de sistemas siendo que lo que está haciendo es aplicando teoría de sistemas (en su formulación más simple) a un tópico bien conocido, el de la estructuración de los campos disciplinares. Pero no hay mal que por bien no venga. Si la idea es mostrar el cono en sus disfunciones como parte de un esquema que funciona precisamente a través de ellas, lo logra plenamente. Ya que en el camino nos ilumina sobre dos características distintivas que performan los campos científicos o disciplinares.

Una de esas características tiene que ver con la autonomía parcial del campo de cara a su incrustación dentro de lógicas de acción más amplia (vg. el “mercado”). Las coacciones, habilitaciones y solicitaciones que el campo hace en términos de distribución de valores-posiciones-nombres propios siguen una lógica que no es idéntica ni se corresponde con la lógica del mercado, aunque no puede desconocerla. En esa diferencia se anuda el punto sistémico. La operación del campo como plexo de roles y permisiones, no puede hacerse equivaler a una lógica de mercado sin más. El campo opera de manera diferenciada.

Y esto se debe a que la forma de la interacción en el campo es distinta a la lógica que se da en el mercado. Idealmente -ya que no en la práctica- un mercado es abierto, sin trabas ni barreras de entrada ni en la oferta ni en la demanda, y en él se expresan valores homogéneos e intercambiables en el que las cantidades conducen a puntos de equilibrio y saturación. Pues bien, esos bienes de consumo para el mercado se comportan de manera muy distinta en el caso de los bienes y servicios entregados por los campos disciplinares.

Lo que se produce y se consume aquí es saber en forma de discurso disciplinarizado. Y ese saber, discurso, tiene una marca diferencial como impronta. Su sello es el de ser un bien de prestigio, un bien posicional. Es un bien de Veblen, en el que el precio se fija por su carácter de exclusividad. En este sentido los bienes de Veblen son aquellos que rompen con las curvas de demanda atada a precio. Cuanto más elevado el precio, más demandado es, porque se le supone un valor intrínseco que escapa en mucho a lo que puede observarse a simple vista, y que se vincula con su carácter de signo ostentoso de consumo, como indicador de prestigio o de capacidad de gasto.

Veblen, ecléctico economista americano de fines del siglo XIX y comienzos del XX, observó atentamente los patrones imitativos y compulsivos del consumo de bienes en la sociedad de la época y extrajo hermosas lecciones que, en su mayoría, permanecen desatendidas hasta el día de hoy, excepto por aquellos que saben muy bien aprovecharlas para su propio beneficio. En su Teoría de la clase ociosa encontramos un comentario sobre el esnobismo, la imitación y la presunción social basada en el consumo diferencial de bienes y servicios, consumo que no tiene otra lógica más que la del derroche y la ostentación. Y entre las cosas que se consumen, observó con infinita agudeza Veblen, está el saber estructurado proporcionado por la educación superior.

La marca de prestigio asociada al bien posicional podemos comprenderla muy bien. Esto es muy bueno, mirale el precio, es algo que aplica tanto a cookies importadas como a escuelas exclusivas, de las cuales la única señal que nos incita a demandarlo es precisamente su sesgo excluyente. Olvidarse, en la marejada de la poética de la precarización y la proletarización de la educación superior, con su horizonte abierto y prácticamente irrestricto en el caso argentino, de este carácter prestigioso y conspicuo del consumo de discurso y saberes “superiores” y “elevados” es comenzar a incomprender todo el fenómeno de la estructuración de los campos disciplinares.

La fuerza oculta que mueve a los cuerpos a una mayor intimidad, el elemento basal, recóndito y enfermizo que ciega a las almas, es el deseo de una iluminación, de una magia por contagio en la que el saber disciplinado comparta su impronta de inclusión y exclusión de una forma que nos resulte gratificante.

Lo que produce un campo es un bien de prestigio, excluyente y que al excluir incluye a un nosotros heterogéneo. Lo que produce es discurso en forma de saberes diferenciados y específicos. Los que se incluyen son aquellos que pueden enunciarlo. Y parcialmente forman parte de él, en el espacio de prácticas disciplinares, todos aquellos que pueden entenderlo, decodificarlo, incorporarlo, consumirlo de manera apropiada. Para los demás solo cabe la exclusión y la indiferencia.

La marca incómoda de esta idea, en esta época de carácter misionero acerca de la ciencia y la educación en la sociedad, su anhelo transformador, y tantas cosas conmovedoras sobre las formas de intervenir en la realidad social transfiriendo conocimientos (a fin de cuentas, uno de los postulados de la Reforma Universitaria era precisamente ése, el intento de vincular sólidamente a la Universidad en el mundo que la sostiene y de la que forma parte), es que el carácter del bien producido en los campos es un discurso cuyas condiciones de producción y validación remiten, en primera instancia, a otros productores. Es decir, mientras un productor de bienes de consumo directo y masivo (digamos, caramelos) puede desentenderse de la opinión de otros productores (de caramelos), dado el carácter abierto y universal de su producción, un productor de bienes de prestigio está obligado a trabajar en la dirección de la segmentación del mercado. No toda demanda le interesa. Solo le interesa un nicho del mercado en particular.

El bien de prestigio asociado al discurso disciplinar explota, idealmente, un nicho reducidísimo del mercado. Tan reducido que alcanza la siguiente cota: solo le interesa la demanda de discurso por parte de otros productores, porque son esos otros productores los que pueden validar su orfebrería discursiva. Si al señor Pagani de Arcor no le importa cualitativamente quién compra sus caramelos, y si a Enzo Ferrari le interesaba que solamente le compraran sus autos gente muy adinerada, la situación del saber disciplinar equivale a decir que solo se producirán Ferraris a condición de que las compren las familias Maseratti, Lamborghini y Porsche. Es un subconjunto de un subconjunto dentro de las habilitaciones a consumir un bien determinado la que está puesta en juego aquí. La violencia de esta restricción es tal que, como corresponde, procede a ser negada por el discurso oficial sobre los saberes disciplinares, de la manera más directa y enfática, en un ejercicio de autoconvencimiento militante que tiene pocas chances de prosperar. Como volveré sobre esto más adelante no necesito explayarme aquí.

Entonces, en el cono se produce discurso para la gente que está en el cono. Y lo importante en todo ello, dentro del acotado marco de la vida en la montaña, es establecer canales de intercambio productivo con gente que esté más arriba en el cono, o promover la insatisfacción militante entre las gentes que están más abajo. De a ratos, y según la pendiente y las líneas de falla, eso es lo que se hace, para divisar con mayor aptitud los senderos en el linde de la montaña. En este sentido, para Bourdieu, la vida en el campo es un juego estratégico y posicional de alianzas y oportunidades, en la que la remisión a contenidos específicos importa bien poco. Lo que se explotan son demandas y nichos y ciclos de negocios intelectuales.

La segunda característica que ilumina Bourdieu, y que se añade a este carácter vebleniano de los bienes de prestigio asignados al nicho disciplinar, tiene que ver con la dialéctica del reconocimiento dentro del campo. En este punto, si solo Maseratti puede opinar sobre las Ferraris, el problema para don Enzo es que depende en su labor de promoción dentro del campo de un par que es a la vez un competidor. En este punto lo único que importa aparentemente es el reconocimiento por parte de este par-competidor. El par competidor es aquel que más nos conoce, dentro del cono visto desde arriba, el que más se parece a nosotros, el que más se aproxima a la línea de falla que estamos explorando en la pendiente, y precisamente por eso es que, a la vez, es el que más nos interesa atraer hacia nosotros en tanto es el que más detestamos. La repulsión y atracción dentro del campo se da precisamente por este carácter de necesidad en el reconocimiento asimétrico.

A través del par competidor es que puede amañarse, inclusive, aquella bella extensión de esta dialéctica, que es el establecimiento afortunado de un clima de debate y polémica (el quilombo académico digamos), en el cual los pares competidores rivalizan y agonizan dentro de un clima estructurado por la lógica del cono. De esta forma los competidores se establecen como adversarios cómplices, como un Habermas para un Gadamer, como un Foucault para un Chomsky, como un Searle para un Derrida. En esta óptica lo mejor que te puede pasar es que un jefezuelo próximo rival te desafíe en la semántica tribal del territorio. Si las cosas salen bien los adversarios cómplices lo coparán todo en la agenda, y mientras la adversación tenga sentido la promoción de ambos será evidente, y junto con eso la secreta complicidad que atrae y repele a ambos polos contendientes.

Tantas polémicas estériles que se abrazan en los campos disciplinares tienen que ver con esto. Con la necesidad de apalancar inversiones de capital académico en etapas iniciales, encontrando un inversor adversario cómplice que a su vez pueda apalancarse en el rival. En la hora de los saldos puede verse luego quién ganó y quién perdió, o si acaso la rivalidad como un todo logró un beneficio en la asignación de roles y valores. Esto en la lógica del campo se observa fácilmente. El indicador más sumario de todo ello es que es a partir de las complicidades exitosas los polos adversarios adquieren un nombre, mejoran su posición, despliegan nuevos roles.

Hay conos y campos, hay montañas y pendientes, sistemas y áreas con barreras de entrada más débiles, en las que cualquiera se entromete e intenta apalancarse y acumular estratégicamente capital. Cualquiera hace ensayística, análisis cultural o de cine o antropología, al parecer. Y hay campos con barreras de entrada, costos de oportunidad y ritos de pasaje muy precisos, que dificultan las transiciones entre palancas y la intromisión disciplinar. No cualquiera publica en Nature o interviene en las reyertas internas en el campo de la teoría de cuerdas. Pero estas distinciones linderas no prejuzgan sobre la seriedad de las disciplinas o los saberes. Tan solo nos hablan de los rasgos sistémicos del campo. Cómo se recorta frente al entorno y cómo se vincula con lo que está por fuera de él.

Para Bourdieu había todo un análisis que hacer respecto de las estrategias heterodoxas de acumulación, aquellos que salían del campo y volvían a entrar en otra posición (i.e., los divulgadores, que serían algo así como montañistas que escalan en helicóptero hasta la cima, sin someterse a las reglas internas de funcionamiento de la administración de las pendientes y las fallas). Y un análisis en torno al conservadurismo inmanente e inminente del campo, con sus reglas de inversión cada vez más ajustadas y estrictas, que dificultan las maniobras osadas en el tránsito del reconocimiento entre complicidades y pares competidores.

En contra de lo que denominaba una filosofía espontánea de la ciencia, incapaz de dar cuenta de sus rasgos más evidentes como espacio de prácticas y como forma de producción, lo que quería hacer era mostrar el carácter integrado y disfuncionalmente funcional del conjunto de elementos que hacen a los campos disciplinares como tales.

En el campo, como plano de producción, distribución y consumo, se configuran valores, roles, posiciones y nombres propios, mediante procedimientos de habilitación, acreditación y reconocimiento que facilitan o dificultan, que permiten u ocluyen diversas estrategias de acumulación de capital, como capacidad de intervención y agenciamiento en el campo. Las disfunciones típicas de un campo no son casualidades o sesgos que pueden corregirse.

Son como la pendiente en los conos o los efectos de la gravedad al escalar montañas. Son rasgos que hacen a la objetividad de la cosa. “Quejarse” por esas disfunciones es como analizar en términos sentimentales la realidad del poder, de la asimetría y del prestigio, o la existencia misma de bienes veblenianos que están allí simplemente para actualizar el mundo basado en el derroche, la ostentación, la exclusion y el consumo irracional que habitamos y producimos entre todos.

III- Sistemas veblenianos, autopoiesis y el anhelo del acoplamiento estructural

Derroche. Esnobismo. Consumo ostentoso. Imitación. Abuso de posición dominante. Prestigio. Reconocimiento asimétrico. Esto hace vebleniano a cualquier campo. Así se hace sistema. ¿Pero qué quiere decir que algo es un sistema? Hablar del sistema académico, o universitario, o científico, parece que va de suyo, como cuando uno dice que un filósofo expresa un sistema de ideas. Nos queda claro quizás qué es lo académico, o lo científico, o qué es una idea. Pero no estaría mal tener en cuenta lo implicado en la idea misma de que algo es un sistema.

Von Bertalanffy, Luhmann, von Foerster, Spencer Brown, siguen las firmas. La teoría de sistemas es un recinto amplio de redes conceptuales. Pero por lo pronto todos están de acuerdo en algo: un sistema es la iteración de una diferencia entre sistema y entorno. Definición circular de sistema, ciertamente, pero es la que hay.

Un sistema no es un todo equilibrado (al igual que los campos en Bourdieu). Es una iteración diferenciada a partir de una operación, que se aplica sobre una totalidad de elementos y relaciones que pertenecen al sistema. Esa totalidad no es sumativa, sino que hay propiedades que emergen del carácter agregado de esos elementos y relaciones. De allí el carácter holista e irreductible de un sistema (que es más que la suma de sus partes). En un sistema, como en un campo, o en un cono, hay totalidades diferenciadas, jerarquías, asimetrías funcionales, centros y periferias. Todo, en un sistema, es acerca de esto. Porque lo que le importa a un sistema es reproducirse, seguir operando, y para ello diferenciarse progresivamente (o desdiferenciarse).

Por diferenciación y segregación progresiva emerge la especialización y fijación de elementos y relaciones, lo que luego diríamos que es una estructura. Esa fijación incrementa la eficiencia del sistema para operar. Eleva su productividad o disminuye sus costes operacionales. Pero el costo de todo ello es la rigidización y la adaptación a un tipo de entorno en particular. Cuando el entorno cambia, sometiendo al sistema a nuevos incentivos adaptativos, las partes rigidizadas, o los sistemas altamente especializados y funcionalizados, la pasan mal. Por ello la vida y muerte de los sistemas va de la especialización y la fijación como incremento de eficiencia en la operación, a la indiferenciación y polivalencia como incremento de la capacidad adaptativa del sistema ante cambios en el entorno. Esto último disminuye la eficiencia como un todo, pero vuelve al sistema más flexible.

Un sistema opera para reproducirse. Cuando se habla del sistema científico, biológico, económico o filosófico, lo que hay que tener en cuenta es que la “utilidad” de lo que sea el sistema solo cuenta a tenor de su capacidad de seguir operando, esto es, existiendo como tal. Un sistema es una constelación finalista, un nexo operacional orientado a fines, pero no es un tinglado determinista. Hay muchas formas de alcanzar las mismas metas, siguiendo distintas funciones de coste y productividad, por ejemplo. Equifinalidad. Funciones en la que las operaciones antecedentes dejan una marca silente, un condicionamiento respecto de las posibilidades de la operación consecuente. Los sistemas tienen una memoria oculta, un rastro permeable que puede seguirse. Histéresis. Los sistemas se ofrecen como un nexo operacional orientado a adaptarse a un entorno, respecto del cual operan una reducción. Son reduccionistas porque los sistemas son mucho más simples que el entorno complejo del cual se diferencian. Entorno al que convierten en insumo para el conjunto operacional que delimita la productividad del sistema como un todo.

Si el entorno es ruido, la membrana fronteriza del sistema lo transforma en información con la que puede laborar. Y en esa faena enlaza operaciones iterándose. La sociedad, el lenguaje, la vida, el psiquismo, operan sistémicamente. No operan para algo. No siguen ningún fin. Ningún otro fin. Más que seguir siendo. Seguir reduciendo complejidad, disminuyendo lo más posible la incidencia de todo aquello que puede perturbar su deriva operacional típica.

Lo que perturba es lo que somete el trabajo del sistema al riesgo, a la incertidumbre, a la entropía, a la disipación. Lo que altera la secuencia de enlazamiento operacional. La forma de contrarrestar esto es con labor, con incremento de complejidad destinada a ralear la incertidumbre, disminuir el riesgo, fijar los deslizamientos posibles dentro del curso de las cosas.

Un sistema es un todo auto-organizado y estructurado. Una codificación como regla de transformación entre un input del entorno y un output del sistema. Pero la confusión habitual entre sistema, estructura y código depende de reconocer en el sistema solo la estructura, y dentro de la estructura al código como una regla fija de transformación. Pero hay códigos que no son fijos, sino polivalentes o, en la terminología de von Foerster, no todos los códigos son para máquinas triviales. La mayoría de los sistemas relevantes son máquinas no triviales. Para un mismo input entregan un output especificable distinto. Y eso en virtud de una característica de los sistemas en cuestión: son autopoiéticos. Mutan, se dan a sí mismo nuevos elementos y relaciones y nuevas reglas de transformación. Hay códigos, como el postal, o la notación del ajedrez, que sirven para la realidad prefijada del mundo postal o del juego del ajedrez. Pero si en cada partida pudiéramos inventar una pieza, una casilla o un tipo de movimiento, el ajedrez sería entonces autopoiético.

El lenguaje es autopoiético. Una ciudad es un sistema urbanístico autopoiético, a pesar del sueño racionalista de una homogeneización del uso del espacio. La sociedad es autopoiética. Y dentro de ella se reconocen plexos de interacción, anudamientos de posiciones y valores, llamados instituciones, que conforman subsistemas, ellos también autopoiéticos. Los campos disciplinares son sistemas en ese sentido. Autopoiéticos.

Mediante autopoiesis los sistemas encaran las modificaciones del entorno, las presiones causales que alteran los sesgos que inciden causalmente en las membranas del sistema. Si el sistema fuera solo una estructura de código fijo, no sería otra cosa más que una máquina trivial, un vehículo de segregación progresiva y diferenciación interna incapaz de responder a nuevos desafíos. Algo así como un enrejado hundiéndose en el agua. Por autopoiesis se generan nuevos elementos dentro del sistema destinados a encarar una situación que no reconoce un antecedente. La generación puede ser anterior o casual, o consistir simplemente en el aprovechamiento de un elemento o una relación que estaba desde antes allí, y que encuentra ahora un nuevo rol que cumplir en la nueva situación.

La regla para la autopoiesis, no obstante, es que genera un nuevo elemento o relación, o mejor dicho, usufructúa un elemento o relación de un nuevo modo, con la finalidad de seguir operando. El nuevo barrio, el nuevo léxico, la nueva disciplina, la nueva instancia burocrática tienen por finalidad que la ciudad, el lenguaje, el sistema académico o la burocracia mejoren sus prestaciones sistémicas. Para mejorarlas tiene que generarse una nueva diferenciación interna, una nueva segregación, en sentido de separación y de supuración. Por autopoiesis el sistema se da una nueva estructura, un nuevo principio organizativo, que intenta responder a la acuciante presencia del entorno.

Porque lo que el sistema reduce de cara al entorno, para elaborar su operación distintiva, regurgita como un output interno, en forma de reproducción de complejidad interna, pero también como un output externo, como posibilidad de especificar el modo en que el sistema pretende incidir en lo que no es sistema, en el entorno. A esto en teoría de sistemas, a partir de Luhmann, se lo denomina acoplamiento estructural. La idea de que la ciencia aporta a la innovación productiva, de que la universidad aporta a la sociedad, de que el urbanismo mejora nuestras vidas, de que la política o la burocracia contribuyan a la virtud ciudadana o de que la economía sirve al bienestar de las personas son todas formas en que los respectivos sistemas (científico, académico, urbano, político, estatal, económico) procesan internamente el anhelo de un acoplamiento estructural entre sistema y entorno. Volviendo al comienzo de la definición de sistema, es algo así como la pregunta en torno a la forma en que se enlaza la diferencia iterada entre sistema y entorno, en el sistema y en el entorno.

La tesis de Luhmann es ésta: un sistema está cerrado operacionalmente, pero no causalmente, respecto del entorno. Un sistema tiene una única operación distintiva para iterar la diferencia. A eso lo llama operación basal. El sistema recorta mediante esa operación un todo observable. Un sistema es así un constructo que se vuelve reconocible por observación. Es el observador el que construye el recorte o el dominio del sistema. Y es por atribución de la operación basal que puede imputar la incidencia causal del entorno, la diferencia operacional y, finalmente la forma en que el sistema se adapta al entorno (el muelle que establece entre la diferencia como complejidad interna y como reducción de complejidad respecto del entorno).

Ese carácter de membrana diferencial entre sistema y entorno hace a la capacidad del sistema de abstraerse de la causalidad y, a la vez, canalizar las presiones causales del entorno (una metáfora que emplea Luhmann aquí es la forma en que se canalizan las corrientes del agua en la orilla del mar, por ejemplo). La clave aquí es esta: por observación nos damos cuenta de que nada puede incidir internamente, como no sea en forma causal (i.e. “negativa”, como condicionamiento negativo, impidiendo operaciones basales), en el sistema. El sistema es operacionalmente autónomo, aunque no lo sea causalmente. Puede ser “destruido” externamente, pero no hay ninguna línea de fuerza que incida positivamente y determine las operaciones de procesamiento interno.

El sistema a su vez encuentra limitaciones a la hora de responder al entorno. Lo hace en forma mediada, por autopoiesis y basculando entre especialización e indiferenciación. Pero el acoplamiento estructural no es más que la forma mediada y estipulada por sistema de traducir recíprocamente las presiones externas e internas, a un lado y al otro de la membrana que itera la diferencia.

Para un sistema como el de los campos disciplinares, sistemas veblenianos de asignación de valores, posiciones y nombres mediante la producción de bienes de prestigio en forma de discurso, la demanda de un acoplamiento estructural no es otra cosa que la postulación de una necesidad de incidir, transferir, extender el capital acumulado intradisciplinarmente extramuros. En forma de intervención cultural y política, en forma de promoción de causas justas, en forma de escrutinio de la utilidad social de los saberes disciplinares, en forma de “ofrenda” de tiempo y recursos para gestiones externas al procesamiento interno del sistema. Siempre hay un Dreyfus para un Emile Zolá, al menos en el imaginario del sistema. Siempre hay una pregunta acerca de qué puede hacerse con lo acumulado en el cono, ahora que se observa la realidad que se extiende más allá del horizonte.

Pero lo más difícil de aceptar, para los sistemas veblenianos, es que el acoplamiento estructural no es otra cosa que un anhelo, una realidad en la fisonomía del discurso, pero una imposibilidad en el espectro de las prácticas, en la que se enlaza en su operación basal la contradicción entre su carácter sistémico y su carácter sistémico. No es raro que los mismos gestores del cono confundan la realidad con sus deseos, la propaganda de uso interno con la eficacia real del sistema en el entorno. Como dijo Richard Rorty, hay pocas cosas más propendentes a la exageración que la autoimagen de los intelectuales y mandarines disciplinares a la hora de considerar su contribución al horizonte de la cultura y las necesidades de la época. Y no es raro que esta condición esquizoide sea el caso, en especial en este sistema vebleniano de producción de discurso. Porque para operar veblenianamente el sistema debe reducir el acoplamiento al máximo. Pero para legitimarse, por momentos, tiene que negar este mismo rasgo estructural de su operación, con una pasión enfermiza digna de mejores causas.

Para Luhmann la operación del sistema disciplinar es la distinción de base entre lo que es un saber y lo que no lo es. La distinción saber/no saber es el límite irremontable del enlazamiento diferencial iterado de los sistemas académicos institucionalizados. Como sistema de saber está estructurado internamente en pos de la segregación progresiva, la fijación y la delimitación estricta de los ámbitos de competencia. El saber es la labor del especialista. Pero al mismo tiempo reactúan sobre él las presiones internas y externas. Internamente por el repudio de la excesiva fijación y ritualización de las interacciones. Externamente por la demanda real o imaginaria de que “algo se obtenga de todo esto”. Al menos algo más que rencillas internas, castas y periódicas rebeliones estudiantiles. Pero he aquí el problema: un sistema vebleniano basado en la explotación de nichos segmentados exclusivos de demanda está orientado fuertemente hacia la violenta reducción de complejidad del entorno (es notorio todo aquello hacia lo que es indiferente), hacia la estructuración y auto-organización en base a la dinámica antes descrita de comunidades de reconocimiento cada vez más estrechas basadas en la producción y consumo de bienes de prestigio.

En esas condiciones tan restrictivas y ceremoniales, el punto del acoplamiento estructural se ve obstaculizado por diseño. El trabajo de reducción de complejidad y de diferenciación interna es tal que el muelle que abriga al sistema debe debilitar las vías de escape y de contacto con el afuera. El esfuerzo y sostén ante los riesgos disipativos y entrópicos es tal que consume buena parte de los esfuerzos y recursos internos. La brecha percibida entre los anhelos y las realidades se procesa como tensión interna y como incomprensión externa. Literalmente, desde afuera, no sé entiende por qué pelea esa gente, de qué habla ni qué hace. Desde adentro se aprecia una rica y puntillosa vida interna, saturada de intensidades, especificidades y especializaciones, que exige un peculiar esfuerzo de traducción entre los entendidos y los no iniciados. A veces, incluso, al punto de que el esfuerzo sea tan grande que al término de la traducción ya no haya ganas de hacer nada con lo que se acaba de traducir.

IV- La vida vebleniana: el miedo a la soledad en la espiral de silencio

El acoplamiento estructural muestra la dificultad para entender las cosas a un lado y al otro del cono. Desde abajo el cono se ve como indiferencia programada, como torre de marfil, como encapsulamiento. Desde arriba se percibe la escisión entre la intención, el anhelo, casi el deseo, de constituir un faro de referencia para próximos y lejanos, y al mismo tiempo la tentación panorámica de ceder a la idea de que a fin de cuentas las realidades son demasiado distintas, adentro y afuera, como para intentar comunicarlas con éxito.

Para Elisabeth Noelle Neumann vivimos en un corrillo de opiniones que van sedimentado y cicatrizando en nexos de sentido que forman nuestra piel social. Esa piel se orienta hacia lo común, hacia lo seguro, hacia la conformidad. Porque lo que regula el tramado de las opiniones, en la publicidad de las mismas, antes que el error o el acierto, antes que la virtud o la proeza del carácter único, es el miedo a la soledad. El miedo al recortarse solitario a contracorriente de los demás. Claro que hay un personaje habitual en nuestras narrativas que es el del solitario luchador contra la norma. La identificación con esa clase de héroes es la regla. Pero la realidad es que hay pocos personajes de esos que puedan actuarse en la vida social. Las más de las veces somos como los individuos conservadores de Hegel, criaturas que encarnan la eticidad y las pautas que regulan estructuralmente (en términos sistémicos) la vida en común. Donde el mayor problema es que las tensiones internas y externas que atraviesan los sistemas que habitamos, nos encuentran siempre navegando a mitad de camino entre el manejo de certidumbre estructural y la necesidad adaptativa de la autopoiesis.

Para un sistema vebleniano esta navegación es especialmente dificultosa. Porque la más pequeña modificación en la organización interna puede hacer desaparecer el nicho de los Enzo Ferraris del discurso, un drama que no tienen los Paganis que dirigen su discurso a la clase universal de los consumidores de palabritas en el domo infinito de la noche indiferente a toda distinción.

El esquema de Noelle Neumann es simple. En torno a las realidades percibidas por costumbre se configura un núcleo no enunciado de opiniones que se consideran compartidas. Ese “sentido común” es el que suele ir sedimentando en una forma inercial que se ve desafiada por nuevas configuraciones. Por regla general esto distribuye nuevos roles y valores (como hemos visto), solo que siguiendo una secuencia peculiarmente original.

Las “viejas” opiniones se van volviendo crecientemente desdeñables, pero se las sabe operantes y eficaces. Pierden su valor de prestigio, su posición y hasta dejan de tener un nombre propio, sino solamente atribuido. Nadie se llama a sí mismo “capitalista”, “machista” o “esencialista”. Las nuevas opiniones son, en cambio, vociferantes y preclaras, precisas y explicitadas hasta el hartazgo. La insistencia con que se las repite es inversamente proporcional a la creencia en su eficacia. Tienen valor posicional y lo primero que ganan para sí es un nombre, un rótulo o aunque sea una gestión eficaz de partes prefijas (alter, post, ultra, hiper, neo). La opinión describe una posición novedosa que básicamente suele ser auto-atribuida. Todos somos “feministas”, “postcapitalistas” o “deconstructivistas” en este clima de opinión, hasta que se demuestre lo contrario.

¿Cómo dialogan estos dos clivajes de opinión? Pues bien, poco y mal. Una parte habla y se difunde de manera intensa y ansiosa, en tanto la otra calla, suscribiendo a la esperanza de configurar una “mayoría silenciosa”, un topos mayormente conservador orientado a poner en duda la supuesta correlación entre vociferación y alcance social. En esta situacíón es que emerge la espiral de silencio. Vos tenés tu pañuelo verde, aquel otro tiene su pañuelo celeste, y en proporción de diez a uno habrá siempre una identificación tendiente a resaltar la presencia de una minoría intensa que porta el valor posicional de ser la nueva opinión, frente a la supuesta mayoría silenciosa y sedimentada, que laxamente fluye hacia el silencio, esperando un acontecimiento sísmico que permita visualizar la disparidad de percepciones en torno a la envergadura relativa de las opiniones.

¿Por qué vociferan les vociferantes? Porque en la voz se amalgaman los cuerpos, porque en el voceo común perciben que la diferencia no es meramente individual, que hay otros con quienes pueden derivar en la búsqueda de un núcleo de sociabilidad estabilizado en el que puedan formar esas comunidades de reconocimientos que otorgan valor, posición y nombre a quienes las integran. ¿Por qué callan los silenciosos? Porque la inercia los favorece, y porque nadie quiere ser el primero en enunciar la realidad desagradable de un conservadurismo recalcitrante. Les alcanza con la identidad que surge implícitamente por un criterio de pertenencia que se asigna casi por default.

Unos y otros operan como operan por miedo a la soledad, por temor a recortarse en el trasfondo de una identidad demasiado precaria. Siguiendo un esquema de pensamiento presente ya en Tocqueville (“temiendo al aislamiento más que al error, aseguraban compartir las opiniones de la mayoría”), y con ejemplos experimentales como el de Solomon Asch, lo que Noelle Neumann indaga son las estrategias de adecuación de los sujetos en contextos adversos.

En el experimento de Asch se mostraba a individuos seleccionados tres líneas dibujadas, para que las compararan con una línea modelo. En el experimento era evidente cual era la respuesta correcta, pero el individuo seleccionado era convocado para dar su opinión luego de observar las respuestas que daban quienes él ignoraba eran ayudantes del experimentador, las cuales eran patente e intencionalmente falsas. En esas condiciones de cada 10 sujetos no avisados que participaron como “víctimas” del experimento, 8 se sometieron a la opinión evidentemente incorrecta de la mayoría, y la conclusión de Asch (y de Noelle Neumann) es que esto fue así ante la imposibilidad de tolerar el miedo al aislamiento social. Es menos importante la verdad que la soledad, a fin de cuentas, desde el punto de vista de las cicatrices de nuestra piel social.

En esos contextos, como los que pueden darse en los sistemas veblenianos académicos, se potencian las estrategias de la consolidacion inercial silente por un lado, frente a la recurrencia de una intensa y aguda discursivización de opiniones minoritarias que logran cierta hegemonía en la esfera pública, a costa de una creciente espiralización del silencio en el espacio de intermediación entre opiniones. Un sesgo comunicacional se establece así, en una situación en la que hablamos para hablantes como nosotros, que piensan como nosotros y que nos interpelan exactamente en el punto en el que esperamos ser interpelados.

En un caso de manual de esta dinámica, el aire fino de las redes sociales se corta como daga hasta que finalmente uno queda encapsulado en audiencias redundantes, círculos cerrados de amigos que comparten nuestros sesgos y confirman nuestras opiniones.

En este punto la espiral de silencio no es otra cosa que la interacción comunicativa en una comunidad segmentada por líneas de falla que recortan y trabajan de manera diferente los mismos sesgos. Para la comunicación de esos sesgos se configuran entonces estrategias divergentes para la constitución de un sensus communis escindido y diferencial. En un caso la discursivización intensa. En el otro la sedimentación silenciosa amparándose en las prácticas mismas. Para un ámbito signado por la producción de discurso esta diferencia no es menor, porque es en el medio mismo en que se trabaja y se produce para el campo que se dirime esta diferencia.

Cualquier erupción interna al sistema se montará sobre este pantano antecedente. Si a Bourdieu le interesaba explorar las realidades divergentes de los campos, que en algunos casos delineaban fronteras claras dentro de las cuales se daban revoluciones esporádicas y profundas que modificaban el sistema, en tanto los campos menos claramente delimitados conducían a dinámicas de cambio signadas por pequeñas modificaciones permanentes, no es menos cierto que eso conducía a una elucidación de las posiciones desde las cuales el cambio podía proponerse.

Los que están en la cima del cono, plenamente incluidos, no tienen incentivos para hacerlo porque controlan el procedimiento de las pendientes y las líneas de falla. Quienes están en el llano no pueden hacerlo, porque no tienen los recursos de campo para hacerlo, y a veces ni siquiera discriminan formalmente los elementos que lo constituyen. En esta agonía, entonces, solo pueden incidir en la dinámica del campo en una dirección transformadora quienes se encuentran incluidos en él pero en una posición incómoda (como en una baldosa floja añade Bourdieu), los marginales internos, los parias incluidos, los elementos subsidiarios acrecidos de una periferia en vías de centralizarse.

Quienes pueden hacerlo, estos sujetos en la baldosa floja, son los que Noelle Neumann detecta que de hecho ya están solos en el clima de la opinión pública prevaleciente. Forman parte de la comunidad, pero están aislados y crecientemente ateridos al saberse a contracorriente de lo que perciben como la opinión mayoritaria. El saberse solos disminuye el costo de la osadía. No tienen nada que perder. En el sistema vebleniano están perdiendo capital, prestigio, valor y nombre, o al menos no lo están ganando siguiendo ninguna estrategia promisoria. El costo de subirse a una aventura es menor que para quienes todavía encuentran alguna satisfacción en someterse a una norma. Pueden abandonar la dialéctica del reconocimiento entre pares y competidores, porque van perdiendo la competencia y ya no son vistos como pares. El punto de inicio de la rebelión se da cuando el grito de los solos permite reconocer que en la cantidad de perjudicados anida el futuro de la nueva sociabilidad.

El futuro del nosotros depende de los que no tienen nada para perder hoy.

A ellos les adversarán los silentes, los conservadores, todos aquellos que a través de la simulación gatopardesca simplemente intentarán vampirizar y apropiarse de los contenidos expuestos en la nueva opinión, solo que en un sentido contrario. Y para todos los demás tendremos el bandwagon effect, el impulso de manada que se decide en la undécima hora a correr siempre en auxilio del vencedor, contando con la promesa de un beneficio decreciente por cada minuto de esa hora que pase, hasta llegar a la infamia de ser un latecomer que se une a la causa ganadora el 7 de mayo de 1945.

Son estas las gradaciones de la soledad en el marco de la vida vebleniana. Vida entre nichos precarios, exiguos, demandados por pares competidores que quieren lo peor para nosotros, porque nos conocen demasiado bien, tanto que no podemos prescindir de ellos. Condición esquizoide en la cual se vuelve tanto más acuciante la espiral de silencio. El miedo a la soledad es lo único que hace comunidad, pero no la hace. La necesidad de los otros nos aproxima a aquellos que nos repelen. Insociable sociabilidad kantiana, pero en la modalidad vebleniana de un truco de explotadores de nicho que exacerba todas las contradicciones. Y para peor, echándose encima el manto de un tribuno de la plebe que con un saber redentor no solamente convertirá a la torre de marfil en el bendito faro de referencia para los siervos allende los muros. Sino que también volverá fraternos los lazos entre esas centenas de hijos únicos que pueblan de demandas insostenibles el sistema, en la esperanza de que con ello además disolverá de una vez y para siempre el enigma oculto que satura de malestar la vida cotidiana en los campos disciplinares.

V- Las fuerzas ocultas

El mayor desafío para incorporar una visión sistémica o de campo sobre las disciplinas académicas o las instituciones científicas consiste en lo que nos cuesta evitar habitualmente la personificación y la moralizacion a la hora de tratar estos tópicos. Y al mismo tiempo es inevitable reconducir todo el asunto a cuestiones vinculadas a la intencionalidad, la subjetividad y la caracterización en términos de un ethos determinado. ¿Qué es lo que pueden los sujetos, dadas las cosas de esta manera? La incomodidad, por ejemplo, de un Habermas con Luhmann es que así presentado el asunto, parece que pueden poco. Pero quizás en vez de meternos en la polémica en términos teóricos, podamos verlo en términos bien situados y actuales.

La idea de Luhmann no es que no hay sujetos, que no hay intencionalidad. Sino que la subjetividad no explica nada, que no es el punto de partida analítico de nada. Porque si ya presuponemos la subjetividad en el sistema, entonces no tenemos nada para hacer. La subjetividad es un efecto del sistema, por más que luego cada uno haga lo que pueda con ella, y resurja allí un margen diferencial para medir la responsabilidad y la contribución individual a la performance de los sesgos del campo.

Lo importante, adicionalmente, es notar que si es por la conciencia de los sujetos, depende más bien poco lo que allí ocurra, en la medida en que tampoco requerimos ser conscientes de la sistematicidad de la gramática o de la sociedad para ser usuarios del lenguaje o partícipes de la sociedad. Una observación de segundo orden como la que se efectúa cuando se aprecia la gramática en el lenguaje o las estructuras de la sociedad, es un saber añadido que opera en un nivel distinto, un nivel meta, respecto del tipo de conciencia requerida para operar rutinariamente. Hablamos desde mucho antes de exteriorizar las reglas de correcta formación gramatical de enunciados en el lenguaje. Y criticar esta misma observación meta es dar paso a una observación de tercer orden, en la que discutimos por ontologías de la gramática o posiciones metafilosóficas. Y así. Esta disparidad de niveles exige darnos cuenta de los márgenes de factibilidad y la diferencia entre lo que puede un tipo de observación y otra.

Somos sistemas observantes, diría von Foerster. Y cuando observamos distinto emerge la posibilidad de recortar un sistema diferente. La observación es una operación. Una operación que al observar, hace sistema, mediante la introducción de una nueva distinción. Y porque en esa distinción lo que emerge es la posibilidad, tan solo la posibilidad al comienzo, de seguir el rastro que delata tanto la operación del sistema como el borramiento que el mismo sistema ejerce en cuanto a sus operaciones. El lenguaje, la economía, la ciudad, la burocracia… cuando comenzamos a pensarlos, como diría Gadamer, ya no estamos en ellos. Los vemos, no a través, no mediante ellos. Los vemos, focalizamos en ellos, realmente, cuando los convertimos en un objeto de reflexión consciente.

Porque los sistemas se velan, se ocultan. Tienen todo para mostrar, en cuanto a complejidad, en cuanto a infinita distinción interna. Todo, excepto su operación basal. Es por eso que la historia de un sistema disciplinar es tan difícil de hacer. Y por eso es tan necesaria, como forma de reponer la efectuación de los sesgos en su iteración y su olvido. Un sistema esconde la fuerza oculta que dinamiza su propia efectuación. Porque mostrándolo se muestra el procedimiento por el que se itera. Y nada mata a un sistema tanto como la exhibición de su modo de producir diferencia por medio de iteración.

No hay que ser un arúspice ni un visionario para postular con Luhmann que la operación de demarcación entre el saber y el no saber es el límite fundante de los sistemas disciplinares. Esto es un saber y esto no lo es es la expresión epistemológica básica (por ejemplo justamente en el famoso problema de la demarcación en la filosofía de la ciencia), que permite recortar a la ciencia de la metafísica, la religión, o las así llamadas pseudociencias (como la frenología). Y al mismo tiempo la especificación de esa diferencia específica, desde Platon y Kant a Lakatos, Laudan y Thagard nos ha entregado un recorrido insatisfactorio plagado de frustraciones. Y no es raro tampoco que en la opinión pública extensa se problematice y se niegue esto, resaltando la existencia de otros saberes, saberes externos, no tradicionales, previos, etc.

Con ser razonable todas estas estrategias evaden lo esencial: el hecho de que un nuevo aspirante a saber o un antiguo candidato todavía laboran la misma distinción. Estar a un lado o al otro del mango de la sartén no modifica el criterio de que está puesta en acto una ontología de mangos y sartenes. En este caso, que esto también es un saber es una expresión rampante que confía en la posibilidad de especificar que algo no lo es.

Y el saber se negará a sí mismo, porque en el curso de su operación sistemática tiene que afirmar todo lo demás.

En este punto lo esencial es la diferencia, el rasgo diferencial, que entrega una limitación y que permite elaborar una toponimia de posiciones asimétricas. Un relieve. Un cono. Abajo Mendel, arriba Lysenko en Moscú, o al revés en el resto del mundo, pero lo importante es siempre el rastro de Vavilovs que dan con sus huesos contra el rigor de las piedras y a la sombra.

La fuerza oculta que cimenta las vidas veblenianas es el torrente elemental que agrupa a los ansiosos e insociables hijos únicos que explotan el estrecho nicho particularizado de los bienes de prestigio excluyente. Es la incertidumbre y el destajo, el peso de la gravedad y el cansancio del recorrido, el hartazgo y la necesidad del reconocimiento, el miedo a la soledad, las líneas de Asch, la creciente consciencia del aislamiento en medio de la multitud, a mitad de camino en la montaña, encerrado en la línea de falla, en el sendero que lleva a ninguna parte.

La fuerza oculta que cimenta las vidas veblenianas es la iteración. Es saber que mañana mismo, a la misma hora, ocurrirá lo mismo, aquí, o a otra altura del cono. Y que arriba de todo seguirán en altiva contemplación frustrada, porque la cima de una montaña no es el faro de referencia de nadie, pero había que intentarlo, había que llegar, y por cada uno que llegó hay una ristra de segregados progresivamente que fueron despeñándose a medida que se imponía la gravedad de las cosas.

Y en la iteración lo único que puede reconocerse, a la larga, es la posibilidad del sistema, reproduciéndose, en la reducción del entorno, como torre y como altura, como vector de indiferencia, como muelle y aislamiento, soledad al fin, indiferente hacia tantas cosas, con violencia.

La violencia es la madre de la estructura del sistema. Y es la hija de la última autopoiesis. En un largo linaje que se promete a sí mismo una descendencia con nuevas violencias que vengan a nacer futuras estructuras de organización internas. En el remolino de las violencias vivimos enredados en circunstancias. Pero el sistema debe negarlas todas, borrándolas, para seguir funcionando.

En este contexto la violencia de género es la última violencia sabida por todos que ha logrado visibilizarse para pasar a formar parte de los códigos de enlazamiento e iteración del sistema. Realizar una descripción minuciosa de esas violencias es ocioso. En primer lugar porque esa descripción ya fue hecha. En segundo lugar porque reiterar esa descripción no añade nada a lo que ya se sabe. Y en tercer lugar porque distrae de lo esencial. Y lo esencial es que esa violencia es parte de todas las violencias que siguen reproduciéndose y seguirán reproduciéndose, básicamente porque así son las cosas en los sistemas veblenianos.

Ya en Veblen encontramos la temprana vinculación del saber y el no saber, de la distinción entre el supuesto elemento masculino que porta el saber -en oposición a la femenina ignorancia- y que contiene el núcleo de habilitaciones, roles y permisiones que habrán de concederse asimétricamente y por abuso de poder hacia todos aquellos que se sientan atraídos hacia el nexo de una autoridad..

Y la única justificación para que esto ocurra es que esto ocurre porque el que ejerce el rol, el que distribuye valores y asigna los nombres, simplemente puede contestar, cuando se le pregunta por qué lo hace: porque puedo.

Y porque puede ejerce el poder de quien distribuye un bien posicional. Un bien exquisito en forma de discurso restringido y exclusivo, que solo está dirigido a quienes habrán primeramente de consumirlo, en la vaga esperanza de alguna vez poder legitimamente producirlo. El poder del que ya es un par competidor es inmenso de cara a quien se suma a la supuesta conversación dialógica. No solo por el saber que porta, no solo por el rol y por el nombre, sino porque hay una clara conciencia, en la mente del que comienza a introducirse en esta lógica, de los rasgos del enlazamiento que se darán dentro del nicho, y en la continuidad de los esfuerzos que deberá desplegar, tendientes a mejorar su posición en el cono, ubicándose a salvo de la baldosa floja, a salvo del despeñadero y a salvo de los riesgos implicados en saberse expuesto a la gravedad de las cosas.

Paso que des, considerá que podés caer. Cosa que digas, mañana estaremos todos aquí, para recordártelo. Es una realidad iterada, que se replica en la conciencia de los participantes como el mal sueño de un niño que escupe sistemáticamente al calesitero que alguna vez le ofreció la sortija pero ya no.

La peculiaridad de un mercado concentrado en nichos especializados cubiertos por productores-consumidores de bienes de prestigio es que conforma simultáneamente un mercado oligopólico-oligopsónico que otorga un poder omnímodo a una de las partes, portando los defectos de todas esas formas de concentración de poder de mercado y las virtudes de ninguna.

Si hubiera un solo anunciante en el mundo, ¿qué podrían decir los periodistas que trabajan en los periódicos donde salen los anuncios, si es que el anunciante contaminara los bosques, empetrolara pingüinos y sodomizara vírgenes vestales? Y no sería malicia ni endeblez por parte de los periodistas. A nadie se le puede pedir que se inmole, poniendo en cuestión sus mismas condiciones de existencia. Y aún así contarían con cierta avenencia por parte de un público amplio, una opinión pública que cada tanto podría observar la ostensible situación de los bosques y de los pingüinos. Lo de las vírgenes tal vez deba esperar un poco.

Pero aquí estamos intramuros, en un volumen edilicio concentrado en recovecos y pasillos estrechos del primero al quinto piso pasando por el cuarto, sobre todo.

La violencia de género en este punto no es otra cosa que el acostumbramiento a la producción y gestión de las cosas en el cono. Una, apenas, de las formas en que ocurre. La disposición de una forma invisibilizada por las propiedades mismas del campo, en la que no importa nada de lo que ocurre afuera, porque el campo es un campo, el campo está cerrado operacionalmente, y en esa clausura se vela para el afuera lo que ocurre intramuros, de manera sumamente rigidizada y especializada, por diseño. Y si se observara a plena luz del día lo que ocurre, habría un incómodo efecto de sistema en todo ello, en el cual pares competidores acostumbrados a la necesidad del reconocimiento deberían entreverarse en el difícil pantano anímico de lidiar con y decidir sobre las condiciones de reproducción y operación basal de sujetos demasiado próximos a ellos, que les resultan necesarios para sus propios ciclos de producción y reconocimiento.

La violencia de género expone el límite del sistema. Expone, como en un cumplimiento pesadillesco de un deseo demasiadas veces solicitado, un punto de acoplamiento estructural entre el sistema y el entorno. Cada tanto la universidad eclosiona y gana la calle, se convierte en noticia, trasciende sus muros. Es, al fin, un faro de referencia: aquí se violenta el género de una manera distintiva, atando la subjetividad de la persona, sus posibilidades de reconocimiento, sus trayectos formativos, su horizonte social, sus enlazamientos en el tiempo y sus más profundas inclinaciones temáticas. Aquí un cuerpo pensante se ve atado y constreñido hasta ser negado íntegramente. Todo unido en un tránsito de segregación progresiva que en su proceso de sublimación entrega una pieza sistémica extremadamente delicada, que sirve solo aquí y ahora, exclusivamente en este entorno.

Una floración que no puede crecer en ningún otro lado, ¿cómo podría cuestionar sus propias condiciones de emergencia?

Y si lo va a hacer tiene que pensarlo muy bien. Y si lo piensa muy bien, no lo va a hacer. O lo hará de una manera que no afecte, de ninguna manera, los fundamentos operacionales del sistema. Y entonces podrá cuestionar poco de lo que quiere cuestionar.

En definitiva, habrá muchas denuncias de violencia de género. Incontables. Tendrán una de estas dos características, quizás las dos, pero no otras: en un caso, serán denuncias puntuales sobre sujetos específicos, claramente recortados contra el trasfondo disciplinar. En documentos, conversaciones de pasillo y redes sociales rapidamente tomará la forma de un nombre propio. El caso X. De manera interesante el nombre será siempre el del victimario, porque lo que se estará consumiendo e incinerando es uno de los tres bienes que administra el campo: el nombre propio. Pero solo podrá ser así si lo que se está enfocando es a un sujeto ya suficientemente aislado, un cuatro de copas, o alguien situado en una línea de falla del campo, que puede ver su posición, su capital, su valor toponímico en el campo refuncionalizado a la luz de la nueva situación. Básicamente, a partir de ello estará terminado.

Pero el problema es que solo habrá un nombre cuando en el caso en cuestión no haya valor de campo o una posición relevante involucrada.

En la otra modalidad las denuncias asumirán la forma de una denuncia genérica de la matriz de campo que genera posiciones y valores. Será una crítica demoledora y circunstanciada, en modo meta, una observación de segundo orden, de cómo una de las vertientes del cono percibe las líneas de falla en la pendiente. Por lo pronto se verá la matriz sistémica del sistema, el carácter de campo del campo, se alzará la voz y se romperá la espiral de silencio, pretendidamente, pero no habrá un solo nombre propio en todo este procedimiento, porque en este todos que es ninguno, lo que se está arbitrando por parte de quienes enuncian esta crítica, son las condiciones de continuidad de la sociabilidad en el campo y de enlazamiento operacional en el sistema.

Por regla general las denuncias puntuales sacrifican victimarios menores. Y son llevadas a cabo desde la periferia misma del campo, como forma de motorizar una denuncia de la asimetría por parte de quienes no tienen otro recurso para hacerlo que la auto-exposición, la ofrenda en sacrificio de la propia subjetividad, el arder a lo bonzo del propio cuerpo, el propio nombre, la propia posición, por mínima que sea.

Las denuncias genéricas permiten ver al campo como un campo, pero solo muestran la disputabilidad de las pendientes sin ponerle nombre a la situación, en un sentido bastante literal. Porque son enunciadas por personas que ya tienen una posición, y que no se van a exponer al difícil cálculo de la sortija y el calesitero, en el curso de hacerse un nombre que pueden obtener de otro modo.

Desde las perspectiva de quienes arden a lo bonzo, con o sin razón, la denuncia genérica es vista como cobarde y oportunista, un modo de detectar una línea de falla en la pendiente y posicionarse en el campo. Desde la perspectiva de quienes sufren la presión del campo y denuncian genéricamente, con temor por su posición, la denuncia puntual es un sacrificio estéril e innecesario, una suerte de suicidio inmotivado o una forma de punición particularizada que no altera la matriz que engendra los casos.

A lo que se llega con toda esta situación es a que nunca, realmente, el sistema puede permitir, sin una generalización de la conflictividad en el campo, la puesta en cuestión simultánea de los tres elementos que contornean la operación del campo como asignador de recursos: valores, posiciones, nombres.

Y en este ballet entonces asistimos a las más peculiares contorsiones. Denunciados puntuales que en la bolada aprovechan para sumarse al enredado faccionalismo del campo y hasta dan difusión a los manifiestos colectivos que hacen críticas genéricas del carácter sexista y violento del campo. Diseños institucionales que intentan habilitar canales de visibilización y atención de las situaciones más extremas de maltrato, que tras un largo y rocambolesco recorrido desembocan en la disipación temporal más extrema y la revictimización por cláusula de exclusión de todo aquello que se afirma estar contemplando e incluyendo. Una comisión que nada acomete, un compromiso que a nada se compromete, ¿en qué pueden derivar? Quizás en no otra cosa que en un largo silencio, precedido por ocasionales eclosiones de malestar, en los que supura la realidad vebleniana del campo, hasta el próximo bonzo.

Derivan pues en la incómoda consciencia de que hay un techo de cristal que no puede romperse, y ese techo no es el de la imposibilidad de que las mujeres puedan ejercer el rol de administradoras del cono. El umbral al que se arriba es al de la vida vebleniana que no está en condiciones de seguir por el mismo camino sin despeñarse ante la gravedad de las cosas, y sin embargo continúa reproduciéndose.

Por lo pronto lo que harán estas denuncias y manifiestos y compromisos y circulación activa de rumores en redes es desembocar en más organización estructural y autopoiesis del sistema. Porque así son las cosas en la tensa vida de los sistemas: ante cambios en el entorno, el sistema responde con segregación progresiva, especialización, autopoiesis. Lo primero que aparece, como respuesta sistémica, son les especialistas, aquellos entrenados para asumir la traducción de la complejidad del entorno a las necesidades del sistema. Luego habrá excrecencias institucionales, comisiones, protocolos, cuya función será traducir el ruido en información. Algo que les incautes no tienen en cuenta, porque el lenguaje en el que se habla, y la orientación que se sigue en el procedimiento autopoiético de la nueva traducción y la nueva generación de distinciones, funciones y especializaciones, son los de la institución, no los de las violentadas.

En ese proceso re-emergen muchas de las violencias. Y en el camino se notará crecientemente la diferencia entre las condiciones de enunciación de la violencia entre quienes están incluidas en el campo, a media altura en la montaña, incluso como víctimas de aquello que se denuncia, y quienes no tienen otro amparo que la indiferencia y la lejanía para hablar de esto, en la periferia del sistema, antes de arder a lo bonzo como bellos y puntuales destellos que se pierden en una noche oscura.

Lo que a su vez puede derivar en una incómoda cesura, una nueva espiral de silencio, entre castas y estratos de violentadas, que se reprochan recíprocamente intensidades y silencios. Simplemente porque reconocen de diversa manera el carácter de la pendiente, las líneas de falla, y tienen diferentes recursos para aprovechar la reformulación de los nichos.

Habrá saltos y pendencias, pendientes y desbarrancos. Para algunas será evidente la manipulación y vampirización de justos reclamos. Para otras será cuestión de reconocer las precedencias entre quienes llegaron antes y aquellas que recién ahora se añaden a la ristra de víctimas.

Y entretanto seguirá presente la espiral de silencio con todos aquellos que, como victimarios o como silentes cómplices, simplemente dejan pasar la situación, esperando inútilmente que se difumine la cuestión en una marejada complaciente que discurra mansamente hacia el olvido. Mala suerte para ellos, eso no ocurrirá. Pero que el desvanecimiento del tema no ocurra no significa que la deriva del sistema vaya a proseguir en una dirección virtuosa.

Simplemente esto que se denuncia seguirá ocurriendo, a la vista de todos, pero recibirá nuevos nombres, si es que no hay discusiones toponímicas en el medio. O se revestirá de sesudas reflexiones toponímicas (como esta), sin aportar un solo nombre.

A la larga derivará autopoiéticamente, como ya lo está haciendo, en una generación de nuevos elementos y relaciones intrasistémicos, que adversando la lógica funcional del sistema, culminarán por fortalecerla. Más comisiones, más asesorías, más subsidios, más especialistas, más partes que enlazar, más de todo, añadido a lo que ya estaba, y que sigue estando.

Estructura y autopoiesis. Máquina no trivial de enlazar vida con vida, en el ciclo inestable del derroche de subjetividad y el elemento recóndito del saber. Está bien, quizás sea inevitable. Pero no es suficiente. Porque a fin de cuentas todo esto será más de lo mismo que alimenta las fuerzas ocultas que nutren las vidas veblenianas en trance de descomposición.

VI- Alterpoiesis

En un pequeño escrito sobre la poética de Annette von Droste, Martha Helfer (autora de un concluyente estudio sobre el concepto de Darstellung) recurre al concepto de alterpoiesis para describir “el activo e intencional descentramiento del sujeto, un proceso auto-reflexivo en el cual el sujeto se sitúa dinámicamente como objeto, como un objeto entre objetos”. Mediante este término Helfer intenta evitar la ascendencia romántica temprana que lastra el pensamiento sobre la autopoiesis como inmanencia auto-trascendente que labora per se en pos de su realización.

En la alterpoiesis vemos, justamente, este enlazarse de entidades agenciadas como elementos y nodos de relaciones, aquello que describe la posición de los sujetos en los sistemas. Los sujetos son las posibilidades asociadas a los nexos de objetivación, pero en tanto que diferencias específicas en iteración. Si hay un núcleo de la identidad, podemos pensar con Helfer, depende de esta interrelación de otredades.

Lo que se retiene aquí es la idea de la poiesis como producción de si que ya estaba en el concepto de Bildung o formación y en las diversas derivas del idealismo y el romanticismo alemán de fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Pero, de manera característica, Helfer encuentra en la poesía “Ein Heimlich Ding” (“Una cosa secreta”) de Annette von Droste una forma alterpoiética de enunciación, aunque eso me interesa circunstancialmente menos que el hecho de que en la alterpoiesis lo que está puesto en cuestión es el núcleo duro de la enunciación luhmanniana sobre los sistemas: la idea de que lo único que cuenta para un sistema como tal es el enlazamiento operacional de una y la misma operación basal. Y que en ello lo que se anuda es la idea misma de identidad como diferencia de un sistema, al que podemos identificar, nombrar, valorar, por recurso a esa operación que se itera como nexo entre diferencias.

Vale decir, en la alterpoiesis lo que se pone en cuestión en los sistemas es lo que no puede ponerse en cuestión en los sistemas: la manera en que se iteran, reproduciendo las diferencias. Algo así como preguntarse cómo sería un sistema científico o académico que ya no procesara ni recurriera a la distinción entre saber y no saber. ¿Cómo sería una vida vebleniana que ya no trabaje en el nicho de prestigio de bienes excluyentes consumidos por productores? ¿Cómo sería un cono sin altura? ¿Una montaña sin gravedad? ¿Un silencio sin miedo a la soledad? La alterpoiesis es una operación dentro del sistema cuestionando sus posibilidades mismas de existencia. Es dejar de ver al sujeto como sujeto, para verlo como el precipitado encarnado de redes de diferencias objetivadas que nos hacen vivir lo que vivimos.

O dicho de otro modo:

Alterpoiesis es la aceptación de la idea de que no saldremos de aquí indemnes, a menos que nada salga indemne. En el remolino de olvidos y tapaderas que es nuestra piel social no se consuma ni se precipita ninguna identidad que vaya a durar ni que vayamos a reencontrar en el fondo de un sueño límpido. Y esto no es un performativo ni un mero acto bautismal de reconocerse como un otro, ni se trata de simplemente comprometerse a operar todos de otra manera, con independencia de cómo hayan sido las cosas hasta aquí. De esas necedades ya estamos hasta el tope. Histéresis. Memoria de las operaciones del sistema. No saldremos de aquí indemnes hasta que no veamos al sistema como lo que es. Un cadalso de vidas veblenianas, estrujándose hasta el límite.

No saldremos de aquí hasta que no nos preguntemos si este sistema de reconocimientos entre pares competidores, que nos ata a una expectativa de sortijas entre escupitajos y de dádivas que provienen de aquellos de quienes justamente más desconfiamos, no es un sistema viciado que tiene que ser repreguntado masivamente, perturbado y obstaculizado operacionalmente como forma de poner en cuestión nuestras mismas condiciones de existencia.

Para operar alterpoiéticamente, en esta vida vebleniana y violenta entre campos disciplinares, los nexos institucionales tienen que estar listos para intervenir poniéndole nombre a los valores y a las posiciones, hablando de miserias y sombras, hablando de elementos indómitos y fuerzas ocultas, hablando de maridos y amantes, hablando de socios políticos y compañeros de parranda, hablando de pares y amigos, hablando de votantes y mecenas, hablando de mentores y favorecedores, hablando de todo aquello que ha amañado al sistema como lo que es, un plexo de nombres y valores y posiciones y modos de producir discurso. Antígona revisitada de una manera kafkiana, explorando las contradicciones ineliminables en torno a las formas de los sentidos de pertenencia. Pero hablar así es ilusionarse con la idea del poder hurgándose sus propias entrañas, sin ningún criterio de realidad. No ocurrirá, al menos mientras el sistema siga siendo esto que es.

O, de mínima, tomemos provisoriamente como orientación el siguiente criterio de demarcación: si el discurso sobre el discurso y la violencia no puede ponerle nombres a los valores y posiciones, o valores y posiciones a los nombres, entonces este discurso poco puede hacer más que tramitar su propia e indolora decadencia, y no es un discurso sobre la violencia, o la suya es una forma depurada y aletargada de la violencia.

La fuerza oculta de Veblen es la cosa secreta de Droste. El elemento recóndito del saber es que el saber se las arregla para perpetuarse como diferencia. Como diferencia percibida y disfrutada, que vuelve tanto más difícil renunciar a la percepción y al disfrute, cuanto más tiempo se pasa en las alturas de la montaña, en la perspectiva del cono, de este lado de la sartén. Produce acostumbramiento, hasta volvernos insensibles, máximamente indiferentes, como los buenos sistemas, cuando reducen tanto el entorno, que al final solo nos estamos prestando atención a nosotros mismos, o a los que dependen de nosotros, o a los que son como nosotros, para contarles noticias de un mundo que no somos nosotros, pero que podríamos ser.

La conciencia manifestante, declaratoria, comprometida, a voz en cuello y con la mano alzada que vocifera todas sus verdades no es más que una parte de la conciencia de lo delicado de la situación. Es una de las audiencias redundantes. Del otro lado la mayoría silenciosa, sedimentaria, inerte pero activa, espera el momento propicio para vampirizar la victoria o vengar la derrota, por el puro ejercicio del poder en las undécimas horas. Y unos y otros dirán siempre lo mismo. Lo hacen porque pueden, con impunidad, oligopólica y oligopsónicamente, y porque es lo requerido para todos aquellos que caminan con sigilo reconociendo el terreno y las líneas de falla, porque a fin de cuentas lo que más les importa es durar, sobrellevando la gravedad de las cosas.

Tanto para tan poco: solo puede romperse el sistema rompiendo el sistema. Pero no desde afuera, causalmente, sino frustrando su iteración operacional vebleniana. En ese punto el sistema ya no será sistema. Pero no podemos quedarnos esperando a los de la baldosa floja. O a los sin recursos. Solo pueden hacerlo quienes controlan el procedimiento. Y claro que no lo harán, porque implicaría una cancelación y anulación de todo lo que precariamente constituye a la identidad en este campo: un valor asociado a una posición y un nombre.

Pero al menos tenemos una contraprueba para medir cuándo nos están hablando en serio: la forma alterpoiética de intervenir en este proceso iterado implica conocer muy bien el diseño operacional del sistema, recolectar los datos del campo que muestran el rastro basal del sistema, con sus valores, sus posiciones y sus nombres. Quién hizo qué, dónde.

Perturbar. Obstruir. No operar. Detener el curso de la iteración. Desde adentro.

Porque si esto no ocurre, estamos ante un mero palabrerío, una reacción pasajera provocada por el miedo a la soledad, un experimento de Asch en el que una turba de victimarios nos da a elegir que clase de tortura nos complace más, una ventolera sin sentido ni dirección en la espiral del silencio.

Y si esto ocurre entonces ya nada más puede ocurrir. Nada más dentro de este sistema. Por alterpoiesis, simplemente, habrá que enlazarse a una nueva realidad en la que tal vez surjan otras formas de respirar y caminar estas pendientes, sopesando siempre el riesgo y atendiendo a la gravedad de las cosas, pero desligando de una buena vez a los espíritus de todas estas fuerzas ocultas que aislan con miedo a través de estas formas enfermas del saber.

Antígona desde Kafka. Esto solo puede hacerse desde dentro. Para que no haya más adentros. O para que los adentros que haya sugieran la intimidad y el elemento indómito que solo puede brindarnos la fuerza visible de la compañía y el deseo de una suerte conjunta por fuera de la vida vebleniana.

Publicado en Uncategorized | 2 comentarios

Marealéctica o de la certidumbre de una isla en el procedimiento de las mareas

El fuego vive en la muerte de la tierra

el aire vive en la muerte del fuego

El agua vive en la muerte del aire

Y la tierra en la muerte del agua

Heráclito de Éfeso

I- Rāqa – Golpea Dios herrero estas placas delgadas de agua en expansión

Nada tan claro como el límite de las cosas para entender por analogía los bordes del yo. Nada tan claro como el contorno de una isla para entender el sustrato de la identidad y la pertenencia. Pero nada como el hundimiento en el procedimiento de las mareas para marcar la ausencia de certidumbre acerca de tantas cosas, y tantos bordes, alrededor del yo que quiere entender.

¿Cómo estar seguro de que estamos en una isla? La manera tradicional, en la certidumbre de la isla, es poder retornar al punto donde se comenzó, en eso que se llama bojeo o mensura del perímetro de un territorio. La definición más sencilla de una isla es que es tierra circundada o rodeada por agua. ¿A quién podría ocurrírsele que es un problema esto? En la claridad de los contornos el yo es el sucederse de la conciencia en torno a un territorio que permanece.

La isla, como territorio, antecede nuestros rodeos. El circunvalar se añade a la acción de poder identificar y discernir la diferencia relevante entre esto, la tierra, y aquello, el agua, o viceversa.

Una de las primeras cosas de las que se encargó YHMW (o Elohim si gustáis) junto con la mlct5escisión de la luz de las tinieblas, fue la separación de las aguas. Una parte del agua se volcó al cuenco del mundo, y la otra recibió el nombre de agua en expansión (Rāqîa). Ese agua abovedada recibió el nombre de cielo. Cabe decir aquí que Rāqa es el acto de golpear placas de metal delgado. Así, como un herrero, Elohim golpea y separa las cosas, a las que les da el nombre con que las va identificando.

Y al tercer día amalgamó las aguas debajo del cielo hecho de agua expandida y así se desgranó lo secó. Y así llamó a lo seco Tierra y a la reunión de las aguas Mares. Y vio Dios que era bueno. Y de esa amalgama salieron la hierba verde, y las semillas y los árboles y los frutos”.

mlct6Resumen de la historia hasta aquí: al tercer día un anillo de agua bajo el cielo expandido rodeaba un único continente circular. Si hay una identidad insular, un modo de nominar la amalgama de la unidad, está ahí, en el martilleo constante de un Dios paciente sobre placas delgadas que se expanden y nombran los cielos y las aguas y las tierras de las que nace todo lo demás.

Dios herrero nos regala el conjunto de los conjuntos, rodeado en su único elemento, azorado en su plenilunio de identidad. La certidumbre de una isla comienza así.

II- Islas como conceptos – conceptos como islas

El comienzo de la islandología de Marc Shell (2014) es también el inicio de un recorrido que va de la geografía a la retórica y de allí a la filosofía y la política, a través de la historia. Un recorrido fascinante que nos recuerda lo que dijo Edmund Burke, allá por 1759: cuando definimos corremos el riesgo de circunscribir la naturaleza de lo definido dentro de los límites de nuestras nociones.

La definición de lo que es una isla es el no va más o el paradigma de la definición de algo. Para definirla como tal debemos rodearla, circunscribirla como problema, recortarla de cara a aquello que no es isla, aquello que opera como límite, borde, entorno.

La tentación más palmaria en la tarea de la definición del carácter insular de algo es establecer la oposición tajante entre lo identificado y aquello de lo que se diferencia. El mar y la tierra. Elohim día tercero. Pero ante todo, sentido común. Tan común que se vela al sentido mismo. Después de todo se trata de una isla si deslizándonos por el mismo medio podemos volver al punto en el que comenzamos el recorrido. Perimetrar.

Pero ¿qué habrá sentido la tripulación de Magallanes y Elcano cuando regresaron de circunvalar la tierra? Por el mismo medio regresaban al mismo punto. De ello solo cabe inferir, por definición, que el mundo es una isla. Más aún, también podemos caminar por el perímetro de América, la isla en la que vivimos.

Como podríamos sospechar, tan solo de haber leído a Heráclito, o a Nietzsche, o a quien sea, hay más problemas de los que aparentan en la idea misma de retornar al comienzo de algo.

Porque en algún momento lo que se hace oponer se muestra como lo mismo. Y entonces no estamos tan seguros de que sabemos lo que hace que una isla lo sea. Nuestra mente bojeante culmina por fusionar la definición lógica de isla con la circunscripción lógica del concepto de definición (Shell 2014, 8), de una manera en la que la suerte de las islas es la suerte también de los conceptos.

Una isla, así vista, parece una circunscripción horizontal. En la que tenemos incorporado intuitivamente el concepto mismo de horizonte. O de borde. O de costa. O de límite. La isla es lo que es tierra, y allí donde termina empieza el agua. Podemos definir el concepto de isla, porque podremos no saber lo que es una isla, pero sabemos lo que es un concepto, porque sabemos lo que es definir algo.

Pero definir es aislar, determinar o delimitar lo esencial en un ente. Una definición formal implica mostrar si un determinado objeto pertenece a la clase definida, como un elemento del conjunto. Para ello necesitamos limitar el conjunto. Aislar los términos que se aplican a las cosas por diferencia respecto de los contornos que las circundan. Pero si queríamos definir qué es una isla tal vez estamos andando en círculos.

Bojeando como la tripulación de Magallanes en torno a una circunvalación que es todo cuanto hay.

La ilusión de todos aquí es que hay contornos firmes que nos permiten circunnavegar los conceptos, así como circunnavegamos las islas que sabemos que son islas. Dejamos atrás las amargas polémicas de los españoles cuando no se ponían de acuerdo sobre si Cuba era una isla o una península. Algo que a fin de cuentas, si atendemos a la etimología, tal vez no sea tan distinto.

¡Pero basta de nimiedades retóricas! ¡Llamemos a los lógicos! Ellos resolverán nuestras dudas.

John Venn en sus Principles of Empirical or Inductive Logic (1889) gustó ejemplificar mlct3diagramáticamente sus esquemas de proposiciones lógicas, sirviéndose para ello de las divisiones y criterios de inclusión que nos permiten discernir de entre las Islas Británicas los subconjuntos relevantes y claramente delimitados que configuran los criterios de pertenencia de los elementos reconocidos.

En esta idea los conceptos y los conjuntos están tan claramente discernidos como las islas, las regiones y los principios soberanos. La lógica se aplica a contornos tan claramente delimitados como los territorios y las entidades soberanas.

Ahora que lo pienso, después de todo tal vez haya toda una filosofía política detrás de la teoría de conjuntos.

El “On the Employment of Geometrical Diagrams for the Sensible Representation of Logical Propositions” de 1881 de Venn corre parejo con el dictum de Frege de que los conceptos requieren límites claros, que deben ser tan claros como las líneas que recortan los diagramas de Venn. Porque después de todo un concepto que no puede definirse con precisión insular no es un concepto. Y el significado emerge de la atribución a las islas de sentido de una locación precisa en el ámbito de lo circunnavegado.

mlct4Con independencia de la lógica, quizás esta sea una concepción horizontal y muy ingenua de la condición insular. Y de los conceptos. Uno podría remitirse sin más a los hedge concepts de Lakoff y Johnson, y a todas aquellas expresiones que nos recuerdan muy bien que en ocasiones justamente es la indeterminación de las cosas y su imposibilidad de perimetrarlas la que genera la circunnavegación y el movimiento pendular de la mente. Y ese movimiento no retorna al punto del comienzo con la idea de un territorio claramente delimitado. Porque a veces justamente la misma trayectoria consiste en mostrar la imposibilidad o la inestabilidad de la idea misma de perimetrar algo.

No es una cuestión de términos y signos nomenclando el horizonte. La dificulta estriba en las cosas a medida que discurren en el pantano de la existencia.

Mandelbrot nos recuerda (1982) que “las nubes no son esferas, las montañas no son conos, las líneas costeras no son círculos”. Las islas junto con recortarse de lo distinto, también se entremezclan en juncos y lechos lodosos, marismas y pantanales, promontorios y bajíos en los que es difícil reconocer dónde empieza el territorio y qué tan firme es el suelo que se acumula como sedimento bajo los pies.

III- Tidalectics: el tropo insular en el barro vertical de las aguas en expansión

Las islas en ocasiones tienen algo más que un horizonte de circunnavegación, que es lo único que esta pobre fenomenología de proposiciones reconoce. Las islas cambian su forma, aparecen y desaparecen, de acuerdo a una verticalidad que depende de la marea y de los desplazamientos profundos. El barro y el limo y el moldear del territorio se hacen uno con lo que está más allá de la presunta línea costera. De hecho el término Island tiene una parte prefija que remite a Sea, Zee o diversas formas de nombrar la extensión del agua. Una isla no es tierra opuesta al mar. Es mar y tierra, y lo uno por lo otro.

Una isla no es una identidad idem, una mismidad que se autoafirma. Es un ipse que contiene en sí mismo su criterio de distinción interna. Y en este punto la isla como mar-tierra empieza a complicarnos los esquemas. O los diagramas. De Venn.

Pero la isla se recorta, sino en el territorio, por sobre todas las cosas en el pensamiento. El tropo de la isla y la insularidad se dispone recurrentemente en la historia de la filosofía. En Kant el dominio de la verdad cognoscible es una isla cercada por naturaleza dentro de límites inalterables. Un territorio cuyos bordes son definidos por los límites de lo experimentable. Más aún, siguiendo a Wright y a Herschel, Kant podía incluir en su Teoría del Cielo la idea de un planeta-isla, y aún de la galaxia como una isla. Pero también, de acuerdo al modelo político de estados soberanos al que había dado lugar la Paz de Westfalia de 1648, pensaba las entidades soberanas como islas en una condición crecientemente archipelágica.

La idea misma de archipiélago (pese a sus constituyentes griegos) es una idea medieval mlct9aplicada primero al Mar Mediterráneo, como reemplazo de la noción de Mare Internum. En un archipiélago hay una remisión a una propiedad que emerge holísticamente, por encima de las propiedades que componen el conjunto. El Egeo no reside en ninguna isla en particular, sino en todas ellas a la vez. De esta época data la obsesión por el recuento de identidades perdidas en la internalidad de un mar externo, o a la inversa, la externalidad del mar interno.

De Cristoforo Buondelmonti en adelante tenemos enjambres de Islarios como recuentos esmerados de los modos en que pueden articularse lo particular y lo universal. En esta época nace la vinculación entre islas y caracteres personales, entre el recorte de la individualidad y el islote identificatorio, que Swift sabrá aprovechar de manera magnífica. Y todo esto a sabiendas de que ninguna isla es plenamente una isla. Y que nadie es una isla. Y entonces hay una conexión como la que establece John Donne, entre el micro y el macrocosmos, que encuentra en el tropo insular un comienzo o esbozo de una teoría de la personalidad.

mlct10En manos de Kant, o de Hegel, se transformará en la hazaña de la libertad vertiendo en lo particular su contenido universal, una marea innominada que encuentra la forma de volcarse y encarnarse en lo concreto y lo determinado. Pero como tropo, como figura del pensamiento, todo el procedimiento sigue reposando en la abstracción de una isla como si fuera la parte concreta de su actividad pensante.

De hecho, hay una filosofía de la historia basada en el carácter dialéctico de la condición isleña de nuestras vidas y de nuestros conceptos. Como dialéctica se afirma en un primer momento, como recorte frente a su entorno. Una tierra que no es agua. Un A que no es B. Su momento positivo, como tesis. En su negación antitética la diferencia se corroe, se pierde, se trastoca. A no es A al fin de cuentas, se anula y se cancela la diferencia y afirmación antes percibida. Is Land, Zea Land, agua-tierra, el agua tierra, agua como tierra, como lodo, como fango, barro, pantano, pajonal y marisma.

Waterland en la que no sabemos qué se afirma o qué permanece. De la oposición polar pasamos a la indeterminación. Y de allí a la tentación de una síntesis que lleve a la abolición, elevación, transfiguración y conservación de los contenidos opuestos e indeterminados es la marca de toda dialéctica.

Tentación en la que se busca un concepto que lleve a un fin claro, a una terminación definitiva, a un horizonte cerrado, en el que sepamos de una vez y para siempre qué es isla y qué no lo es. Qué es un concepto y qué no. Qué del agua es isla, y qué definitivamente se ha transformado en tierra firme, una firmeza indubitable a partir de la cual, como Arquímedes, podamos encontrar un punto de apoyo, por pequeño que sea, para desde allí mover el mundo.

Los sistemas filosóficos se anclan en su tierra firme y desde allí proceden, hasta su terminación, su delimitación conjuntista para la representación de lo sensible.

Zealand. Agua y tierra. Aguatierra.

mlct8Pero hay una objeción a esta dialéctica. Ya que una vez más puede verse todo esto como una “elevación” (el origen contable del término mismo aufhebung, que es el nexo conceptual que permite que la dialéctica hegeliana funcione como tal), pero en un sentido físico literal. La objeción es que estamos ante una proclama conciliatoria que intenta consolidar todo lo que en el barro se presenta confuso, endeble y entremezclado.

La objeción siempre viene a cuento de la direccionalidad, la inmanencia, la teleología, el rancio aroma a progreso inexorable que trae la visión dialéctica en su olimpismo desalmado, aquel que transforma todo desangrarse real de los cuerpos en un sentido postrero, una oposición conceptual, una reconciliación pasmosa. Aquel que transforma el pantano borroso de las ocurrencias en la claridad de un borde preciso tomado desde una perspectiva cenital.

Por todo esto Kamau Brathwaite, nacido en la isla de Barbados en 1930 y fallecido en febrero de este 2020, acuñó el término tidalectics para erosionar la seguridad y constancia de la dialéctica con el ir y venir de la objetividad de las mareas. En el entendimiento de que esa objetividad lo que produce, en el correr del tiempo, por su mismo procedimiento, es el soporte insular mismo. Y mientras lo hace, no deja de corroerlo, marcando la limitación de todo sentido de límite que venga a sentar una identidad como forma de la diferencia.

A fin de cuentas sabemos poco de las islas. Sus perímetros son lo último que puede establecerse. Pueden aparecer y desaparecer, como las Maldivas en el Índico, como los atolones en el Mar de los Sargazos, como los arrecifes en el Mar de Coral. Lo que quería Brathwaite era, por así decirlo, construir una filosofía de la historia “caribeña”, “natural” que se contrapusiera a las falsas certidumbres del islario conjuntista claramente delimitado.

Soñaba con un pajonal enseñoreándose entre los diagramas de Venn.

En la marealéctica el punto de apoyo está siempre pendiente del discurrir del tiempo y la altura de los días. Ninguna Tierra es Firme. Y la creencia conmovedora en la delimitación del concepto por su mera circunnavegación cede ante la consciencia de que sabemos poco de lo que hay arriba y de lo que hay abajo, y sabemos poco de lo que rodea y de lo que constituye la intimidad misma de una isla.

mlct7Hay islas rodeadas por agua, como las gotas líquidas que se acurrucan en los poros de los icebergs. Las islas son de agua, en un cuenco sólido congelado. Y hay islas sólidas de tierra aplanadas en el corroer de la marea, hasta que sobre ellas crece un lecho barroso en el que se confunden con el mar.

Cualquier isla puede ser lo suficientemente grande como para ser un continente. Cualquier continente es una isla. Hay islas artificiales, como las que construyen los utopistas financiados por libertarios en áreas libres de toda jurisdicción soberana, y hay islas móviles, como las que imaginó Verne en Propeller Island. La mitología del Gran Pez, del Leviathán y demás criaturas fantásticas trazan una nueva línea.

Al parecer una isla no se mueve. Una isla no flota. Una isla es inanimada. Barcos, peces, mlct11ballenas, monstruos, por enormes que sean, por imponentes que resulten, no son islas. Pero hay islas que se forman por sedimentación y por arrastre, generando intensas disputas de soberanía y desconcertantes problemas de clasificación. Hay islas que se apoyan sobre el lecho marino, pero en cierto sentido todo reposa sobre él, y la tectónica de placas y las teorías de la deriva continental vuelven a ponernos en la desconcertante situación de los marineros de Magallanes: el mundo es una isla, el mundo flota a la deriva.

Peor aún. Geógrafos y biólogos concurren en el estudio de la lógica de las derivas, distinguiendo más que entre tierra y agua, entre regiones endorreicas (hacia las cuales el agua fluye) y exorreicas (desde las cuales lo hace). En un sentido esto todavía permite una distinción entre áreas, regiones y puntos específicos. Por el otro lado hace ver la lógica de la interacción entre las partes. No hay lo uno sin lo otro.

El concepto de biósfera, de Edmund Suess a Vladimir Vernadsky, justamente pone en tensión esos cruces entre lo animado y lo inanimado, entre el punto que define el momento en un estado de cosas y la deriva de un sistema en que ese momento se despliega. El agua que sale de un lago o un río a través de una desembocadura o un estuario hacia un océano, delimita un área exorreica y otra endorreica, pero el agua es la misma (o ninguna lo es, a la manera de Heráclito).

Una isla puede ser un área exorreica indistinguible del cuenco de mundo endorreico en el que vierte sus lágrimas de identidad, ya que tributa al principio superior de interacción biosférica. La isla es impensable sin su mar. Zea-land.

En el conjunto de tropos vinculados a la islandología rezuma entonces un componente vinculado a la necesidad de la distinción con propósitos de identificación, y la imposibilidad de hacerlo.

aguas manadas de tiempoEn definitiva, repito, sabemos poco de las islas. A lo sumo, qué tan lejos están y qué tanto nos duelen.

Los griegos lo tenían claro. Llamaban nêsos tanto a una isla como a una península (tierra rodeada de agua pero unida a más tierra), a la tierra distante y a los promontorios. Una nesología sería una ciencia muy imprecisa y desconcertante, pero acaso sería lo único a lo cual podría recurrirse si se quisiera dar cuenta de la historia de un caballo.

IV- El procedimiento de las mareas

Miguel Vitagliano contó no sé dónde que había una manera de escaparse del presidio de la isla Martín García. Porque al parecer la isla Martín García era una isla. Y allí había un presidio donde los presos gozaban de cierta capacidad ambulatoria. Si después de todo se trataba de una isla. Puede vérselos bañándose en tropel recibiendo la candidez del agua circundante.

Pero un buen o mal día un preso escapó. Una noche. Nadie supo bien cómo. Hasta que la historia se difundió por la ribera oriental de aquel ancho y poco profundo río que frustra el sentimiento insular.

Ocurre que la corriente trae el sedimento. Tira. Y tira permanentemente. Una noche de luna llena desde la costa uruguaya un caballo comenzó a recorrer el surco del agua, a la manera en que lo hacen los caballos, apoyándose de a ratos en el fondo barroso y poco profundo oculto por debajo de la tradición del agua que insiste en llamarse río.

Y así fue, en modo perrito, hasta alcanzar bajo la urdimbre de una claridad de medianoche a aquella tierra rodeada de agua que insiste en llamarse isla. En la ribera pretendidamente insular esperaba el preso ambulatorio. Y del mismo modo volvieron ambos a la pretendida tierra firme, cual criatura sobrenatural preso-caballo o caballo-preso, sobrenadando, o subgalopando quién sabe, el río, o el barro, o la confusa mezcla de limo, pajonales, marismas y aguas encerradas que conforman la realidad de un territorio.

Tidalectics. Dame un punto de apoyo y moveré el mundo. O quizás mlct2es menos ese punto como un fulcro, como tierra firme, como lo ha querido entender la tradición en torno a Arquímedes, y es más como puede leerse en la recuperación que hace Shell del célebre Dôs moi pâ stô, kaì tàn gân kinásō, en donde ese punto no es de apoyo en el sentido de un punto quieto (la imagen del fulcro donde apoya la palanca) que un lugar en donde se puede estar en la continuidad de los pasos, en el impulso desordenando y precario que imprime la bestia mientras sobrenada o subgalopa la corriente que tira entre noches plenas y días vacíos.

Quizás todo el punto de Brathwaite (a pesar de su ingenuo patrioterismo caribeño) y de Shell (en su exquisitez retórica) sea que nos parecemos más al caballo y al preso ambulatorio escapando una noche de luna llena que a Arquímedes organizando el mundo a partir de fulcros y palancas.

Nuestra situación se parece más al borde borroso del pajonal mientras sube y baja la marea que a las indubitables y ordenadas islas soberanas de Venn. El punto de fusión entre geografía, retórica y política, en Shell, es que nunca estamos de veras en Tierra Firme. Y que es imposible definir la idea de una isla, porque la idea de una isla interviene en la definición de lo que es una definición. Y que eso no impide que corramos entre la corriente y las sombras iluminadas de a ratos, buscando afirmarnos en el pantano.

Es menos un asunto que convoca a la certidumbre que un intento de entender el procedimiento de las mareas, donde la confusión de los elementos no es otra cosa que el apareamiento y ramificación de las identidades que a esa confusión pertenecen.

Humus aquí, de donde nacerán todas las cosas.

La tierra vive en la muerte del agua. Y ambas sueñan que son el cielo, que no es otra cosa que la expansión de las aguas a partir de los golpes recibidos por las placas delgadas que hacen finito y extenso, hermoso e incierto nuestro mundo.

Y así es que muere la certidumbre de una isla, para que en su muerte viva todo lo demás.

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

Derkou Theama – contemplen el espectáculo, dejen ya de mirar

Al noreste del Bronx, en el extremo occidental del Estrecho de Long Island, se encuentra la Isla de Hart. Esta semana esta isla se hizo famosa por el comienzo de los trabajos de enterramiento en fosas comunes de las víctimas del coronavirus en la ciudad de Nueva York. Ante la saturación de las morgues y la imposibilidad de proceder con los entierros masivos, se ordenó cavar dos grandes zanjas de 60 metros de largo. El Ayuntamiento obró en previsión del desborde de muertos que trajo la pandemia, al extremo de que los hospitales están usando camiones frigoríficos para guardar los cuerpos hasta que se pueda disponer de ellos. En particular de aquellos que nadie reclama, que son cientos, y que en un plazo de un par de semanas terminarán en fosas comunes en aquella isla.

La isla de Hart es un lugar de enterramiento habitual para la ciudad y el Estado de Nueva York. Se llega a ella a través de un ferry. Pero quienes llegan no suelen ser otros que internos de la cárcel de Rikers, una isla cercana, que trabajan allí por 45 centavos de dólar la hora, 25 veces menos que el salario mínimo en la ciudad. Y sin embargo la crisis ha complicado también en eso las cosas. Ante la expansión de la peste, los presos-trabajadores se negaron a concurrir allí, por lo que se les ofreció material de protección y un aumento del 500%. Quizás por 2,70 la hora acepten hacerlo, exponerse al ribete de la muerte, anónimamente enterrado anónimos.

Han terminado en la isla más de un millón de muertos, desde 1864 a la fecha. En apenas algo más de un kilómetro cuadrado la isla supo albergar un campo de prisioneros de la Guerra Civil, una institución psiquiátrica para mujeres, un sanatorio para tuberculosos, varias fosas comunes para entierros en masa (por ejemplo por pestes y pandemias como la que ahora nos azota), un refugio para homeless, un reformatorio, una cárcel y un centro de rehabilitación para tratamiento de las adicciones. ¿Foucault estás ahí? También sirvió como lugar de cuarentena durante la epidemia de fiebre amarilla de 1870, centro pugilístico ilegal de bare-knuckle boxing (boxeo a puño desnudo, sin guantes) y residencia para barracones de reclutas del ejército.

Un siglo y medio de contribuciones de la isla a las tribulaciones y complicaciones de la vida institucional y pública pueden resumirse en la foto difundida esta semana. Unas siluetas negras y blancas, en torno a una fosa, aprestándose para recibir un contingente innominado de muerte. Al lado se observan edificios abandonados. El río. Otra fosa. Más lejos el pasto crecido sobre lo que probablemente sean otras áreas de enterramiento anteriores. La imagen conmueve por lo que contemplamos y por lo que no queremos ver y sin embargo sigue llamando nuestra atención.

Quizás lo hace porque se trata del hechizo del pasmo en el encierro de lo propio, ante la debacle de un horizonte social antes tenido por amplio. En una sociabilidad basada en la exposición y en la espectacularización, aquí se desenvuelve una pequeña tragedia, de una índole particular según veremos, dentro de una trama mayor. Tan peculiar que ni los presos quieren ir a ejecutar estos designios. No lo harán por centavos. No lo harán en sacrificio, por nada del mundo, porque no hay dioses aquí a los que ofrecerse en holocausto.

Lo que motiva estas líneas es el hecho evidente de que la difusión de la pandemia suele asociarse a un recorrido inmitigado por las formas narrativas de la tragedia. Pero podríamos preguntarnos qué implica, con precisión, enredarse en esas formas y comprar la ontología de la tragedia para pensar lo social.

hi4En palabras de Northrop Frye en su Anatomía de la crítica (una de las pocas cosas que vale la pena leer y releer cien veces en estos días, y en los otros también), la tragedia es, por sobre todas la cosas, un modo de presentar las cosas como epifanía de la ley. Un cumplimiento de lo que no es sino el entrecruzamiento de una voluntad, un tipo de interacción presentada como forma de sociabilidad y un ajuste de la voluntad a esa interacción.

La teoría de Frye presenta una variedad de aspectos que es imposible reponer en un solo escrito (en todo caso están repartidos por todo este blog), pero puede resumirse de la manera siguiente: narrar no es otra cosa que escenificar materialmente el obrar de alguien en un mundo compartido. La escenificación es verbal, esa es su materia, y de allí que esa escenificación pueda adquirir distintas modalidades, según se pretenda más o menos realista, más o menos descriptiva, más o menos discontinua de lo que es tenido por real por los “hablantes” (preferiría inventar una palabra, de los sujetos verbales, que emplean verbos para obrar en el mundo: verbantes, sujetos que dan y reciben sustancias verbales en el curso de las vidas que atraviesan como pueden). Frye llama a esto su Teoría de los símbolos, y en ella dispone su teoría espectral del rango de tipos de representación que pueden disponerse ante uno.

hi6Por supuesto, deberíamos evitar creer que una representación es una mímesis en el sentido de copia o imitación o una forma de adecuación a un sustrato no verbal. Una representación, en este sentido es más bien una presentación (en el antiguo sentido de una Darstellung, que difiere notablemente de lo que es una Vorstellung, término alemán que recoge lo que para nosotros es una representación en el discurso ordinario), una escenificación, un montaje o disposición que es tan real y a la vez un objeto tan materialmente compuesto como para volver irrelevante. Una ficción entendida como estructura verbal hipotética (esa es la expresión de Frye). No es ni la realidad ni es lo falso mendaz (como la idea de montaje o mismo de ficción da a entender en la comprensión vulgar de estos términos). Es lo concebible, lo imaginable, lo que puede darse el pensamiento con los patrones constructivos que tiene “a mano”.

El matiz activo y compositivo no es menor aquí. La música está compuesta y es real. Mis anteojos están diseñados siguiendo patrones constructivos y son reales. En este sentido la materialidad de la presentación y escenificación de la narrativa obedece a la perplejidad de que en vez de estar hecha de sonidos no glóticos o de materiales plásticos o metálicos, está hecha de elementos verbales. La perplejidad obedece al lugar común de que de alguna manera el lenguaje se opone a lo real (“son meras palabras”) o al mundo. Pero una vez abandonados estos auténticos parásitos del pensamiento -que siempre iban a costa de toda posibilidad de plantear el problema conceptualmente-, resulta evidente que las composiciones verbales tienen patrones constructivos que pueden reconocerse con un poco de experticia.

Su material léxico, gramatical y retórico se dispone en forma de secuencia glótica (palabras articuladas en el espacio en forma gráfica o en el tiempo en forma hablada). Y esas secuencias son analizables en tanto que composiciones, de la misma manera que podemos analizar la hechura de un edificio, de una composición musical o cualquier objeto de diseño en este mundo. Su carácter compuesto y diseñado no los hace menos reales. Antes por el contrario, entender su composición y modo de ser diseñados, editados y montados nos facilita la comprensión de su realidad.

No haríamos mal entonces en mostrar que esta teoría de los símbolos es una parte integral de una suerte de teoría escénico compositiva (“dramática”, en un sentido amplio) que se abre a un registro de modos (modalidades en sentido estricto, para que pensemos en la necesidad y en la contingencia de lo que se dispone verbalmente) en torno no solo a los “símbolos” (diseños verbales) sino también a los tipos de personajes (agencias) y acciones (tramas) que allí se presentan. Y todo ello debe ser presentado materialmente en el tiempo y en el espacio (lo que desde Aristóteles se denomina el ritmo, melos, y el espectáculo o escenificación, opsis).

hi7Lo que disponemos verbalmente nos habla de algo, trata sobre algo, y en ese algo se habla de ciertos caracteres, ciertas personas que quieren cosas y hacen cosas. La idea central de Frye es que no hay tantas maneras de disponer las cosas, no hay tantas formas de contarnos los unos a los otros quiénes somos, quiénes podríamos ser y las cosas que nos pasan. El simbolismo como presentación corre en un espectro que va de la idea de una pura descripción del mundo a un apartamiento violento de él, en el sueño de la autonomía del lenguaje. Los personajes van de la omnipotencia divina al teatro del absurdo. Las acciones de la unicidad e irrepetibilidad a la iteración y la pesadilla cíclica. Las presentaciones recorren la gama que va de la discontinuidad del epos y la lírica asociativa al ritmo del drama y las formas continuas específicas como la ficción en prosa. En este mundo de espectros Frye nos propone los suyos, sus espectralidades en el pensamiento sobre la disposición verbal de las cosas, para intentar comprender cómo nos contamos las cosas los unos a los otros.

Los mythos, las tramas, las secuencias y disposiciones en torno a las acciones y acontecimientos, son una de las formas de interpretar las presentaciones narrativas. En su tercera crítica, dentro de la Anatomía…, Frye despliega pormenorizados análisis de los rasgos constructivos y modélicos de nuestras principales formas de tramado: el romance (el antecesor epocal de lo que luego sería la novela), la comedia, la tragedia y la sátira. Cada una de estas formas no se presenta en forma pura, sino que es una abstracción de rasgos que se disponen de manera combinada en cada efectuación verbal. Hay híbridos, formas impuras, mezclas, mestizajes y abiertas contradicciones en cada forma verbal, que se ve atravesada por las líneas de fuerza de estos principios constructivos.

hi3Los personajes denotan formas de interacción que para el mundo humano remiten a formas de sociabilidad que es objeto implícito o explícito de la escenificación verbal tematizar, para bien o para mal. Las acciones y tramas remiten a formas de entender el decurso en el tiempo de esas formas de sociabilidad y de lo que en ellas puede hacerse. Y así. La idea central de Frye, que es la mía también, es que en la narrativa se ensambla y se monta una ontología de lo social, se prefigura la idea de lo social que está puesta en acto por los verbantes.

Una tragedia es un decurso en el cual verbalmente se presenta un escenario en el cual una voluntad férrea se opone a la inexorabilidad de la interacción en el mundo. Esa voluntad, ese agenciamiento que se opone al estado de cosas existente, encuentra su razón de ser en una reacción a lo que se percibe como un desequilibrio, una violencia antecedente. La imagen es la de una acción que se emprende para oponerse a una situación desequilibrada e inestable, como cuando una mano se posa sobre platillos de una balanza que se encuentran a desigual altura. El impulso de la acción, no obstante, lleva a su propio movimiento compensatorio. El platillo que estaba arriba se va abajo, y el de abajo arriba. La acción o re-edita el desequilibrio, lo sustancia en nueva forma o simplemente se consume y se agota en su mismo obrar. La voluntad que se entromete en el engranaje inexorable del destino se verá despedazada por él. Al intervenir se realiza, y al realizarse se agota, se consume, se destruye.

La idea de la tragedia es que, por un lado no podemos no actuar, ante el curso inexorable y desequilibrado del torrente de las cosas, pero al mismo tiempo, por el otro, nuestro propio actuar nos va a llevar puestos. Hay una falla en la propia posición del que interviene (hamartia) y el modo mismo de la intervención se da como desmesura, arrogancia, exceso (hybris). La tragedia es una forma maestra para pensarnos en el enredo del lazo social, dice Frye. Muestra cómo la sociedad se reproduce fagocitándose los restos de subjetividad que pretenden reformularla. No es un accidente. Es lo uno por lo otro, a través de lo otro.

La balanza está fuera de equilibrio. Ninguna acción equilibrará el desbalance de los platillos. En ese desquicio la voluntad del control lleva al descontrol. La idea de la uniformidad lleva al deshilvanamiento del horizonte de lo común. El anhelo de la regularidad se descompone en el pasmo ante el cataclismo de lo impensado. La explosión.

Pero no hay tragedias puras. En el borde de su encuentro con el romance, en su lado amable y conciliador, orientado a reconstruir un sentido de identidad narrativa en el que la propositividad todavía se encuentra presente, la tragedia romántica muestra el sobreponerse de un individuo cualitativamente distinto a nosotros, que no se ha estragado en las formas impersonales propias del mundo desencantado, y que se realiza identitariamente nadando a contracorriente del mecanismo inexorable de la modernidad. Que el mundo intente impedir esa consumación subjetiva es un detalle menor, ante el vislumbre de qué tan gloriosos, qué tan enormes podríamos ser como promesas realizadas de plenitud.

hi4En el otro extremo, la tragedia se hunde en el borde la ironía y la sátira. Entonces no ocurre más que lo que puede acontecer. Pasó lo que tenía que pasar, y así se vuelve máximamente evidente eso de la epifanía de la ley. La ley que se actúa en el mundo, en el horizonte social que moramos, cae como una espada sobre nosotros, por su propio peso, corta con su propio filo, simplemente por la naturaleza de la caída, no porque alguien lo quiera de ese o de otro modo. Si la tragedia romántica es un canto de inocencia, la ironía trágica de la condición humana se nos presenta como un canto de experiencia, una constatación de la realidad de las cosas, más allá de las pasiones vanas y las intenciones fatuas. Un saber del viejo vizcacha, que reconduce siempre a la misma enseñanza: es inútil el pavoneo de la intencionalidad, del deseo, del anhelo, por parte de los actuantes y verbantes. En el extremo, la sátira es una tragedia ya sin héroes, sin personas, sin sociabilidad alguna.

Ese extremo satírico anticipa el horizonte de descomposicíon de la voluntad y de la vida en común. Y habitualmente esto se muestra mediante “un mundo de choque y horror, en que las imágenes principales son imágenes del sparagmos, es decir, de canibalismo, mutilación y tortura” (Frye, p.292). Un mundo en el que la experiencia colectiva ya no lo es más, o es la experiencia de la duda genuina acerca de la propia continuidad y del lugar que nuestra propia desintegración ocupa en esa continuidad. “La sociabilidad se desintegra en un paroxismo o humillación demasiado grandes como para obtener el privilegio de una postura heroica”.

Pero nuestra mente se revela a este escenario. Nos cuesta aceptar esto. Nos cuesta creer en un mundo escenificado como un horizonte sin agencia, sin intervención. A diario leemos pequeñas esquelas que intentan reconstruir la heroicidad del que canta en el balcón, del médico que llegó a tiempo a todos lados y duerme en un pasillo. Mientras escribo la propaganda de YPF asegura que yo soy un héroe. Que vos también. Que usted, y más allá, también. Todos. Todos somos héroes, de alguna manera. No es difícil encontrar un camino de virtud entre tantas pequeñeces consuetudinarias. Nos parece que esas pequeñas redenciones se oponen al sparagmos. Es un error.

Las pequeñas revivificaciones de la subjetividad en este horizonte no son más que la reactualización del simbolismo sacrificatorio de la tragedia. Una suerte de elegía de santurrones para narrarnos en clave épica nuestra grandeza por no stockear barbijos y aplaudir de pie a las nueve de la noche. Esto ocurre por algo, y está en nosotros sobreponernos. Al sentido se le opone el horizonte de la acción. El héroe no es el que ignora la dificultad, sino el que se sobrepone a ella. Y demás estupideces.

Pero esto no es más que el reverso de la inexorabilidad planteada por el horizonte trágico. Es la reconstitución del ethos a medida que nos sentimos crecientemente ahogados por los rasgos del mythos trágico. Porque nuestro problema es que la tragedia muestra la ley actuante por detrás de la escenificación. Algo que mejor deberíamos aprender de una buena vez. Algo que debemos ver y no podemos ver. Algo tan atrayente como un espectáculo degradante que da cuenta de nuestra condición presente, y tan hediondo a la vez como para volverlo intolerable al pensamiento.

signifyEl problema técnico es que la tragedia se vuelve impensable sin su pharmakos, sin el que decide voluntariamente poner el dedito en el platillo de la balanza, sin el que decide meter su subjetividad en el engranaje de la vida en común, para disolverse y deshilvanarse como un fantasma en la máquina social. Porque de esa manera se dinamiza su trama, mediante el papel del chivo expiatorio o víctima arbitrariamente escogida. Aquel que cayendo le da sentido a este despeñadero sin sentido. Y ahí vamos, propaganda de YPF, balcones, barbijos caseros, fotos de médicos que saben que se van a enfermar y siguen. Y ahí vamos, contando historia del que hace denodados esfuerzos por el desamparado, los desvalidos y los parias de esta tierra. Nos gustaría ser como ellos. Pero no. No tanto en realidad. Hoy, hoy, te convertís en héroe. Mullido y a salvo en una codificación de alcance civilizatorio que se resuelve justo justo en la inacción del ámbito de lo doméstico.

Puesto que hemos pensado esto como una tragedia, entonces en algún lado debe haber héroes.

Malas noticias. Lo único que se tematiza con esto es la voluntad de creer que nos ofrecemos a algo más grande que nosotros mismos. En la creencia cómico-romántica de que en este sinsentido escenificado podríamos jugar algún rol. Cayendo inexorablemente, quizás, pero decidiendo caer, además.

Y así cualquier pequeño gesto parece recubrirse con cierta heroicidad latente. Dar una clase en zoom, comprarle yerba al vecino, hacer ejercicios con la familia a distancia. Todo es un pequeño canto al heroísmo improbable en la era de las pequeñas tragedias.

El mundo no espera nada, realmente, de todo esto. No es otra cosa más que el filo conciliador de la mente humana intentando tramar estos sucesos trágicos con el borde más amable del romance, la pantomima de un drama conciliatorio del que salimos mejor de lo que entramos.

hi1Impostación pharmakológica ante lo evidente: porque al mismo tiempo el ojo se desvía cada vez más hacia el extremo inferior del espectro de Frye. De a ratos la mente elige su noche, y formula sus preguntas. En su forma más oscura la tragedia se condensa satíricamente en una visión demoníaca del infierno de los insepultos. Y allí ya no hay nada que el pensamiento pueda conciliar.

“Al final de esta fase alcanzamos un punto de epifanía demoníaca donde vemos o vislumbramos la visión demoníaca no desplazada (i.e. en su estado mitopoiético más puro en la tortuosa jerga de Frye), la visión del Inferno. Sus principales símbolos, además de la prisión y del manicomio, son los instrumentos de la muerte por tortura, los ajusticiamientos públicos” (Frye, p. 293).

Prisión. Manicomio. Mejor juntas, en una isla, al costado de una urbe que no tiene tiempo para pensar en todas esas cosas en el tiempo homogéneo. Pero que descubre extasiada la indolente y constante presencia de ese registro del tiempo heterogéneo y excepcional al que se abre de tanto en tanto. Registro en el que se encuentran el tormento, el cuerpo despedazado, la reiteración de la muerte, la inhabilidad de una sociedad hasta para hacer las cosas más básicas, como dar sepultura a quienes ya no se encuentran entre nosotros, pero aún están entre nosotros, como cuerpos tumefactos pudriéndose en una cámara frigorífica.

En esta época en la que nada puede hacerse la mente se solaza observando lo que no puede dejar de hacer. Morir, espeluznarse ante la muerte ajena. Temiendo lo peor. Temiendo no solo la muerte. Sino ser un cuerpo abandonado en la Isla Hart.

Las tragedias son un drama de reconocimiento, en el cual el momento más complicado, en el término, son las escenas en las que debe actuarse, implícita o explícitamente, aquello que se ha aprendido e incorporado al acervo de la sabiduría colectiva. Como forma pura, la tragedia muestra la asimetría cognitiva entre nosotros y los personajes: a fin de cuentas sabemos lo que ellos no pueden saber. Si Hamlet o Edipo supieran lo que nos, no habría historia.

En estos momentos asistimos al melos y la opsis de la presentación de nuestra propia y trágica asimetría cognitiva. Pensamos que no sabemos lo que sabemos que, de alguna manera, sabemos. Este rebasamiento de la muerte por sobre la vida en forma de cuerpos que hay que ir a enterrar a una isla infernal es la expresión cabal de la forma espectacularizada del anonimato y la pérdida de referencias colectivas. Una isla que fue prisión, y manicomio y todas las malditas instituciones que a uno se le puedan ocurrir como visiones demoníacas.

Mandaríamos a los presos a hacerlo, por monedas. Pero el agenciamiento ocurre donde menos se lo espera. Lo que ocurre ahí queda ahí, como en Las Vegas, pero con muertos y reclusos que se niegan a ir a infectarse por centavos de dólar por hora. No sabemos nada de los que murieron. No sabemos nada de los que entierran. Y a ese múltiple desconocimiento lo llamamos sociedad.

La foto de la isla de Hart en su belleza hedionda estetiza desde una toma en altura lo que sabemos que está pasando en todos lados. Nos presenta y nos escenifica una forma de presentarnos a aquellas subjetividades volentes, en blanco y negro, que tienen que estar en esa fosa, cavilando respecto de qué tan lejos está el momento en el que terminen enterrados en ella. Pero miramos desde un plano, desde un ángulo, desde una altura que no es la de ellos. Vemos lo que pasa, pero no estamos allí. Vemos lo que ocurre pero nosotros no estamos ahí ni somos eso.

En esas fotos, y en esas islas, se condensa parte de nuestro drama de reconocimiento. Como tragedia la foto de la isla de Hart marca la inaceptabilidad de estos estados de cosas: no podemos realmente aceptar lo que hemos hecho. Y al mismo tiempo demandamos construir un sentido para eso que acontece, y para peor, uno en el que podamos vernos como micro héroes de cripto aventuras desafiadas por nadie.

bildung3Por eso nos complacemos inventando pequeñas heroicidades que realmente dan cuenta muy poco y muy mal de este auténtico sparagmos que está dificultando la imaginación del tema central que anuda ésta y todas las narrativas: cómo se reproduce la sociedad y qué voluntades, qué agencias, que propósitos, anhelos y deseos pueden tenerse en el curso de esa reproducción.

A un paso del caos, y a dos de la fantasía demoníaca del control, estas imágenes deberían hacernos replantear un hecho evidente. La isla de Hart no es una anomalía, una excepción. Es la normalidad inaparente en la que se mueve el desequilibrio del mundo, platillo a platillo en la balanza desquiciada.

En el fondo, lo que más miedo nos da, lo que nos aterroriza y nos provoca pasmo a la vez, no es la muerte. “Es la humillación de estar expuesto, el horror de ser mirado, son mayor desgracia que el mismo dolor. Derkou theama, contemplen el espectáculo, dejen ya de mirar, es su grito más amargo”.

Estamos lejos de ser los pequeños héroes del balcón, los adalides del zoom y del jitsi. Somos los que contemplamos, con pasmo y comodidad, con horror y miedo a la analogía, a los anónimos impersonales que yacen expuestos en el horror de ser mirados, mientras se contagian por céntimos para enterrar a los que están entre nosotros, pero ya no sabemos reconocer, porque no tenemos idea de quiénes son, quiénes han sido, quiénes somos nosotros en realidad.

En la epifanía de la ley aprendemos de la experiencia del sparagmos. Aprendemos de los otros como pharmakos de las secuencias que no nos atrevemos a pensar que propiciamos. Y luego volvemos al redil de la fabricación casera de barbijos y héroes. A ver si en una de esas nos olvidamos de la infinita pedagogía de la chusma.

Derkou theama. Dejen ya de mirar este espectáculo indigno. Pero sigan contemplándolo, con el ritmo y el espectáculo y la disposición material que conviene a la cosa. En sus ángulos y sus luces, la infinita y especiosa materia de un verbo que se cuela entre nosotros como un espectro de todos los modos posibles que tenemos de seguir bailoteando en los platillos de la balanza desquiciada.

 

hi8

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario